Capítulo 1.

Esta noche me encontraba bastante intranquilo. Tenía que resolver, a primera hora de la mañana, la presentación de un estudio sobre  excrementos de palomas en las ciudades y me llevé el trabajo a la cama. Estaba repitiendo metódicamente de principio a fin, todo el memorándum que llevaría como guía a la sala de conferencias.

Mi sufrida mujer no conciliaba el sueño y mi lectura, aunque en voz tenue, no le ayudaba. Ella se imaginaba embebida en la inmundicia, que alcanzaba tal altura que le obligaba a elevar la barbilla, haciéndole difícil respirar. Yo continuaba con mi cabezonería aprendil, y era tal el agobio que la hacía sentir, que de repente me sorprendió con un manotazo sobre el cuadernillo de apuntes y éste voló por los aires. Me sentí tan enfadado que no supe reaccionar. Al poco se hizo la oscuridad y la respiración se calmó, hasta permitir una noche tranquila.

Mis compañeros no estaban de mi parte. Se mofaban ligeramente del estudio que me habían asignado y esto era cierto porque no sentía su apoyo. También se mostraban poco comunicativos, así es que el estudio nunca salió de mi cabeza y no podían tener una orientación cierta de su proceso evolutivo. No recibí por tanto un mensaje positivo que me alentara. Tanto fue así, que esa mañana conforme se acercaba la reunión, sabía que se debía decidir todo en un instante.

No conocía a los clientes, excepto al jefe, que estaba sentado en mi extremo opuesto. Los compradores podían formar un número indeterminado de 5 ó 6 individuos, (no tenía la claridad mental para contarlos, aunque fuera con los dedos de la mano). Me pareció que estaban extremadamente atentos por el silencio que durante unos momentos se formó en la sala y era yo el que tenía que dar el primer paso. Supe que era un mero trámite por el que tenía que transcurrir y empecé por las sencillas costumbres de las palomas para ahondar posteriormente en la problemática  central. No hubo preguntas ni cuestiones que decidir, en ningún momento me interrumpieron y pude sorprenderles con mi mejor locuacidad al transmitir el estudio, excepto cuando llegó el “manotazo” en el que titubeé por unos momentos. Las diversas soluciones que al final proponía no tuvieron la aceptación deseada, oyéndose unos rumores que diezmaban la rectitud de mi postura durante el final de la ponencia.

El encargo no fue contratado y pareció que de aquella sala blindada se filtraron las noticias rápidamente y cuando salí de allí, mis compañeros me gastaron alguna que otra broma.

Me pareció que las chuflas oídas las tenían estudiadas de antemano, como si supiesen el destino de mi trabajo.

A mediodía cuando llegué a casa estaba todo en orden, las cosas en su sitio… es más, no aprecié ningún cambio por pequeño que fuera. Los niños en clase y Ana… a Ana la echaba de menos. Me faltaba de ella, alguna pregunta del tamaño de la drasticidad de anoche, o por lo menos un: ¿Cómo te ha ido en el trabajo? (sin pedir en ningún momento una muestra de mi interior). ¿Dónde estaría? Revisé mi móvil. Nada.

Uno de los días más importantes de mi vida y parece que se le está dando la cruel relevancia que supuestamente tiene. Me acerqué a la cocina y comí allí mismo de lo que había, ya preparado, en la nevera.

De pequeño me pasaba lo mismo. Los niños jugaban a juegos que no me gustaban; parecía que el mundo iba a contracorriente. No había vino, me bebí una cerveza de marca desconocida.

Capítulo 2.

Todo continuaba igual, excepto los cachivaches que había dejado en el fregadero.

Vivíamos en el primer piso de una pequeña comunidad de vecinos. La vivienda era nueva, la adquirimos con todas las ilusiones que habíamos puesta en ella. Ana y yo teníamos muchos planes para el futuro. Allí nacieron los dos peques y todo nuestro esfuerzo ha sido para ellos. De vez en cuando viene mi madre a visitarnos, a pasar una temporada con nosotros. Ella no es completamente autónoma, y además se le va la cabeza de vez en cuando y no se acuerda de las cosas. Es triste hacerse viejo, tener que depender de los más allegados y me parecía que no siempre estaba en las mejores manos. Necesitaba supervisión para su aseo personal y atención. Una atención que podría ser simplemente escucharla, en tener momentos de contemplación, hacer actividades con la familia, etc. aunque no siempre teníamos esa deferencia. Éramos una unidad familiar muy activa con muy poco tiempo para cosas fuera de lo común.

Los niños, Bárbara y Carlos salían de clase a las cinco y empezaban la formación extraescolar. Hoy tocaba natación para la más pequeña y teatro para el mayor. Ana, mi mujer, desaparecida, no controlaba su ubicación y aunque viniese puntual, para reunirse con toda la familia,  yo me encontraba ahora solo sin nadie con quien poder compartir mi frustración, o mejor dicho mi fracaso.

Sí, somos como una piña, pero una piña a gajos. Cada uno va por su parte. A lo mejor por eso se nos llama individuos, porque somos personas egoístas. En nuestro caso tenemos ciertos momentos en común, por ejemplo cuando encendemos la chimenea y recordamos el pasado viendo fotografías antiguas. Pero este es un momento que nadie recordará. En el futuro yo podré decir: no existe imagen alguna que delate aquel estado de frustración.

Me encuentro absurdamente solo.

Oigo el coche de Ana que se acerca. La puerta del garaje y el zumbido del ascensor. Ella cargada con la compra. Los niños con ganas de cenar y de compartir cada momento de su día. El día de Carlos, el día de Bárbara. Ana permanecerá en silencio, como si no le hubiera ocurrido nada, como si a nadie le hubiera ocurrido nada. Preparará la cena y será un día más. Otro en el que no tengo ninguna instantánea que represente este sinsabor. Una fotografía de mi sentir.

Fin

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