Noctámbulo ultramarino

Noctámbulo ultramarino

Esto era un hombre acostado boca arriba sobre una litera alemana en un buque francés. Aparentemente, contando sus parpadeos, el hombre boca arriba, cuyo nombre era Eneldo, olor a yerbabuena con frío en los pies, pasaba la noche estival porque no tenía sueño.

Entre tanto, un niño dulcísimo dormía con arenilla en sus ojos. Soñaba con unas nubes de papel violeta y un anciano que usaba el sombrero al revés sin caer de su cabeza; soñaba el dulcísimo niño con trescientas jirafas florentinas desfilando por los muros de Bizancio, y en el iris de una de ellas, la imagen de una hoguera calentaba la noche flagelante de tres bosquimanos hambrientos y matemáticos puros. Soñaba que en el amarillo de esa hoguera iba vislumbrándose el vestido de la reina Melibea XVI, cuyos satines eran ejemplo y verbigracia junta de aquella llama de la hoguera bosquimana, que a la vez era el brillo del iris de una de tantas jirafas florentinas desfilantes del muro de Bizancio.

En esas redondeces de sueño que saben tener los dulcísimos niños, se hilaba como lana virgen de oveja ramera, que se puede dar tal, una historia compleja y simple como las bellas cosas, como la transparencia cristalina del vidrio; he ahí tres palabras traslúcidas como decir tres gotas de agua. He ahí una imagen compleja y simple, pero siempre bella: un cristal de ámbar insondable y taciturno, y la imagen desdibujada de lo que se ve a través de él. Decía que la historia se daba maravillosa, y era el mejor cuento del mundo, la más pasmosa novela, el poema antes y después del Gilgamesh, la última frase del último sabio; la trama podría haber sido delirio de detectives y empresa de calabreses, entuerto de sicilianos, caricia de japoneses con sus dragones Yakuzas y misoginias medievales. Podía ser el pétalo perfecto aquella historia o el pelo más hermoso de la hija de un florista tuerto, incluso las dos al tiempo, y esa historia envidiable y compleja, y hermosa, y poética, y literaria… estaba desenvolviéndose en la cabeza del dulcísimo niño.

Trataba de un lugar remoto que puede ser cualquier lado si se le mira desde su opuesto geográfico, y trataba sobre animales humanizados y humanos más humanos que cualquier sádico conocido. La trama hablaba del amor, la vida y la muerte, y las Guerras Médicas y el mar Jónico, la caperuza azul de una campesina holandesa danzando por campos de azucenas con un lobo polígloto y amanerado.

Podía tratar de cualquier cosa más, incluso tú y a excepción mía. Estaba escrita en el lenguaje de los sueños que carece de palabras y es riquísimo en mixturas. El nombre de las cosas era totalmente diferente de cualquier cosa conocida. La palabra macilento, por ejemplo, no podía decirse, en cambio sí olerse, y para poder hacer uso del calificativo nefelibato hacía falta subir a lomos de un elefante de Asia y arrancar la verruga donde se encontraba el morfema. En ese complejísimo lenguaje de acento diáfano la historia corría con tumbos y piruetas, también saltimbanquiadas y resonancias casuísticas, dedalociformes, icáricas, estefalolilipudas, tan buenas y claras, tan rítmicas, que incluso aquella trama podía ser la canción de canciones y provocar la muerte de doce cardenales, nueve masones o tres mormones aterrados y nerviosos.

Sin embargo, cuando la historia iba en su cauce con avidez y generosidad, como olas aterciopeladas por caminos de granito blanco, se fue esfumando el mundo maravilloso del que pendía de manera tan simple y contundente como la roca que se patea y de la cual se sostenía una telaraña inglesa. Todo fue desapareciendo de manera confusa sin saberse lenta o rápida, porque los mundos de ensueño carecen de sincronía; primero se esfumó lo primero, luego los besos de las mujeres hermosas, después los rumores, por último dos tortugas viejas de jade azul que conversaban en perfecto bantú. Incluso las tortugas bilingües se esfuman en almibares que procura el viento onírico de los niños dulcísimos soñadores.

Cuando el otrora soñador despertó, tenía una sonrisa guasona en el lado izquierdo de su boca, pero no recordaba lo más mínimo. Absolutamente nada de nada. Porque los sueños son crueles, traicioneros y deben ser recordados escuchando la canción “Perfidia” mentalmente. Mas, la historia contenida en el cuento no había desaparecido, no se había esfumado, porque las historias de ensueño no se evaporan o se gastan; está claro que el sueño con la historia magnífica fue víctima de robo. El robo de un noctámbulo ultramarino a bordo de un buque francés sobre una litera alemana.

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