La Catrina se ha llevado a mamá

La Catrina se ha llevado a mamá

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Tierra árida y dura, donde los más valientes lucharon, los misioneros educaron y los mineros trabajaron, pero también tierra de abundancia, donde la plata dio fortuna para construir palacios barrocos tan bellos y lujosos dignos los mismísimos Borbones. Así es mi mero Guanajuato, donde cantaba José Alfredo Jiménez “la vida no vale nada”.

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Son los primeros y convulsionados años del siglo XX, los hombres de Pancho Villa pelean con los de Obregón para tomar la estratégica ciudad de Celaya, Guanajuato. Pero la vida de la gente común continua en una tensa calma. Familias adineradas y hacendadas, como la del joven Diego conviven con familias menos afortunadas como la bella Carlota.

Diego, delgado, ojos expresivos, uno verde y otro azul, nariz recta y un color de piel rosada. Un caballero culto celayense, que portaba su sombrero tejano con un aire de gente “bien”.

Su madre fue Rosaura, mujer recia cómo la tierra que la vio nacer. Sus hermanas eran Consuelo, casada y con familia y Margarita, muy guapa pero con mala suerte en el amor, comprometida un joven español, que le pidió matrimonio, era necesaria la presencia de sus padres que vivían en España.  Viajó a Veracruz, donde embarcaría hacia Europa, pero sufre un accidente el joven castellano y Margarita no lo vuelve a ver. Se vuelve solitaria, pensativa triste y enfermiza pero sobre todo muy amargada.

Carlota una mujer de hermosa cabellera rizada y obscura,  piadosa, sencilla y con una formación para ser una dama de sociedad.

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Los jóvenes novios unen sus destinos en una maravillosa boda, a pesar de los celos de Doña Rosaura, quien siempre se sintió de las clases altas porfiristas de antaño.

En un carruaje llegó Carlota del brazo de su padre Domingo y su madre Carmen a la boda en la iglesia. Con un vestido y velo con corona de azares, con el canto de unos monaguillos que se oían como ángeles.

Caminaron Carlota y su padre, cruzando miradas de ternura y amor. Diego recibe en el altar a su amada, donde los declaran marido y mujer.

Se festeja el matrimonio con un rico banquete, por la noche toman el tren a Pachuca, ella tímida pero feliz, se sentía muy segura con él. Abordan el tren y por fin a sus aposentos.

Sale Carlota con un camisón bordado y su cabello cepillado, se unieron sus cuerpos y almas entre besos y abrazos. Pocas horas después, el sonámbulo de Diego le da almohadazos a su amada. Ella, con el corazón temblando del susto y adormilada levanta la voz y dice: “Diego que te ocurre”. Y es cuando despierta Diego y con gran sencillez la envuelve en sus brazos y entre caricia y caricia duermen, Carlota piensa: “¿Así van a ser todas las noches?”.
Visitan Pachuca y después la capital mexicana, conocida como la ciudad de los palacios, posteriormente regresan a su querida Celaya, la de los dulces de leche, la rica cajeta.

Inician sus vidas juntos, pasan los años y estaban esperando a su séptimo hijo. Por su estado de gestación muy avanzado, dejó a cargo del personal los quehaceres de la casa, pero sin embargo todas las tardes ella estaba al cuidado de sus chiquitos. Cantaba con ellos entre puntada y puntada en éste patio lleno de niños y flores, caballitos de madera, columpios, etc.

Las mayores, nuestras niñas, Luisa de doce y Elena de once años se dedicaban a aprender piano, lectura y escritura. Luisa era más inquieta y amiguera, mientras que Elena era más tranquila, su madre les enseño el bordado y el tejido, y esto significó para Luisa una forma de salir adelante en su época de adulta.

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Una noche al llegar Diego, encuentra una adolorida Carlota, por lo que de inmediato manda a llamar al médico, hay movimiento y al poco rato sale de la habitación.

Llega “la Catrina”, la huesuda de Posada, popular personaje mexicano que representa la muerte, y el médico anuncia el fallecimiento de su amada y el hijo que esperaba.

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Al escuchar la trágica noticia, se le escurren las lágrimas, se sienta junto a su mujer, ella con el descanso de la muerte luce hermosa, su blancura y parece muñeca de porcelana. “Mi gran amor, ¿por qué me dejas?”. Así transcurrió la noche hasta el alba, se le avisó  a la familia y a la funeraria.

Don Diego envía a los niños a casa de Doña Rosaura. A su llegada, las niñas preguntaron por su mamá y por fin les dice su abuela “se fue al cielo con su hermanito y vestirían ropa de luto, se cierran las ventanas y las cortinas en señal de duelo”.

Ese día tan triste, tan obscuro para esos niños, ya huérfanos se siente la soledad en el aire y frio en sus corazones. Solos, sólo ellos, pobres niños, “¿qué pasa, Donde está mamá?”. Luisa y Elena están tristes, su madre está muerta y ¿ahora qué?, “no corran niños, no griten”. A la chiquita Inés le decían, “ya duérmete chiquita, ya casi amanece”.

“¿Muerte, por qué te presentas?, te llevas a mamá, me das escalofrío”. Los mexicanos nos reímos de ti, que llegas sin invitación, te apoderas de lo más preciado. Cómo una sombra entraste y nos dejas vacío, esta vez no podemos reírnos.

Entre llantos y gritos, las niñas comentan: “¿qué hacemos?”, y en ese momento de calma se da el gran encuentro de dos almas hermanas, de dos corazones y dos vidas, toman la gran decisión de seguir adelante, donde la valentía y el amor son el estandarte para pasar el día y salir a delante, un día y otro día y otro día.

Crecen esos niños, unos se van, otros se casan y así se llega a la tercera y cuarta generación de nuestra familia.

Este es un homenaje a éstas dos niñas que fueron grandes madres, hermanas y a nuestros abuelos, Diego y Carlota, víctimas de la adversidad, los valoramos, los queremos y seguiremos el ejemplo de ésta gran familia, en los momentos difíciles recordaremos sus admirables vidas.

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