Un cactus en l’Antártida

Un cactus en l’Antártida

                             UN CACTUS EN L’ANTARTIDA

Recuerdo que cuando era pequeño tuve un sueño. UN extraño sueño que a lo largo de mi vida ha ido repitiendose y que en estos últimos momentos se repite con demasiada intensidad. A menudo pienso en él. Siento la necesidad de realizarlo. Tal vez sea imposible o tal vez pierda la vida en ello, pero no puedo frenar esta necesidad. Jamás lo vi así, tan claro, tan nítido. Tan posible.

 Mi sueño es simple, deseo andar desnudo por la Antártida, sentir el frío a mi alrededor,  ver la blancura perpetua de las nieves, contemplar el torpe andar de los pingüinos emperador. Deseo tumbarme en el helado suelo, dejar que el aire y la nieve me cubran por completo, fundirme con el paisaje, formar parte de el. Quisiera bañarme en sus aguas heladas, palpar las caricias de los narvales y descubrir el secreto de su cuerno. Bailar con el lacerante viento, mezclarme con el, para que me eleve suavemente por los aires.

Des de aquí, a miles de kilómetros de mi soñada antartida, oigo su soledad, su deseo de cariño. En las noches de mucho frío, cuando la nieve no se atreve a caer y el agua se petrifica, yo salgo de mi casa y ando descalzo por las calles de mi fétida ciudad hasta lo alto de la única colina . Una vez allí me siento y trato de escuchar sus gritos desesperados. En su destierro, ella, clama al cielo por un compañero, alguien que la comprenda que sepa de su soledad y comparta con ella las lagrimas heladas de su vacío.

Trato de recordar cuando empecé a soñar en ello. Tan solo viene a mi mente un dibujo de mi padre, un pequeño papel en el que había un paisaje desértico y blanco, no había árboles no había montañas, solo una llanura blanca. LA sensación de soledad era rota por un extraño y arrugado cactus que “NO” parecía congelarse, rodeado por unas espirales que simulaban evidenciar un viento feroz. No tenia color, era en blanco y negro. UN estremecedor cielo cubría la parte superior dándole una curiosa sensación de ahogo. Yo, maravillado por los trazos de ese cuadro, le preguntaba a mi padre donde estaba ese lugar, él cogía ,con sus grandes manos, una vieja bola del mundo, amarillenta y desgastada por el uso, la depositaba con increíble suavidad sobre la mesa, luego con una ternura extrema me ponía sobre sus rodillas. Me besaba y empezaba a contarme como un día él, quiso ir a ese alejado continente, me contaba a media voz su sueño de vivir lejos del mundo, donde él fuera él único hombre, donde nadie pudiera herir su corazón. Me contaba que él siempre se sintió ajeno a su alrededor. me confesó que él era el cactus y la antartida la insensible gente que le rodeó en su infancia. Sabia que mi madre fue el lazo que le unió para siempre a la vida y sabía que sin ella él se hubiera ido a ese lejano continente a vivir o  morir en paz.

Sin embargo yo no halle ninguna mujer para unirme al mundo, y al no encontrarla, seguí el camino que mi padre abandonó. No perdí la esperanza de hallarla, pero Ahora han pasado muchos años, y ya no espero nada de la vida y quisiera plantar un cactus en la antarida, desearia vivir mi sueño, esta noche soñare y no soñare en soñarlo, soñare en realizarlo, y tal vez mañana me vaya.

Y llegó la mañana y me desperte con la sansacion de haber cambiado, de ser otro distinto, y quise emprender ese viaje que un dia mi padre soño en realizar. Sin pensármelo cogi un abrigo unos viejos vaqueros y emprendi mi marcha. De camino al aeropuerto me paré en una floristería y compre un cactus, el mas parecido a ese dibujo que halle.

                 

                      Fin

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