El plan Australia avanza a buen paso

El plan Australia avanza a buen paso

La mitad de la población de Melbourne ya ha sido transferida

La señora Faulkes  lo tiene todo empaquetado en la puerta, a la espera de que llegue el camión de la ONU. Comienzo a hablar con ella. Parece aceptar la transferencia con filosofía. Me dice que siempre ha votado al Partido Liberal; añora los tiempos de Robert Menzies. “Él hubiera evitado esto”, asegura. “Supongo que se estará revolviendo en su tumba”, añade. La señora Faulkes  me habla de su vida. Es viuda y no tiene hijos. Lleva años trabajando como secretaria de una escuela de primaria. “No sé lo que pasará cuando lleguemos allí. Soy muy vieja para trabajar en el campo.”

Esa es la preocupación de muchos australianos. Un alto porcentaje de la población vive en ciudades. Recorro una calle donde los habitantes ya han sido evacuados. Sólo una casa ha sido quemada. Su inquilino ha debido obedecer el llamamiento de algún partido radical. Sin embargo, aquí, en Victoria, los sabotajes y las destrucciones de viviendas no son tan habituales como en otras partes de la Mancomunidad. Comienzo a hacer fotos para compararlas con las que espero tomar dentro de unos meses, cuando lleguen los nuevos residentes. De pronto me sale al paso una patrulla de cascos azules y me obliga a dar la vuelta.

Anochece. Se escucha una alarma lejana. Sirenas. Humo en el aire. Pienso que alguien ha debido quemar su casa. Me meto en un bar que sigue abierto –“hasta el fin”, me asegura el camarero– y pido una cerveza. Muchos australianos han recurrido a la bebida para tratar de sobrellevar la transferencia.

Uno de los clientes se acerca cuando ve mi tarjeta de prensa. Me confiesa que vive gracias a una paga del gobierno. “Ahora querrán que me ponga a trabajar de nuevo”, se lamenta. Cuando nos despedimos me invita a visitarle “allí arriba”. Trata de decirme el nombre de la ciudad a la que ha sido asignado. Finalmente consigo que lo escriba: Banshakhali. “Espero que al menos le cambien el maldito nombre.”

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