Metamorfosis perruna jamás imaginada

Metamorfosis perruna jamás imaginada

                      METAMORFOSIS PERRUNA JAMÁS IMAGINADA


          –   Papá, estoy harta. Los perros del vecino están ladrando desde hace dos horas, no puedo concentrarme.

          Hace tiempo que soportamos los conciertos intempestivos de los canes. Chispa es blanco, canijo, con genio, tiene voz de tiple-falsete y se suelta por soleás. Grouch es grande, negro, peludo, con voz de cimarrón, como salida de los infiernos. No pocas veces me han dado ganas de tirarles un tomate, muchas más el aire ha sido testigo de mis improperios. Pero, como dijo Cánovas, «hasta aquí hemos llegado». Mientras bajaba apresuradamente, una voz interior me susurró: «tranquilo, los chuchos no tienen conocimiento».

       Después de llamar tres veces, Ellos dieron señales de vida.


       –    Buenas tardes.

       –    Buenas.

       –    Disculpen, pero sus perros nos molestan a todas horas. En estos momentos mi hija no puede estudiar y yo no puedo trabajar.

      –    Los perros también tienen derechos. No llame más a nuestra puerta, esto es acoso.

     –    ¿Acoso? Les aviso con educación. Los derechos de los perros acaban donde empiezan los míos…

     –    Es Ud. muy exagerado y susceptible.

     –    Hay unas ordenanzas sobre contaminación acústica, cuidado de los animales y respeto a las personas. Si Ud. no toma medidas, tendremos que poner una denuncia.

    –   Pues nos vemos en los juzgados.

    –   Si no hay otro remedio….

          Al hilo de esta esta conversación, día y medio duró la paz en tono menor. Entonces tuve una idea: hablaré con los perros.

         Ante mi llamada, se acercaron ladrando.

        –     Tranqui, colegas, yo fui perro antes que hombre.

            Al oír estas palabras ambos cayeron de espaldas, emitiendo unos sonidos familiares que me dejaron estupefacto. «Dios, ¿estoy soñando o se están riendo?», pensé. Grouch desbordó mi asombro cuando masculló:


        –     Sí, y nosotros fuimos gallinas, ¿sabes?

        –     ¡Cáspita!, ¿habláis?

         –     Sí. Estamos embrujados como castigo a una fechoría que hicimos cuando éramos jóvenes, ¿verdad Chispa? Si alguien nos habla podemos responder, tú nos has caído bien.


       –     Entonces, ¿por qué molestáis?

        –     Ladramos no contra vosotros, sino contra Ellos, a quienes debemos rendir vasallaje. Por las noches «pillamos» en los mercados lo que podemos para Ellos; a cambio, nos dejan sueltos. Pasamos hambre; ladrando, olvidamos nuestras penas. Nos gustaría mandarlos al infierno. Sentimos molestaros.


      –      Se me está ocurriendo una idea. Tengo un amigo que es poeta. Sus versos tienen propiedades especiales. Hoy es luna llena; cuando Ellos
estén dormidos les recitáis al oído este poema, les sopláis en la nariz y cantáis la canción Libertad, de Aute.

      –    Hecho.


              Al día siguiente los amos despertaron siendo perros y los perros amos. Chispa
y Grouch abrieron la puerta de la casa y se fueron silbando. Ellos querían hablar, pero sus palabras eran ladridos estentóreos e ininteligibles. Así pasó un día tras otro hasta que la policía certificó que aquellos animales estaban definitivamente abandonados. Ellos se resistieron y protestaron airadamente con aullidos y mordiscos, pero no pudieron evitar que los llevasen a la perrera. Jamás nadie los ha reclamado.

                                                                      FIN

                                                                       CALLE SUR (MAJADAHONDA)

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