Erase una vez una foto y dos niñas hermanas, nacidas en el mismo año y diferente mes.

Dos niñas en un día de verano, sentadas en el mismo yate de un fascinante carrusel de mil colores.

La pequeña, que parece la mayor, sabe que debe pilotar la embarcación y se acerca al timón.

La mayor que por tamaño es la segunda, ocupa el banco de popa con gesto jubiloso y confiado.

La foto asoma en mi vida, como una alga marina en el ancla de un pequeño bote amarrado en una mugrienta boya del puerto.

El cartón amarillento perforado por alguna grapa con no recuerdo qué intención, mantiene su color sepia y las huellas de mis codiciosas miradas. Tengo la fantasía de que la imagen yace en el fondo de una antigua caja de cartón. Pero no, ella sale de su encierro y se presenta ante mí cada cierto tiempo como impulsada por una energía invisible y potente, para mí paralizante.

Hinco los ojos en cada detalle; la capitana, o sea, la pequeña de las dos que parece la mayor de ambas, vestida de traje de navegante con galones en la manga derecha y un silbato con cordón de nudo marinero escondido en el bolsillo bordado. ¡Todo muy masculino!. Curioso traje de buena manufactura confeccionado exclusivamente para ella. Sin embargo, un sombrero de paja clara rematado con cinta de grogren azul marino, le da un toque de genuina femineidad al conjunto. ¿Será, quizás, el deseo de ocultación de algún sentimiento de culpa de los padres que anhelaban un niño y nació niña?.

Al lado de las brillantes campanas de latón fundido, a babor, con las piernas juntas, casi acuclillada, ella, la mayor, se confía en la pequeña. El vestido colocado de forma que el organdí permanezca ahuecado durante la mágica travesía, con unas pequeñas alas de fruncido encaje que culminan la bonita proporción de los angelicales hombros. Acariciando el cuello, un mágico lazo del mismo sutil tejido sujeta la redondez del bonito gorro rematado con pliegues y lorzas.

La niña del sombrero de paja agarra el timón con una mano y con la otra inspecciona manualmente la embarcación, mientras su boca cerrada casi fruncida con mirada decidida domina la situación.

El sombrero de organdí oculta la sonrisa ruborizada de la otra niña que retiene toda su emoción entre sus manos y las pequeñas rodillas.

Una no quiere pensar mal, pero a veces es inevitable sospechar que los padres forzamos destinos casi sin saberlo.

FIN

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