Está oscureciendo. Un aire gélido sopla con fuerza. Camino sola  por calles desiertas, por calles que desconozco, calles que no me son familiares.

Tengo frío y estoy confusa. No puedo recordar por qué ando por estos callejones, qué estoy haciendo aquí. No recuerdo siquiera qué he hecho esta mañana, este mediodía…, qué me ha llevado a adentrarme en esta zona de la ciudad, en este desconocido barrio de calles estrechas y sinuosas.

Me sorprende llegar a un portal, a una gran puerta de madera antigua, ajada. Sigo sin recordar por qué, pero tengo aquella sensación de ya haber estado allí, aquella sensación de familiaridad, como un sabor olvidado, un aroma recuperado de sueños de infancia.

  Empujo la puerta, está abierta. Entro despacio mirando hacia todos lados, parece que no hay nadie. Unas luces tenues iluminan el local, hay butacas tapizadas con terciopelo rojo y una pantalla de cine, donde se proyectan unas imágenes que me resultan familiares. Me siento en una de las butacas y mis ojos se centran en la pantalla donde veo, sentados en la arena de una playa un hombre y una niña.

A pesar de estar de espaldas a la cámara, no me son desconocidos. La niña se levanta, y se pone frente al hombre. Al ver su cara la reconozco…, soy yo cuando solo contaba 6 años, y el hombre de mi lado, es mi padre.

  Una tras otra, pasan por la pantalla escenas de mi infancia; se suceden momentos junto a mi padre, momentos que apenas recordaba, secuencias de un tiempo pasado atrapadas por una cámara imposible.

De repente parece que la película se corta, por unos instantes la pantalla queda a oscuras, pero en seguida aparece otra escena. Veo a mi padre adentrándose lentamente en el mar, y poco a poco, su imagen va difuminándose hasta desaparecer.

La escena cambia otra vez. Ahora me veo a mí misma, ya mayor, caminando por la orilla de la playa. Sola, con la vista perdida en el horizonte, mis pasos apenas dejan huellas en la arena; a lo lejos la línea del horizonte se pierde y el mar se funde con el cielo en un azul de tonalidades plomizas.

La imagen del mar se funde en blanco. La película ha terminado. Siento que me invade una desazón, un gran vacío. Los ojos se me llenan de lágrimas, noto un nudo en la garganta. Sigo sin entender que significa todo esto, pero siento un intenso deseo de ver a mi padre, de abrazarle. Pienso en cuanto le quiero y las pocas veces que se lo digo. A  pesar de su carácter testarudo y callado, a pesar de lo difícil que ha sido siempre saber qué es lo que le  pasa por la cabeza, siempre hemos tenido una relación especial. Pero ahora, tengo un mal presentimiento.

Me levanto y me dirijo precipitadamente a la salida. El gélido aire de la calle me golpea cruelmente.  Las lágrimas se me hielan en los ojos. No sé donde estoy, pero sé que sigo el camino correcto. Voy corriendo por las mismas calles de antes,  ahora ya no me resultan tan extrañas, hay gente entrando y saliendo de las casas y tiendas. Llego  a una plaza, la reconozco, ya estoy cerca de casa.

Oigo sonar mi móvil, dudo si cogerlo, tengo prisa por llegar a casa y llamar a mi padre. Pero no deja de sonar con insistencia, descuelgo.

Alguien al otro lado me dice con voz amable que mi padre acaba de ingresar en el hospital en estado grave. No puede ser, mi padre no. Me dirijo rápidamente al hospital, no estoy lejos. 

 Las escenas se superponen, yo entrando precipitadamente en el hospital, la recepcionista, las enfermeras de planta, el médico…, y mi padre, en la cama con la máscara de oxígeno, inmóvil con los ojos cerrados

Me acerco a la cama, tomo su mano, él abre ligeramente los ojos, esboza una leve sonrisa y vuelve a cerrarlos. Le susurro al oído cuanto le quiero. Le pido, le suplico que no me deje, que sea fuerte, que le necesito a mi lado.

Siento que su corazón late cada vez más débilmente. Noto que su mano va perdiendo fuerza. Vuelve a abrir ligeramente los ojos, su boca intenta decir algo. De repente una respiración profunda y… todo acaba.

Me derrumbo, empiezo a llorar desconsoladamente. Salgo de la habitación, necesito aire.  Ya en la calle,  caminado sin rumbo, siento un gran vacio, y una gran confusión, no entiendo que ha pasado. Que sentido ha tenido todo lo que he vivido estas últimas horas. Ha sido real o tan solo deliraba. No lo sé. Solo sé que mi padre ha muerto y  yo presentí esa muerte antes que sucediera.

Han pasado cinco meses desde que ocurriera todo, y aún a día de hoy no estoy segura de si lo que recuerdo pasó de verdad o fue fruto de mi imaginación.   Tampoco logro encontrar sentido a lo sucedido. ¿Qué era ese cine, ese extraño lugar? ¿Por qué vi en una pantalla momentos vividos con mi padre justo antes de que muriera?

Son muchas preguntas de difícil respuesta. Pero hay una cosa que si sé sin ningún tipo de duda, y es que los recuerdos que tengo de mi padre son reales, que siempre estarán en mi mente, y que nunca desaparecerán.

Hoy he ido otra vez a la playa a la que Él me llevaba, y he notado su presencia. A lo lejos, sentados en la arena, me ha parecido ver, un hombre y una niña.

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