Corre el año 1906, mes de Junio.
El mar golpea sin prisa y sin pausa los costados del barco “Ascensión”, ya es de noche, Antonio se apoya en la baranda dejando que el agua lo salpique.
Siente que lo que está viviendo es solamente un sueño o un cuento fantástico.
Todo aquello que lo aleja, lo acerca más al llamado lejano de su tierra mientras la nave sigue su derrotero hacia América.
Atrás quedan padres, hermanos, amigos, y también los extensos campos donde cultivaba trigo y lino, los colmenares repletos de miel y el bosque de castaños.
Con 24 años, viaja para “hacer la América”, deseo de muchos que como él, dejan lo poco que tienen en la patria, para tentar fortuna en lejanos horizontes.
Cuendo llega al puerto de Buenos Aires, lo recibe Marcos, amigo fraterno que ya le ha conseguido trabajo en Chivilcoy (Pcia. de Bs.As.), como ayudante de cocina en un restaurante.
Trabaja con enorme tesón día y noche, puede ahorrar algo de lo que gana y envía esos “cartos” (dinero en gallego) para que sus padres puedan comprar alguna vaca u oveja.
El descanso nocturno, cargado de pesados sueños, lo transporta a su España, a ese pequeño pueblo de Grobas en Galicia que lo vió nacer y que guarda en sus entrañas, ahí debajo de la tierra, las cuevas moriscas, cavadas por los moros durante los siete siglos de invasión, ahí vivían y ahí cultivaban los campos.
También sueña con lobos, especie que abunda por allí y que es el depredador de vacas y ovejas.
Al cabo de cinco años y con el fresco recuerdo de los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo, la emoción de haber visto de cerca de la Infanta de España y la Avenida de Mayo engalanada con banderas españolas y argentinas, regresa a su tierra.
A su llegada, recorre las casas de familiares y amigos, un día de esos tantos vuelve a ver a una niña llamada Manuela, la misma de 15 años a la que el no le daba importancia antes de su viaje y que ahora se ha convertido en una hermosa y pequeña mujer de 20, asediada por todos los mozos del pueblo.
A pesar de ser tan distintos (a ella le encanta bailar y tocar la pandereta y él no disfruta bailando ni escuchando música), flechazo mutuo y pronto casamiento.
Antonio debe partir nuevamente hacia Argentina, previa acalorada discusión con el cura de pueblo, que lo increpa duramente diciéndole…”no puedes marcharte a un país ajeno a ti, y menos dejando a tu mujer”…
A la sazón Manuela está embarazada de pocos meses, y él marcha a su viaje
prometiendo llamarla para que pronto estén juntos.
A los pocos meses de su partida, nace Jesús, un hermoso bebé que lamentablemente muere de meningitis al año de vida.
Cuando llega la noticia a Buenos Aires, Antonio sólo piensa en la forma de mitigar la enorme pena de Manuela, sola y sin su hijo.
Decide trabajar, si eso fuera posible, mucho más, llega a tener 3 trabajos y duerme apenas 4 horas por día.
Tanto sacrificio rinde sus frutos, ahorra más de lo que puede y lograr comprar una casita del barrio de Belgrano (en la calle Zapata)-
Le escribe a Manuela diciéndole que embarque hacia Argentina sin otro equipaje que lo puesto y algo de ropa que entre en una sola valija.
Cuando llegó Manuela al puerto de Buenos Aires, recibió una prueba de amor insospechada, “su casita” estaba completamente equipada y hasta en las ventanas flameaban alegres cortinas.
Ropa de cama y vajilla se ordenaban prolijamente en la habitación y la cocina.
Al día siguiente, Antonio la llevó a una gran tienda de aquel tiempo “La Piedad” y le compró la ropa que ella no había traído de España.
Años de trabajo codo a codo, la llegada de otros hijos: Cora, Alfredo y José.
Una imagen mostrándolo a Antonio -abuelo de quien firma esta nota-, trabajando en el Bar “El Nacional” o en el Café “El Parque” (ambos en la calle Corrientes) y trabando amistad con músicos de tango de la talla de Pedro Laurenz.
Otro pantallazo los enfoca a marido y mujer atendiendo a sus clientes primero en un almacén y luego en una lechería de su propiedad.
Atrás quedaron los tiempos de Franco, personaje nefasto para España que se hizo acreedor del rechazo y la antipatía de este gallego amante de la libertad.
Lejos también el dolor del pueblo argentino en el año 1930, por esa crisis no sólo económica sino moral, ya que el trabajo no existía y por ende los hombres y mujeres vagaban en busca de una salida sin encontrarla.
¿Qué se podría decir de los gobiernos argentinos, que se sucedieron y padecieron nativos e inmigrantes?.
Mandatos democráticos “pocos”, de facto “muchos”; revoluciones hechas por militares a veces fomentadas por la inoperancia de los gobiernos civiles, que a su vez traían es su esencia mayores despropósitos.
Lo relatado aquí, es una historia muy simple, es el relato abreviado sobre dos vidas, unidas sobre todas las cosas por el amor y porqué no del trabajo, digno y respetuoso como el de la mayoría de aquellos que se fueron un día de su patria sin llevarse nada, con una valija de sueños y enormes ganas de “SER”.
Quienes lean estas pocas líneas, quizás vean en ellas el espejo donde reconozcan a sus abuelos o a sus padres, y quieren que les confiese algo:
“Ese fue simplemente mi objetivo”
ALICIA CORA FERNÁNDEZ SEOANE
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