Mi amigo Roberto.

Mi amigo Roberto.

Roque Piñero

03/01/2016

Aún con pantalón corto, estudiando segundo de bachiller; subimos los dos a las falsas de mi casa  para hacer los ejercicios de matemáticas que nos había demandado D. Luis Costa.

En un muro de nuestro improvisado lugar de trabajo, está todavía escrito con lápiz: “En este sitio estuvieron Roberto y Roque haciendo los problemas de ángulo inscrito, cuando teníamos doce y once años respectivamente”, y bajo el texto la firma de los dos.

La palabra,  respectivamente, la utilizaba Roberto a todas horas y en cualquier situación-le dio al zagal por ahí-, aunque no viniese a cuento.

Roberto que, con el tiempo, se hizo un excelente profesional en las ramas de  electricidad y electrotecnia, recién terminada su formación se instaló en un local de la Plaza de la Corredera donde montó un taller de reparación y venta de electrodomésticos.

En la puerta del taller, colocó un cartelón de la marca comercial Emerson. Supongo que dicha marca de electrodomésticos se lo regalaría por ofertar sus productos.

Un viernes del mes de noviembre, con vista ya a la Navidad, requirió sus servicios un lugareño del campo que había subido al pueblo para el mercado semanal, y aprovechando el viaje, le subió en una de las agüeras de la burra, una radio, marca Clarión, que funcionaba a base de golpes, seguramente algún diodo que hacía mala conexión. El buen hombre quería tener su radio arreglada para la Navidad, con el fin de que su mujer hiciese las toñas y los mantecados  contenta y alegre.

Roberto, como buen profesional, tras oír por boca de su dueño los síntomas del funcionamiento a pescozones de la radio, sabía perfectamente que un diodo estaba suelto. Eran  cinco minutos, abrir, apretar la lámpara, volver a poner la tapa y a funcionar.

Roberto le dio una nota de la entrega, e introdujo el mamotreto de radio en el pequeño almacén de las cosas a reparar. Ese almacén era un matalotaje de cualquier cosa que podáis imaginar, desde braseros, a televisores, pasando por secadores de pelo, frigoríficos, etc.

Le dio fecha para recoger la radio antes de Navidad, sobre el día veinte de diciembre, pero no le dijo el año.

Después de romper dos pares de alpargatas el paciente señor, y tras las miles de excusas de mi amigo Roberto, le dijo para quitárselo de encima  una vez más: venga usted el viernes próximo cuándo suba al mercado, que se la lleva arreglada, va a oír su mujer música estas Pascuas.

Ni había mirado en el almacén, ni tenía idea de si estaba la radio, o la había tirado, ni qué radio era.

Como tenia resolución inmediata y una sindéresis natal, llegado el viernes y el dueño de la radio, no se lo pensó dos veces y le endiñó al lugareño un transistor a pilas de reducidas dimensiones con tapas de plástico blanco  mate.

La sorpresa, del paciente señor, fue mayúscula al esperar una radio de madera de considerables dimensiones, su radio, y darle Roberto el transistor.

No se lo pensó, puso la oreja y dijo: se oye, me la llevo.

Terminado el quehacer de los viernes y antes de irse a su casa, se presentó en la taberna del Porras, sobre mediodía, a tomarse un par de chatos de vino con un plato de michirones  como era su costumbre,  con el transistor en el bolsillo de la chaqueta que llevaba colgada de un hombro.

Sin necesidad de ser preguntado por sus compañeros y cuando iba por el tercer chato les dijo a sus amigos de mesa: “El tío el mesón (Emerson), le llevo una radio que no cabía en la aguadera  de la burra y mirar en lo que me la ha “dejáo”; menos mal que  a ésta no hay que pegarle  para que zurra..

Lo que le llegó a decir la buena de su mujer cuándo  se sacó del bolsillo de la chaqueta el transistor es imaginable, pero no viene al caso.

 Fin.

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Fotografía de la radio Clarión.

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