Historia corta de una larga historia

Historia corta de una larga historia

Lua Hook

09/01/2016

Hoy estamos todas juntas, la luz del sol de un febrero inusual y frío se cuela por la ventana de la habitación del hospital donde las mujeres de mi familia nos hemos reunido para despedir a la cabeza del clan, mi abuela. Ella, la más fuerte de todas ahora está en la cama dormitando, no nos mira pero sonríe, sabe que se marcha pero nos escucha tranquila mientras contamos las historias de su vida.

Cuando mi abuela tenía solo nueve años empezó la guerra cilvil en España y la llevaron de su Madrid natal a Sierra, un pueblo de Valencia, con su hermano de dos años de quien tuvo que ocuparse en aquel exilio indefinido de niños refugiados. Pasó mucho frío, pero sobretodo por dentro. Trabajó como sirvienta en la casa de una familia donde les acogieron como niños de la guerra y donde a pesar de darles techo, no les dieron otra cosa que patatas de desayuno, patatas de comida y patatas de cena, como quien da de comer al ganado, tanto es así que viviendo aquella injusticia y sin entender por qué ella misma fue al ayuntamiento del pueblo a denunciar la situación y a reclamar sus derechos. Al poco tiempo su padre, Jacinto, mi bisabuelo que era policía secreta de la República cambió de opinión y fue a recogerlos.

Contaba mi abuela que ya en casa, cuando su padre llegaba de trabajar por la noche se sentaba al borde de la cama donde estaba dormida y le cantaba flamenco, decía que lo cantaba muy bonito… Cuando la madre de mi abuela, Luisa, mi bisabuela se daba cuenta le regañaba por despertar a los niños pero él volvía al día siguiente a cantarle sus coplillas, buscando compensar todo el tiempo que había pasado sin ellos. Un año justo duró aquella etapa hasta que le llevaron a la carcel por ser un supuesto mal hijo de la patria y allí fue donde le vio por última vez, entre rejas y jamás se le borró aquella imagen.

Pasó la guerra en Madrid y se instaló la postguerra, donde si cabía aún eran más pobres. Cartillas de racionamiento, humillaciones, desesperación. Luisa, su madre, mi bisabuela cayó enferma del corazón, así que mi abuela se ocupó de trabajar, de la casa y de la familia. Todo aquello era demasiado para cualquiera, pero ella siempre andaba cantando las coplas que le cantaba su padre y así no perdía la sonrisa.

Creció mi abuela en una España gris, en un Madrid bombardeado donde no había casi qué comer. Era guapa, inocente y fuerte, a los catorce años empezó a trabajar en el taller de toldos de un familiar. Un día al salir del trabajo una compañera le propuso ir a un tablao flamenco que había cerca del taller. Emocionadas, como niñas que eran se sintieron afortunadas y libres por un momento. Su amiga le dijo al oído que había un chico, el de los ojos verdes, que no dejaba de mirarla, mi abuela, que era la inocencia hecha persona contestó que seguramente le estaría mirando a ella. Al momento el chico de los ojos aceituna se acercó a la mesa y preguntó si podía acompañarlas; mi abuela no dijo una palabra más en toda la tarde. Cuando terminó el pase del cante, él se ofreció a caminar con ellas hasta su casas y ellas aceptaron, la primera parada fue el portal de la casa de mi abuela en la Ronda Valencia, casi sin mirar se despidió y mientras sacaba la llave, él, su futuro marido y el amor de su vida la agarró del brazo y preguntó -¿Puedo venir mañana a buscarte?- mi abuela se ruborizó y contestó que no podía ya que tenía que cuidar a su madre. Él insistió, -¿Podría entonces ir a buscarte al trabajo?, ella no dijo más que un -Bueno..- y subió corriendo sin mirar atrás.

En aquel momento empieza la historia del amor de su vida, mi abuelo, con quien tuvo dos hijos y una vida complicada. Él la quiso más que nadie a su manera, pero ella le quiso más.

Mi tía dice que el abuelo la espera con la guitarra en la mano para pedirle perdón por todo el tiempo que no ha pasado con ella. Entonces me acuerdo de su padre, Jacinto, mi bisabuelo y me pregunto si los dos hombres de su vida estarán ahora sentados al borde de su cama cantándole bonito, por su sonrisa.

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Mi abuela Ángela de las Nieves y mi abuelo Eugenio Mariano 

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