RETRATO DE UN PERDÓN

RETRATO DE UN PERDÓN

Almudena Villalba

10/01/2016

RETRATO_DE_FRANCO.jpg

Penal de Cáceres, Mayo de 1941

─ Le agradezco su visita, Señor. Espero que haya encontrado todo a su gusto. Sabe los medios de que disponemos para tratar a los reclusos. Querría pedirle que hiciera un buen informe. Traslade nuestros mejores deseos a su Excelencia, el Generalísimo. Aquí tiene un pequeño presente que deseamos sea de su agrado.

─ Hombre ¡Qué detalle! Es un retrato muy realista ¿Quién es el autor?

─ Un recluso, Señor. Julián Villalba. Se le da muy bien la pintura. Ha pintado varias casas de los funcionarios y mata su tiempo decorando las paredes de la celda.

─ ¿Qué delito ha cometido?

─ Luchó con el  bando republicano y fue alcalde de su pueblo. Destacaba entre sus paisanos, por eso le cayeron treinta años, para evitar que contagiara su ideología. Se le consideró un peligro para el Régimen.

─ ¿Tiene delitos de sangre?

─ No, que yo sepa. Su comportamiento es muy bueno, Señor.

─ Bien, me llevaré su expediente. El Generalísimo está concediendo indultos para la libertad condicional y para ello ha creado las Comisiones Provinciales de Clasificación de Presos. Recibirán noticias de la resolución.

Penal de Cáceres, Febrero de 1941

Estaba despierto, los calambres musculares se habían convertido en su único despertador, adelantándose a la tenue luz que se filtraba por el ventanuco al amanecer. El origen del malestar no era el frío, mitigado por la manta que consiguió tras pintar la casa de Genaro. Quizá fuera la escasa comida que llevaba ingiriendo desde que pisó aquel infierno.  «Por lo menos lo estoy contando »─ pensó Julián─  «Peor suerte han corrido los otros. ¡Esos vientres hinchados como balones de cuero! Y en dos semanas, a criar malvas. Mientras hay esperanza, hay vida, Julián».  Lo repetía cada mañana «No acabarán conmigo. Estoy sano. Aprovecho bien el caldo sucio que me dan y el poco aire que respiro fuera de estas paredes podridas, manchadas de penurias y lamentos»

La puerta de la celda se abrió. Su ruido ya no tensaba sus músculos hasta dolerle ni el sudor frío corría por sus sienes. El  tiempo había enterrado en su memoria: los alaridos de los reclusos, las despedidas sin despedida, la sangre en la tapia del patio y el llanto contenido del miedo de los valientes.

─ ¡Arriba, vamos! Te está esperando el Director General─ Espetó el guardián, mientras le despojaba de la manta.

Julián avanzó por los largos pasillos hasta alcanzar el despacho. Traspasó las puertas de hierro que  recordaban la diferencia entre vencedores y  vencidos.

─ Julián Villalba ¿Verdad?─ preguntó el Director─  Me han dicho que se te da muy bien la pintura. ¡Contesta!

─Eso dicen, Señor.

─Bien, pues tengo un trabajo para ti. Quiero que hagas un retrato de su Excelencia, el Generalísimo. ¡Tienes dos meses para acabarlo! ¡¿Entendido?!

Y así, sin posibilidad alguna de negarse, aquel recluso ennegrecido por la podredumbre de la cárcel, con las manos agrietadas y el alma arrugada de haber exprimido al máximo sus motivaciones, empezó aquel retrato. Vació el corazón de rencor para llenarlo de trazos de colores, que le permitirían olvidar la hambruna y su melancolía.

Carpio de Tajo, Toledo, Septiembre de 1939

 María intentaba azuzar el fuego  para preparar el almuerzo. Aquella mañana, con la cartilla de racionamiento,  le habían dado un huevo, doscientos gramos de pan y diez gramos de azúcar. Todo un manjar, teniendo en cuenta que se había hecho experta en cocinar tortillas sin huevo,  caldos sin huesos y pan sin harina.  Cambió el huevo y el azúcar  por abrigos para los más pequeños. El invierno anterior acechó  la casa con el alarido de un viento helado, y la pulmonía merodeó a  los niños. Dormían los cuatro juntos y la foto de su querido “Julo” sobre el pecho. No lo había vuelto a ver desde que se lo llevaron al alba un día de primavera, con las lágrimas del rocío y el cortejo del aullido de los perros que coreaban el desgarro de la separación.

Ese día el cartero llamó a su puerta. Con las manos temblorosas y los ojos acuosos, lo miró y le dijo: No sé leer…Cuando acabó de trasmitir las palabras, el hombre tuvo dos segundos para reaccionar y tomar el cuerpo de María entre sus brazos.

─ ¡Señora, despierte! ¡Señora!

Al momento volvió en sí.  Sonrió al cartero que, atónito, escuchó sus gritos: ¡Treinta años!  ¡Menos mal! ¡No le fusilarán! ¿Me oye? ¡Mi Julo volverá! ¡Lo sé!

Habían transcurrido tres años desde que recibió aquel escrito. Cayeron sobre su ánimo como una lápida para pisotear, sin piedad, las flores de su juventud. Las dificultades, el hambre y la ausencia de las caricias de su hombre, mudaron la alegría inicial por la realidad más espantosa. Treinta largos años se le hacían muchos, teniendo en cuenta que los tres últimos, le habían parecido siglos. Se olvidó de soñar con su regreso, incluso dejó de esperar a los  barcos llenos de maíz que tantas veces había prometido el nuevo régimen para paliar la hambruna. No contaba con ver el rostro de su amado en muchísimo tiempo, y aprendió a sobrevivir con ello, como con el frio, la escasez, los llantos de los niños y la pena; una pena que le regalaría la vejez prematura, junto con la sabiduría que encallece los corazones rotos.

  Al atardecer de un nuevo otoño, María oyó fuertes ruidos que venían de la calle. Era uno de sus pequeños, que abrió la cortina con los ojos muy abiertos y gritando:

─ ¡Madre! ¡No se lo va a creer!… ¡Padre ha vuelto! ¡Ha vuelto!

Se escurrió el cuenco de sus manos y se agachó a recoger los pedazos. Una sombra alargada se posó sobre ellos. Alzó la cabeza lentamente para contemplar el rostro añorado, mientras Julián soltaba el hato para abrazarla. Las manos de María rodearon su cintura  y lo apretaron con fuerza. Aquel veintidós de octubre de mil novecientos cuarenta y dos, sellarían su reencuentro con el mayor de los milagros: la vida incipiente del benjamín de la casa.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus