Su vida no estaba mal ya que al salir de su trabajo de mierda tomaba un poderoso brebaje y se convertía en un terrible demonio rojo y volador que se alimentaba de sangre de vírgenes. Era una segunda vida emocionante pero también arriesgada, ya que otros individuos, en paralela dedicación extralaboral, se tomaban al igual que él pócimas mágicas que les dotaban de extraordinarios poderes, con la diferencia de que a éstos tales pócimas les incitaban a luchar contra el mal. Y el mal, el mal era él.
No era rara la noche que terminara en algún épico combate urbano usando farolas como espadas y coches como escudos. A veces alguno resultaba gravemente herido o muerto, pero siempre surgían reemplazos tanto en el bando de aquellos que cometían fechorías como en el que pretendían impedirlas.
Un día, en su trabajo de mierda, mal pagado, nada especializado, hubo un ERE y resultó despedido. Pocos días después, su novia desde hacía cinco años (por otra parte una chica que tampoco valía tanto y le exigía mucho, a la que debía continuamente ocultar su faceta de diablo asesino), le engañó con un comercial de enciclopedias gordo, de cuarenta y cinco años, dos ex-mujeres y tres hijos feos, caprichosos y no demasiado listos.
Fueron jornadas terribles para aquellos que creían en la justicia, en la democracia y en todo lo que representa nuestra bandera. Al no tener más objetivos vitales que los propios de su existencia malvada, se dedicó plenamente a ella y ascendió su propia tasa de crímenes, pasando de la virgen semanal a dos por día. Así, hasta que terminó por llamar la atención tanto de los ecuánimes como de los arbitrarios. La mayor oposición se produjo, precisamente, entre los que se suponían que estaban de su lado.
¿Es que no tienes vida? ¿No tienes otra cosa que hacer que desangrar vírgenes todo el día? Los justicieros cada vez crecen en número sólo por la indignación que les causas, y eso nos termina afectando a todos. ¡Eh!, esto es un hobby, venimos a pasárnoslo bien. Los profesionales no tienen sentido aquí.
Con argumentos así se le encaraban, hasta que el mismo grupo de los malvados al que se suponía adscrito acabó por convertirse en peor enemigo que el propio bando contrario, al que clásicamente se había opuesto. La presión social se hizo insoportable, y un día lo dejó. Además, el beber sangre de virgen no pagaba sus facturas. En el fondo, ser una criatura del infierno sembrando el terror entre la población no era más que un sueño romántico sin posibilidad de trascender hacia una profesión real.
De nuevo, vinieron tiempos aciagos, esta vez sólo para él. Las vírgenes dormían plácidas, el Bien y la Justicia parecían haber ganado una importante batalla, pero él volvía a la casa de sus padres ya que no tenía dinero para vivir solo. Como suele suceder en estos casos, fue acogido con esa mezcla de placer por tener de nuevo al hijo en casa y de decepción por los fracasos de éste.
Allí trató de reflotar su vida, que parecía destinada al naufragio. Perdió amistades por no tener dinero para acompañarlos en sus planes, demasiado costosos para él, ganó varios kilos por el estrés y el exceso de atenciones culinarias de su madre, terminó por repudiar todos aquellos preciados recuerdos de su etapa de monstruo sin alma.
Pasaron los meses y al fin encontró un nuevo empleo, nada fastuoso, pero suficiente como para volver a tener ingresos recurrentes y recuperar su independencia. No encontró el amor, tampoco lo buscó, pero se apuntó a un gimnasio e hizo nuevos amigos. Sentía que, tras sudar y apretar los dientes, había sobrepasado el duro puerto de montaña que se había interpuesto, metafóricamente, delante de él. Hasta que, un día, en su muro de facebook alguien compartió una noticia.
Hablaba de la época de las batallas contra demonios y de cómo éstas habían quedado relegadas a un pasado nostálgico. Por lo visto, según decía el texto, su caso no había sido el único. Se trataba de una dedicación que exigía un compromiso que a la larga ninguno había sido capaz de mantener, ya fuera por la falta de tiempo para compaginar ambas vidas, ya fuera por las secuelas físicas a largo plazo de tomar aquellos agresivos compuestos, o ya fuera por el absurdo empeño en ocultar aquella parte de su existencia hacia los demás, con las consecuencias personales, en cuanto a pérdida de confianza, que todo encubrimiento tiene para familiares y entorno cercano.
Luego se daban ejemplos, y hasta un ranking de los héroes más célebres y los demonios más malvados. Él estaba situado nada más y nada menos que en el número uno de la lista de los demonios.
No supo, o no quiso saber, lo que aquello implicaba para él ya que justo en ese instante tenía que irse a trabajar. Pero cuando volvió a casa, encendió el ordenador y vio la noticia de nuevo. Y la leyó, y la volvió a leer. Y comenzó a sentir un malestar indefinido, como si alguien le restregara un lagarto muerto por la espalda.
Petrarca, la inmortalidad de la fama. Ahí estaban, delante, en aquel artículo, los frutos de sus noches de gloria, el recuerdo de su paso por el mundo, la posteridad. Pero él ganaba poco más de mil euros al mes, y se estaba quedando calvo. La noticia no tenía más que doce “me gusta”.
Lagarto, lagarto verde resbalando estúpidamente por su espalda, hasta caer al suelo.
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