El hombre se quedó largo rato mirando el cadáver tendido en el ataúd. Transcurrieron muchas lágrimas antes de sacar la desteñida foto de su bolsillo y colocarla sobre el vidrio que separaba el cuerpo inerte del ambiente caluroso de esa tarde de verano.
Era una vieja foto en blanco y negro que dejaba ver una mujer hermosa sonriéndole a la cámara. Una cabellera abundante y oscura, hermosamente peinada. Unos ojos oscuros pero luminosos, expresando alegría. Estaba elegantemente vestida según la moda de hace ya muchos años.
No necesitaba ver más esa foto. Ya la había repasado tanto en los últimos días que había memorizado cada línea, cada detalle. Era hora de que se quedara donde pertenecía: lo más cercana posible al pecho del cadáver tendido en el ataúd.
¡Tenía tanto que agradecerle a esa foto!
Recordaba perfectamente la escena del día que la vio por primera vez. El viejo buscaba desesperado en el fondo del baúl, los ojos inundados de lágrimas. Era conmovedor ver la ansiedad que reflejaba. Como si se tratara de un tesoro enterrado.
“Papá, ¿Qué buscas allí?” le preguntó al verlo tan ansioso. El viejo no respondió. Siguió absorto en su búsqueda desenfrenada sin reparar en su presencia. Fue solo cuando logró encontrar lo que buscaba que levantó la mirada rodeada de arrugas y, tendiendo hacia él la vieja foto, le preguntó: “¿Verdad que era hermosa?”.
El hombre la tomó entre sus manos y casi sin pausa preguntó: “¿Era mamá? ¿Cómo es que nunca había visto esta foto?”
El viejo pasó sus manos por el rostro para apartar las lágrimas y respondió: “Si, es una foto de tu madre. No la habías visto porque tiene más de cincuenta años encerrada en este baúl. Ella nunca supo que yo la tenía en mi poder. ¡En ella sale tan hermosa! ¡Mírala, por favor! No puedo creer que acabamos de dejarla en ese sitio tan frío y oscuro”
“Si papá, era muy hermosa. Pero creo que no ganas nada torturándote de esa manera. Acabamos de dejar un cadáver inerte. Mi madre está con nosotros en nuestros corazones y en la memoria de Jehová Dios. Debes tener la esperanza de que cuando se cumpla la promesa de la resurrección volveremos a verla”.
“Perdona que no tenga esa fe que tú tienes, hijo. Mi vida sin ella será muy solitaria, muy triste. Solo me queda esta vieja foto a la que por cierto, debes tu existencia y además, salvó la vida de tu abuelo”
“No entiendo, papá. ¿Qué historia tiene esta foto?”.
El viejo miró al hombre con profunda ternura y volvió su mirada nuevamente a la foto. Tras un largo suspiro, rompió el silencio: “Cuando yo tenía veinte años mi padre se suicidó. ¿Ahora comprendes porque nunca te hablé de eso? Unas circunstancias tan oscuras es mejor dejarlas en la ignorancia de nuestros seres queridos. Sobre todo si son el origen de una serie de nuevas desgracias… La muerte de mi padre sumió a mi madre en una profunda tristeza que desencadenó en enfermedad y posterior muerte. Como comprenderás, yo quedé desolado. No entendía como un hombre de negocios tan exitoso, haya quedado en la más absoluta ruina, que le llevó a tomar esa absurda decisión.
Me costó mucho reponerme de aquella tristeza que me corroía los huesos. Pero pasado un tiempo, comencé analizar los hechos que terminaron con la muerte de mi padre. Resulta que su socio en los negocios lo había estafado. Convenientemente, algunas inversiones en las que participaron, fracasaron totalmente, dejándolos en la más absoluta indigencia.
Sin embargo, este hombre seguía viviendo con mucha opulencia en un pueblo cercano, mientras mi padre debía dar la cara a todos los acreedores que se le vinieron encima… No pudo con aquello, y tomó la funesta decisión. Investigué los detalles paso a paso. Me obsesioné con ello. Y mientras más averiguaba, más crecía dentro de mí una rabia que me estaba consumiendo”.
Logré conocer donde vivía aquel hombre. Pasé cinco largos años siguiéndolo. Conociendo hasta el más mínimo de sus pasos. Planificando con siniestros detalles su muerte. Quería torturarlo y producirle dolor. Todo el agudo dolor que me había hecho sentir. Sin embargo, siempre terminaba postergando ese momento. Tenía que ser perfecto. Pero la verdad era que no me atrevía.
Una larga noche de insomnio decidí hacer una incursión a su casa. Era una casa que conocía bien. La había estudiado detalladamente por mucho tiempo. Sabía por dónde entrar sin ser descubierto. Me hice amigo de algunos empleados de la casa que me habían descrito su interior detalladamente. Me armé de un filoso cuchillo con la intensión de hacer el menor ruido posible.
Solo iba por él. No tenía nada en contra de su familia.
Resultó como lo planifique salvo por un detalle. Cuando cruzaba la sala sigilosamente, un rayo de luz iluminó una mesa que exhibía una serie de fotografías familiares. Y fue allí cuando la vi… Era la mujer más bella que jamás hubiera visto. Un ángel en medio del infierno que yo estaba viviendo”.
Las manos del viejo temblaron al hacer una pausa en su relato y agregó extendiendo nuevamente la desteñida foto a su hijo: “Mírala por favor. ¿No es acaso la mujer más hermosa que alguna vez vieran tus ojos? Esos alegres ojos oscuros me miraron tan profundamente que me estremecí. Esa preciosa sonrisa que me dirigía en medio de la semi-penumbra de aquella sala me cautivó. En ese momento decidí que ella sería la mujer con la que quería pasar el resto de mis días. Pero eso no sería posible si era condenado por un crimen. Así que tomé la foto de la mesa y me marché.
A esta foto le debes tu existencia y aquella noche, le salvó la vida a tu abuelo materno. Hoy he venido a buscarla a este viejo baúl después de cincuenta años, para ver si salva la mía”…
El hombre volvió a mirar el cadáver tendido en el ataúd y poniendo su mano sobre la foto, suspiró entre sollozos.
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