PONER LA PUYA AL TROMPO

PONER LA PUYA AL TROMPO

Aquella tarde me di prisa al salir de la escuela, en un santiamén llegué a mi casa sorprendiendo a las mujeres que en la resolana del patio cosían o bordaban mientras escuchaban la novela de turno protagonizada por las voces de actores de la Radiodifusión Española. Mi madre y algunas vecinas que concurrían saludaron mi llegada, mi abuela me miró por encima del cilíndrico “mundillo” donde con mucha maestría y habilidad mezclaba los palillos en el difícil arte de hacer encajes de bolillos. Algo intrigada por mis prisas, me sonrió como siempre e indicó que sobre el poyo de la cocina estaba la merienda. Cogí el bollo de pan, las dos onzas de chocolate y mientras las mordisqueaba, me dirigí raudo a mi habitación dejando la cartera encima de la cama. Sobre la mesita de noche estaba mi alcancía y una cónica peonza sin usar, que semejaba una limpia pera de madera y a su lado, un volantín impoluto medido concienzudamente.

De la alcancía de hierro colado que la Caja de Ahorros me había obsequiado para estimular el ahorro, a pesar de mi temprana edad y escasos recursos, sustraje sólo dos reales que era lo que necesitaba. Metí mi preciado tesoro en uno de los amplios bolsillos del pantalón y saliendo a la calle me encaminé hacia la carpintería de Curro Tomate, donde un aprendiz llamado Nicolás cambiaba la redonda, roma e inofensiva púa por una acerada y afilada puya, que roja en su incandescencia introducía en la punta del cónico juguete. Mis ojos observaban todos los detalles de la ejecución, mientras mi pequeño cuerpo se mostraba nervioso e impaciente. El olor de la fragua donde la puya enrojecía y el de la madera requemada quedó grabado y guardado para siempre en algún recoveco de mi mente. Cuando Nicolás me lo devolvió ya convertido en auténtico trompo, como mandaban los cánones, le pagué sin demora los dos reales convenidos. Corrí hacia el llano de La Cantina deseoso por probar su baile, su giro y comprobar si la puya quedó recta antes de competir en el ruedo con quien allí hubiera. Una y otra vez le relié el volantín con parsimonia, y cada vez que lo lanzaba me quedaba extasiado por la perfección con que mi trompo giraba, bailaba, silbaba…..era como escuchar música suave, esa música que escuchaban los mayores… Para mis adentros pensé que la puesta a punto había resultado todo un éxito. Bailaba con tal elegancia que ni siquiera un maldito “zarapapú” entorpeció su coreografía.  

Pero había llegado el momento de pasar la verdadera prueba de fuego, debía recibir el bautismo y con ello correr el riesgo de ser astillado por algún experto y aprovechado veterano. Pasado ese mal trago con éxito, el atardecer me llevaba de nuevo a casa donde me esperaba el agradable momento de embellecer con coloridos y concéntricos círculos toda su redondez.

Aquella noche dormí plácidamente soñando con los mejores éxitos del que fue mi primer y mejor trompo. 

 FIN

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LLANO LA CANTINA,GERENA, SEVILLA

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