“Tengo una foto tuya de niña, Conchita. ¿La quieres?” En el mismo cuarto de su nacimiento, justo hace sesenta años: 1955, 29 de octubre. “¡Vaya carita! ¡Pero si era tu cumpleaños!… Desde entonces, ya tenías esa cara de aflicción…” ¿Qué pasaba en esa época? ¿Qué pasaba en tu mundo? En tu mente, en tu casa, en tu país… Periodo de posguerra, luego de la Gran Segunda Guerra. “Los niños son proclives a imitar los gestos de los adultos a su alrededor… Los niños tienden a convertirse en un reflejo mimético de la sociedad a la que pertenecen… ¿Nunca has oído del efecto esponja?” Sí, acaso esa carita sea espejo de una sociedad traumatizada, en angustia… Una explicación plausible; pero aún no me convence. ¿Qué pasaba en tu casa, con la familia? “Ese vestido te lo hizo tu tía Irene.” “¿Y por qué estábamos en su casa en Teotihuacán? ¿Qué no vivíamos aún con mi papá en Veracruz?” Al parecer no: ya la señora Consuelo, de 26 años cumplidos, empezaba a cansarse. “¡Has de dejar a ese cabrón que no lo necesitas!” Seguro algo así habrá dicho la Tía Irene, esa tía que acabo dándole una paliza al cretino, que se le ocurrió golpear a una de sus hijas. “¿Cómo que te anda trayendo de un lado a otro: ora con una hermana, ora con la otra… Ya te digo: eres joven; ¡no lo necesitas!” Puedo imaginarme a la niña sin hogar fijo: una semana aquí, otra allá; siempre rodeada de caras hostiles porque “el muerto y el arrimado a los tres días apestan”. Un vaivén de ir y venir, inestable… ¿O se habrían ido ya? “¡Te largas y no le toca a tus hijas ni una hectárea de los cafetales!” “¡No nacieron con ellos! Si yo he de comer tierra, la misma que comerán mis hijas!” Y lo que esperaba: siguió el vaivén pero ahora acompañado del trabajo duro de restregar pisos, de la crueldad del capital. “Fueron dos panes los que se comió la niña, ¿eh? Ya van descontándose de tu semana…” ¿Sería ya ese el tiempo de la foto? “Yo no recuerdo haber vivido en la costa… Seguro el mar me habría marcado.” ¡Háblame carita! ¿Qué estaba pasando? “¿Tú no recuerdas nada mamá?”
F I N
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