Llego a la clase y todos hablan. Hablan, hablan, hablan, miran el móvil y siguen hablando. A veces sacan un bocadillo, otras se ponen de espaldas a la pizarra, pero sobre todo hablan.

Yo quiero hablar de Descartes, que es lo que les toca. Pero no puedo. No puedo porque ellos hablan y yo sudo. Tengo calor. Mucha calor. No debía haberme puesto este jersey sin camisa debajo. Me duelen los pies y ni pienso ni existo.Sólo existe el ruido.

Como es imposible explicar nada, me callo.

Y entonces se hace el silencio. Empiezo a explicar y ellos, animadamente, al ver que yo hablo, suben el tono.

Por si no les oigo, creo.

Cojo una tiza y me pongo a garabatear la pizarra. Escribo fechas. Las fechas les fascinan, sobretodo si no están en el libro. También escribo otros nombres, lugares, sensaciones, situaciones, estados de ánimo.

No haces nada! Me reprochan!

Si, tenéis razón. No hago nada.

Puedo hacerlo, pero no quiero.

Suena el timbre y salen en tropel, bocadillo en mano.

Es mayo y llueve.

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