Un rostro impasible,

donde el corazón grita de dolor,

lágrimas invisibles,

cayendo por un alma sin amor.

La felicidad de un amorío,

qué sentir tan efímero,

aún pensando en ti sonrío,

recordando que para mí no fue pasajero.

Que no puedo negar que aun eres mi instrumento,

no puedo tocar otra serenata,

esa música de sentimientos,

que me da vida y a la vez me mata.

Esas palabras tan afiladas como armas,

que te marcan,

que te desarman,

dichas por quién amas.

Poco a poco mi cuerpo es frío e inerte,

escucho campanas en el vacío,

donde la sintonía es desamor y muerte,

qué extraña se ha vuelto la sensación de quererte.

Una percepción agridulce al mirarte,

tenerte ha sido mi mayor deseo,

te tuve y estuve en mi máximo apogeo,

ahora sólo me precipito hacia la nada como Ícaro.

Me intento levantar pero me veo sin piernas,

se han marchado sin avisar,

al menos estoy acompañado por mis penas,

las que me ayudan sin dudarlo, a llorar.

Mojado y gélido sin mirada,

inanimado y vacuo como un espantapájaros,

pobre de mi locura enamorada,

pobre de mi inútil vida desdichada.

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