Les hicieron una fotografía a aquellos tres hombres, que eran hermanos, cuando estaban a la puerta de la taberna, un lugar muy habitual para ellos. Al fondo se ven rostros llenos de curiosidad. Era a finales del S. XIX o principios del XX. Dos  están sentados a la mesa, uno con sombrero y botas de caña alta,  parecía ser el listo, y el otro lleva una gran gorra y se le ve la cadena del reloj, un gran lujo, a éste le toca ser el más flemático y egoísta. De pie, el simpático o gracioso, por ir siempre borracho.

Ángel, el de la gorra grande, estaba casado y tenía dos hijas pequeñas. Decía que lo hacía por ellas, que no le gustaba tener que ir a otro sitio a trabajar en la mina, pero que era lo mejor para poder mantener a sus mujeres. Se fueron los tres hermanos. Trabajar no debieron hacerlo mucho. De vez en cuando se metían en algun lio, se deducía que era de juego. Pedían dinero a las mujeres de su pueblo que trabajaban en la zona. Eso, da que pensar, en infidelidades, y cosas peores. Y su mujer tenía que saldar esas deudas y para ello, aquella mujer, que solo era eso, una mujer, tenía que buscarse la vida, hacer algo para saldar las deudas de aquel que se fue «por ellas, y mantener a sus mujeres».

Pero volvió, y lo hizo cuando estaba enfermo. Contrajo la tuberculosis, y obligó a sus mujeres a marcharse a otra ciudad, él decía que sería beneficioso para sus pulmones. Pero ni aun así se salvó. Aquel hombre egoísta, mujeriego, jugador y un largo etcétera, no le importó nada dejar viuda y dos hijas. A su esposa su muerte le supuso cambiar un problema por otro. Se había ido su marido cuando todavía ella era joven, pero le había dejado con dos bocas más que alimentar. Pero ya no tenía que ir saldando las deudas de aquel hombre.

El hecho de quedar viuda, con  hijas pequeñas, obligó a aquella mujer, que como todas era fuerte y valiente, pero mujer al fin y al cabo, a contraer nuevas nupcias. No le quedaba otra solución, si quería sobrevivir y, si era posible, que también vivieran sus hijas. Con el nuevo marido tuvo dos hijos más, o sobrevivieron dos más. Que como tenían padre poseían más valor que los aportados por la mujer. En esta nueva situación, las hijas mayores de la madre tenían que ganarse el poder vivir con ella y con sus medio-hermanos, con el beneplácito del hombre-padre de la casa. O dicho de otro modo, agradecer al padrastro que les permitiera vivir con su familia. Para ello tenían que trabajar duro para su familia de acogida. Y lo hicieron del único modo que podían: convirtiéndose en las esclavas o criadas de aquella familia pobre. Ellas se encargaban de llevar la casa, mientras su madre estaba en la tienda que llevaba, pues el marido se ganaba la vida comprando las mercancías para luego venderlas. Alguien tenía que ocuparse de la casa, cuidar de los animales y del campo. También de cuidar de «sus hermanos», y había que hacerlo bien para que el hombre de la casa no se enfadara.

Esto hizo que aquellas dos niñas se convirtieran en mujeres demasiado deprisa. Demasiadas responsabilidades, demasiado poco tiempo para asimilar las cosas, todo ello les hizo que el carácter se les agriara, que se convirtieran en hurañas, pero siempre en silencio, no fuera a ser que alguno de los hombres que las rodeaban se enfadara. Eso podía traerles consecuencias no deseadas. También les hizo acostumbrarse a vivir con miedo.

Cuando llegó la hora de casarse, lo hicieron, las dos hermanas. La segunda solo tuvo un hijo, y fue varón, pero a la mayor le sobrevivieron tres hijas. Se sentía en la obligación de seguir agradeciendo a su madre y padrastro que estuviera viva. Ese fue el motivo, por el que una de sus hijas se convirtió en la criada-esclava de sus medio- primos. Fue su propia madre, la que antaño había sido la criada,  quien cedió  a una de sus hijas para que siguiera contribuyendo al enriquecimiento aquella casa, que no de su familia. Cuando esta se casó salió pitando de aquella prisión,» ¡qué había hecho ella para que su propia madre la condenase de esa manera!». Tal vez fuera por el simple hecho de que se sintiera agradecida, u obligada con la que había sido su familia.

Pero esto continuó, pues de todas aquellas hijas que habían sobrevivido de aquella extraña mujer que cedía a sus propias hijas, tuvieron hijas a su vez. Y todas ellas continuaron haciendo lo mismo Convirtiendo a una de las hermanas en la criada de la otra. No se sabe bien por qué. Tampoco se entiende por qué lo acepta la hija o hijo beneficiario, que también se da el caso, esta situación. Que una de ellas deje de ser hermana para convertirse en  criada. Ahora una de esas criadas, que ya no lo es a tiempo completo tuvo hijas y gemelas. Son pequeñas todavía, hay que esperar para averiguar si ese gen tan extraño de ser criada de los hermanos sigue vigente, o ya ha desaparecido.

FIN

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