Cuando éramos niños cada vez que escuchábamos, ‘Prepará las valijas que nos vamos mañana a primera hora de viaje a…’, sabíamos que comenzaba una gran aventura. Nos subíamos los seis al auto (mis padres y cuatro hermanos), en épocas en las cuáles no había controles camineros y podíamos viajar todos en el auto. Partíamos desde Charras mi pueblo natal y muchas veces no sabíamos donde terminaría nuestro viaje. Casi siempre me tocaba viajar a mi adelante entre el conductor y el acompañante ya que era muy menudita. Ese lugar era privilegiado por dos razones: porque iba al lado de mi papá y charlábamos todo el tiempo y porque desde ahí podía ver todo de primera mano. El paisaje con sus colores brillantes, el sol radiante, el cielo azul (o gris según la ocasión), la ruta o los caminos de tierra, la montaña, los ríos, lagos o lagunas. Todo era maravilloso para mi. Ya de chiquita disfrutaba mucho de la naturaleza y yo se lo atribuyo a que lo pude disfrutar en estos viajes en familia.
Mi padre tenía el don de describir muy bien cada cosa que veía entonces nos iba describiendo, relatando y ayudándonos a ver lo que veía y le maravillaba. En cada viaje los mejores lugares los conocimos por habernos perdido, ya que eran épocas en las que el GPS no existía y a el no le gustaba preguntar por las direcciones. Recuerdo muy bien un año que viajamos a La Rioja al norte de nuestro país, a un pueblo muy chiquito y pintoresco llamado Anillaco. Había muchísimos carteles que decían ‘El Cristo de la Peña 10 km’ y mucha gente que iba en esa dirección caminando en peregrinación, a caballo o en vehículos. Decidió seguir el camino y la gente. Debíamos ir muy despacio por la cantidad de gente que iba sobre y al lado de la ruta. Muchos vestidos con ropa gaucha ( ropa típica de Argentina) Cuando llegamos al lugar no podíamos salir de nuestro asombro. Resultó que justo llegamos el día de la fiesta ya que era Semana Santa y es cuando lo veneran. En el lugar no había nada más que una piedra gigante tallada naturalmente con el rostro de Jesús de perfil que desde el lugar que lo vieras se veía lo mismo. Lo que más me llamó la atención de lugar era que no había absolutamente nada más que la piedra gigantesca cercada por una reja negra y velas encendidas por todos lados. Muy cerca de ahí había puestos de venta de comida y de artículos religiosos pero todo a la intemperie. Solo había dos pequeñas habitaciones con techo que debían ser baños fabricados muy artesanalmente. Además había miles de personas que uno nunca pudiese imaginar que llegarían hasta ese lugar tan alejado, descampado y desolado. Era un valle enorme sin casi nada de vegetación con miles de personas caminando de un lado al otro con el fervor y el amor al Cristo de la Peña. En esa piedra tallada había cientos de carteles agradeciendo, pidiendo y venerando al Señor de la Peña. Me quedé maravillada por el amor y fervor de la gente, y por la nada misma del lugar pero la grandeza por la sola presencia del Señor.
Todos mis hermanos, una hermana y dos hermanos, también comparten esta hermosa herencia del amor por viajar. Tanto es así que uno de ello es Licenciado en Turismo y Hotelería y su esposa también. Mi hermano más chico parece que tiene un GPS incorporado ya que conoce todas las rutas y caminos y tiene la habilidad de ubicarse perfectamente en cualquier ciudad. Y a mi otra hermana, la más grande,le decidimos ‘Google’ porque le preguntas por cualquier lugar del mundo y sabe donde queda. Todos disfrutamos de viajar y siempre que podemos hacemos viajes de placer en familia. Todos aprendimos a manejar desde muy chicos y eso nos dio la libertad de explorar nuestros propios caminos. Gracias a el amor por viajar que nos regaló nuestro padre (entre otras cosas) todos hemos podido recorrer mucho lugares dentro y fuera del país, conocer, disfrutar y vivir nuevas experiencias en estos viajes. Ahora lo que intentamos hacer es darle esta hermosa herencia a nuestros hijos para que puedan descubrir el mundo desde otra perspectiva para que la experiencia de viajar no sea sólo eso. Sino que también logren sacar el mayor provecho.
Viajar no es sólo conocer lugares que vemos en un folleto turístico o que nos indica el agente de viaje. No es sólo visitar, museos, iglesias o catedrales, ríos, puentes, recorridos o calles importantes. Es adentrarse en el alma del lugar, conocer a su gente, lo que piensa y lo que siente, disfrutar con todos los sentidos e intentar sentir lo que el lugar siente. Es encontrarse con uno mismo en ese nuevo lugar. Es vivir ese instante mágico y que quede grabado en nuestras retinas, en nuestra memoria, en nuestra piel. Los nuevos sonidos, en nuestros oídos. Los nuevos aromas, en nuestra nariz. Los nuevos sabores, en nuestro paladar. Y que cada viaje que hagamos, corto o largo, solos o acompañados, nos transforme. Nos haga mirar diferente. Sentir diferente. Escuchar diferente. Oler diferente. Saborear diferente. Amar diferente. Amar diferente a todo lo que nos rodea, personas, lugares, naturaleza, etc. En una palabra amar diferente a nuestra propia y nueva vida transformada por esa maravillosa experiencia de viajar. Porque sólo habiendo visto otras realidades, oídos otras voces o idiomas, olido otros aromas y comido otras comidas mejoraremos nuestra vida y le daremos el sentido y la importancia que esta realmente tiene. Y podremos así disfrutar mejor del tiempo que tengamos, de los lugares, sonidos, aromas y comidas que a diario nos acompañan en nuestro viaje por esta vida que nos han regalado.
¡Disfruta del viaje de la vida!
¡Deja la mejor herencia: la pasión por viajar como a mi me la dejó mi papá!
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