Neil, de tan solo seis años, tumbado en el césped, frente a su casa; miraba el cielo estrellado, fijando la vista en cada uno de esos puntos blancos que iluminaban tal oscuridad la del cielo, cautivado por luz de la luna, tan grande, tan bella.

Eran las diez de la noche, se suponía que él tenía que estar durmiendo, pero le fascinaba tanto tal belleza, esa luz tan intensa, que no podía evitar salir cada noche unos minutos fuera sin que su madre le viera.

Ese día estaba especialmente cansado, pero eso no le impidió llevar a cabo su escapada nocturna.

Se le cerraban los ojos del sueño 

De repente una sensación de estar flotando le inundó todo el cuerpo.

Se encontraba rodeado de oscuridad, tan solo iluminada por pequeñas luces, que el por su temprana edad asoció con luciérnagas.

Bajó la mirada donde tenía que estar un suelo en el que poder caminar, pero a cambio de eso, había oscuridad, ningún tipo de superficie, miró hacia un lado, luego hacia el otro, y encontró exactamente lo mismo, oscuridad.

Dio media vuelta y ahí estaba ella, la luna, tan grande, gigantesca, de dimensiones inimaginables. Neil intentó ir hacia ella, pero la falta de gravedad se lo impedía, lo siguió intentando una y otra vez hasta que el cansancio le pudo y al bajar mano derecha hasta la cintura chocó con lo que parecía ser un tipo de cinta en la que estaba agarrado. Se giró hacia el lado en el que estaba la cinta y siguiendo su camino con la vista, llegó hasta una gigantesca nave espacial situada en el otro extremo de la luna, tiró de ella para acercarse a su objetivo desde un inicio, avanzando lentamente.

Al llegar a ella, antes de poner el pie en la luna solo podía pensar en lo diminuta que parecía desde el jardín de su casa y en lo inmensa que es ahora.

Viajando en el tiempo, estamos en el año 2050 y Neil acaba de descubrir la posibilidad de vida humana en la luna.

 

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