A Gorri siempre le había llamado la atención aquel libro que asomaba su lomo por encima del aparador de la despensa. Era un lugar extraño para un libro —salvo que fuese de recetas de cocina—, pero aun así se encontraba desubicado. Había intentado cogerlo sin éxito, le faltaba crecer algunos palmos para alcanzarlo. Cada vez que una marca en la jamba de la puerta le indicaba su nueva estatura, se esforzaba por llegar a él subido en una silla que arrastraba desde la cocina en la que sus padres permanecían ajenos a sus extrañas maniobras como si de un juego más se tratase.

De puntillas sobre la silla blanca de madera, estirándose hasta casi dar de sí, justo con la yema del dedo más largo de su mano derecha consiguió arrastrar un poco el pesado libro hasta el borde del aparador, paró y respiró, volvió a intentarlo una y otra vez desplazándolo milímetro a milímetro hacia el vacío hasta que el libro cayó al suelo resbalando por su cuerpo y entre sus manos. Nadie prestó atención al ruido, se bajó de la silla y lo cogió mirándolo con la sonrisa del éxito, le quitó el polvo acumulado sobre su cubierta y leyó para sí: Manual de Obstetricia.

Pasó las hojas, al principio despacio, leyó algunas frases y continuó viendo las imágenes y los dibujos que se sucedían página tras página. Para un niño que no tenía claro el proceso de la vida, ni el título, ni los textos ni los dibujos resultaban comprensibles, ni siquiera amenos. Siguió pasando páginas cada vez con más rapidez hasta que se le acabaron, cerró el libro con cierto desagrado, intentó dejarlo donde estaba, no lo consiguió, decidió esconderlo bajo el aparador, se agachó, lo empujó, miró si estaba bien al fondo , había polvo, se topó con algo inesperado: una foto. Debajo del aparador había una foto perdida.

Se sentó en la silla, la foto no tenía polvo, debía de haber estado dentro del libro, escondida entre sus incomprensibles hojas. El manual de obstetricia había dado a luz con dolor una foto que guardaba en sus entrañas. La miró despacio, enseguida reconoció al abuelo con su pelo blanco y su cara seria permanente, el abuelo había muerto pero lo recordaba, tenía mucho genio, siempre le trató bien. Tío Silvestre, sin duda, a la derecha del abuelo, muy joven, con su bigote de siempre y, a continuación, tío Paulino, gordo, muy gordo, riendo y con los ojos cerrados. El de la derecha debía de ser su padre, delgado, no como ahora, peinado hacia atrás con gomina, eso no había cambiado. ¿Quién era aquella niña en el centro de la foto sentada en una silla de ruedas? Con el gesto serio del abuelo, delgada como entonces su padre, con los ojos cerrados como tío Paulino, hasta parecía que tenía el bigote de tío Silvestre.

—Papá, mira lo que he encontrado —dijo Gorri entrando en la cocina mientras arrastraba la silla blanca.

—A ver. ¿Qué es? —contestó su padre.

—Es una foto antigua, estaba en el suelo de la despensa, debajo del aparador —informó Gorri mientras le extendía la foto.

—Vaya, esta se salvó de la quema, debe de ser la única, ya ni me acordaba de ella —dijo su padre al ver la foto.

—¿Quién es la niña de la silla de ruedas? —preguntó enseguida Gorri, intrigado por aquella presencia.

—Es tu tía Ignota —contestó su padre.

—¿Ignota?, qué nombre más raro —dijo Gorri.

—Bueno, en realidad se llamaba Ignacia, pero tras desaparecer la tía el abuelo  se refería a ella llamándola Ignota porque nunca más supimos de ella —dijo el padre.

—¿Y por qué desapareció, papá? 

—Verás, Gorri —dijo su padre sentándolo sobre sus piernas—. No te he hablado de ella porque cuando se marchó, el abuelo decidió que era como si no hubiera existido, quemó todo lo que le recordaba a ella y llegó el momento en que desapareció de nuestros recuerdos, si no llega a ser por esta foto es posible que nunca hubieses sabido de su existencia.

—¿Y por qué despareció, papá? —insistió Gorri.  Quería saber por qué la tía Ignota había desaparecido

—Pues verás —dijo su padre—, las mujeres, cuando llegan a una edad, quieren ser mamás, y para eso buscan un papá que esté con ellas y las cuide. Cuando tía Ignota llegó a esa edad, se puso a buscar un papá para poder ser mamá, pero como estaba en silla de ruedas el abuelo no quería que buscase un papá, pensaba que iba a sufrir mucho porque los novios la dejarían y porque no podría ser madre.

—¿Y por qué estaba en silla de ruedas? —preguntó Gorri.

—Pues porque cuando nació se complicaron mucho las cosas, su mamá murió al tenerla y ella se quedó para siempre en una silla de ruedas, por eso el abuelo no quería que fuese mamá, porque también se podía morir, así que decidió que fuese monja, y para que le ayudase en su intención le pidió a un primo hermano de tía Ignota, que era cura, que le introdujese en la fe, y el primo hermano cura empezó a verse a menudo con tía Ignota para introducirle en la fe.

—¿Y la introdujo, papá? —siguió preguntando Gorri.

—Pues en cierto sentido, sí —dijo su padre sonriendo—. La cuidó tanto y se ocupó con tanto cariño que, al final, tía Ignota se quedó embarazada del primo hermano cura. Cuando el abuelo se enteró, soltó todos los demonios que llevaba dentro y tanto se asustaron que el primo hermano cura se llevó a tía Ignota en su silla de ruedas y desaparecieron para siempre.

—¿Y cómo se enteró el abuelo que estaba embarazada, papá? —preguntó Gorri.

—Porque les pilló leyendo un libro que decía todo lo que había que saber sobre cómo ser mamá —contestó su padre.

FIN

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