Clara se había quedado esa tarde vacacional a cuidar de su abuelo. Su madre tenía que hacer unas compras y ella, que no tenía nada que hacer, se había ofrecido inmediatamente a hacerle compañía. Le gustaba pasar tiempo con su abuelo. En realidad, le gustaba más cuando él todavía no había perdido la cabeza a causa del alzhéimer. Entonces, el abuelo le contaba muchísimas historias asombrosas que habían alimentado su cabeza desde pequeña. Lo triste es que ahora él ya ni la conocía “una chica como otra cualquiera”, decía y se quedaba tan ancho. Ese era todo el reconocimiento que esperaba de él.
Pero esa tarde el anciano estaba especialmente parlanchín. Clara escuchaba las frases inconexas que salían de su boca. De repente, algo llamó la atención de la nieta. De los ojos de su abuelo brotaban unas lágrimas que recorrían lentamente su cara hasta perderse al final de la barbilla. Ella intentó secarlas con la mano, pero él no se dejó. Mirándola a los ojos, añadió:
– Pero ¿qué mal he hecho yo para que mi madre no me quiera?
Clara le contestó:
– Qué mal vas a haber hecho tú, abuelo, si eres un santo. Además, la bisabuela Maite te quiere un montón. No sé por qué dices eso.
No obtuvo respuesta. En ese momento, él empezó a cantar una canción de su juventud mientras más lágrimas seguían resbalando por sus mejillas: “Ya se van los quintos, madre…”
Cuando la madre de Clara llegó a casa le preguntó:
– ¿Qué tal con el abuelo? ¿Te ha dado mucha guerra?
– No, la verdad. Pero ha dicho algo que no he entendido.
– ¡Qué suerte has tenido entonces! A mí me dice tantas a lo largo del día, que ya he perdido la cuenta.
– Mamá, ¿por qué me ha preguntado qué había hecho él para que su madre no le quisiera?
Su madre, de espaldas a Clara, arqueó el cuerpo y la hija notó cómo se tensaban sus músculos mientras respondía:
– Pues no me digas, dice tantas cosas irracionales.
– No creo que esto fuera un sinsentido porque lloraba mientras me preguntaba. Además, si así fuera, ¿por qué te has puesto nerviosa cuando te lo he preguntado?
La madre explotó sacando de dentro toda la rabia acumulada durante años:
– Pues porque toda su vida ha estado con ese tema. Pensé que el alzhéimer haría que lo olvidara, pero no, ahí lo tiene, siempre presente.
– ¿Pero qué?
– Mira hija, ya es hora de que lo sepas. Tu bisabuela abandonó a tu abuelo al poco de nacer.
– ¡Anda ya! Pero si yo la vi con él y lo quería con locura.
– No, hija. La bisabuela Maite, no. Su verdadera madre.
Clara miró a su madre con incredulidad. Luego a su abuelo. Los miraba a uno y a otro como si de un partido de tenis se tratara. Estuvo un rato en silencio con la boca abierta por la sorpresa hasta que al final añadió:
– Pero, ¿qué dices? ¿El abuelo era adoptado?
– Sí. Eso mismo.
– Entonces, la bisabuela Maite, ¿no era mi bisabuela?
– Sí, hija, sí lo era. Pero no de sangre. A la verdadera madre de tu abuelo no la hemos conocido. Nunca quiso saber nada de él ni de nadie de su familia.
– ¿Pero por qué?
– Porque lo tuvo siendo ella soltera. Tu abuelo fue un error desde el principio y así fue considerado toda su vida. La única culpa suya fue nacer en el momento y el lugar equivocados.
Clara se sentó al lado de su abuelo, le cogió de las manos y le pasó una mano por sus mejillas. Él seguía llorando. Parecía haber escuchado la conversación entre madre e hija pues llevaba un rato callado con la mirada perdida. Clara, agachó su cabeza y también permaneció en silencio. Su madre los miró a ambos. Reflexionó un momento y salió del salón. Al poco rato volvió con la cartera del abuelo en sus manos. La abrió y sacó una pequeña bolsa de plástico de la que extrajo un trozo de papel que le extendió a Clara.
Se trataba de una vieja fotografía en blanco y negro. En ella aparecía una guapísima mujer vestida de negro con la cabeza cubierta con un velo.
– Mira, esta es tu verdadera bisabuela, Florencia. Tu abuelo ha llevado su foto en la cartera desde que la consiguió.
– ¿Florencia? ¿Tenía el mismo nombre que el abuelo?
– Sí. Le dio su nombre y sus apellidos. Eso es lo paradójico del asunto. Lo tuvo, lo reconoció y a los dos días lo abandonó en un hospicio.
– Y entonces, ¿cómo supo de ella?
– Cuando tu abuelo cumplió la edad para ir al servicio militar, empezaron a reclamarlo y entonces tuvo que solicitar un certificado de nacimiento. Fue así como se enteró de toda la historia. Y también fue así como la conoció. Con los datos que obtuvo investigó hasta dar con la dirección de su madre y allí se presentó. A ella casi le da un infarto cuando lo vio pues con la presencia del abuelo se descubrió un secreto que ella había guardado celosamente durante años.
Clara escuchaba la historia con atención.
– Y ¿cómo consiguió la foto?
– Parece ser que el abuelo coincidió en la mili con un primo suyo. Y fue éste el que se la dio. Desde entonces esa fotografía lo ha acompañado a todas partes.
– ¿Y el abuelo volvió a verla?
– Sí, para su tristeza sí. Fue varias veces a su casa, pero ella nunca quiso recibirlo. Huía de él como de la peste. Cada vez que lo rechazaba, él volvía a casa más decepcionado. Pero nunca perdió la esperanza de que lo aceptara. A pesar de todo, él siempre la quiso. La otra madre nunca existió, pero siempre ha estado presente en nuestras vidas. Muchas veces, los lazos de sangre atan de por vida.
FIN
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