Mi madre iba a servir a una casa que estaba al otro lado del río Duero en la villa de Aranda. La casa orientada al norte, recogía tarde los primeros rayos del sol.
Desde el río subía un vaho de neblina que se entretejía en las rejas del puente.
Por el este, el sol enviaba algunos rayos que se colaban entre la niebla e impactaban en el agua color teja del Duero, produciendo un tono rojizo y fantasmal.
Allí a la puerta de un bar, mi madre encontraba cada mañana del duro invierno castellano, a una niña de 7 años que vendía caramelos.
La llamaba Dulce porque su carita era de una expresión dulce y sumisa.
Cada mañana, la «niña dulce» montaba su caja de cartón, la cubría con un trapito y colocaba varios caramelos de diferentes gustos y colores.
Pero, la niña que vendía caramelos, no podía comerse ni uno, porque en su casa necesitaban los céntimos de la venta para comprar comida.
Mi madre compraba algún caramelo y se los regalaba a la niña para que pudiera saborear el dulzor que la vida le había arrebatado.
Esperanza, se llamaba la niña dulce, era la más pequeña de cinco hermanos y por lo tanto la más mimada por su padre (y no porque fuera la pequeña sino porque era su «ojito derecho»), decía su madre, que ella si que se llamaba Dulce.
En casa de Juan no faltaba lo más esencial, su mujer criaba a sus cinco hijos y administraba el salario de su marido de forma sabia, en las prioridades de la casa: comida, educación, sanidad, y siempre había un motivo de alegría para festejarlo con dulces caramelos de ricos sabores a frutas, que sabía elaborar la admirable ama de casa. Juan era maquinista de la RENFE y en el año 1940 fue encarcelado por los falangistas y poco después fusilado por pertenecer a un sindicato obrero.
Cuando mi madre se casó conoció esta dramática historia, al estar emparentada la niña con mi padre.
A veces los cuentos se parecen a las historias reales y las historias reales (si los protagonistas son niños), parecen cuentos: Cuentos alegres, tristes, terroríficos…
En el cuento de la Cerillera pobre, de Hans Christian Andersen, la niña pobre y aterida de frio que vendía fósforos en la noche de navidad, rezaba a su abuela para que la llevase al cielo con ella; allí donde se realizaban todos los deseos de un hogar feliz . Cuando mi madre nos lo contaba, llorábamos de pena. Luego nos relataba la historia real la «niña dulce» que compartía ese deseo con la Cerillera del cuento y pedía ir con su querido padre.
Esperanza la antigua niña dulce es una anciana de 80 años y ha vuelto de Venezuela donde emigró con su madre y sus cuatro hermanos. Allí se dedicaron a varios empleos. La dulce Esperanza se casó con un pastelero y ahora viuda, dispone de varios ahorros en España.
En el año 2012 visitó el lugar donde vendía caramelos en Aranda. Esperanza es una enferma diabética. Si cuando eran los hermanos pequeños les hubieran explicado que un diabético era un enfermo que tenía en sus venas las hadas dulces de la glucosa, le hubieran abordado (cual pequeños vampiros), para absolverle la sangre; pero esas hadas dulces, a veces rebeldes, abandonaban súbitamente a los diabéticos, y solo sobreviven cuando un caramelo llegaba a su boca. ¡Por fin! ha conseguido que el hada dulce se instalara en su sangre y corriera por sus venas. Esperanza es una paciente cuidadosa y controla su diabetes. Cuando nota un decaimiento de hipoglucemia, saborea un caramelo que siempre lleva en el bolsillo, recordando su infancia.
De jóvenes entendimos que el hada dulce no producía tanto placer como el hada blanca.
El hada blanca se instaló en los años 70 y 80 como la reina de las hadas.
En América, Esperanza ha perdido a un hijo con la bruja blanca, su hijo la llamaba mi hada blanca a la heroína que se inyectaba cada día.
La dulce Esperanza no ha caído en la desesperación, y haciendo gala de su nombre, está trabajando con las asociaciones de Proyecto Hombre y la Memoria Historia.
Desde la ciudad que la ha visto nacer ha emprendido esta solidaria tarea. Recibe todo el apoyo de sus otros dos hijos que están en Venezuela, una hija médica y un hijo pastelero.
Buena parte de sus ahorros los había invertido en Preferentes y cual fue su desagradable sorpresa cuando se esfumó todo el dinero que tenía en Bankia.
Su abogado, consiguió una entrevista en la capital con un alto cargo político dentro de la administración de la banca, para pactar una indemnización pordaños morales, como afectada por las preferentes. Al político no le interesaba tener mala prensa en Venezuela.
Cuando se fue el abogado, ella esperó con cautela cerca del despacho del «sujeto buitre» y cuando comprobó que se había ido su secretaria, se coló en el despacho del banquero y le amenazó con una pistola.
El banquero, sorprendido por el ímpetu de la anciana, empezó a ponerse lívido y aterrorizado y no pudo evitar orinarse en los pantalones.
-¡Antes de dispararle me va a oír la historia de mi vida!
-¡Está loca señora!
Luego se calmó un poco y pensó ¡no será capaz!
⁃ ¡Por favor señora!, tenga piedad de mí, que soy diabético y necesito glucosa, puedo morir por coma diabético.
⁃ ¡No me importa!, de todas formas le voy a matar.
Así fue como Esperanza le narró toda su vida desde que era vendedora de caramelos en Aranda, el fusilamiento de su padre, la emigración a América, la muerte de su hijo y sus proyectos solidarios.
⁃ ¡Tenga piedad de mí!
⁃ ¿Y que piedad tienen ustedes con la gente honesta?. ¡Ladrones!, ¡fascistas!.
Al final, cuando Esperanza le vio en el suelo desfallecido y al borde de un colapso diabético, pensó «así deben de morir los buitres financieros» y se dispuso a salir de la oficina.
Pero este no es como un cuento donde mueren los dragones (en este caso los buitres financieros).
Esperanza le acercó un caramelo, llamó a emergencias desde el teléfono de su secretaria y arrojó la pistola de juguete en la papelera.
El mozo de seguridad zarandeaba a Esperanza que se había quedado dormida en una silla. «Otra victima de las preferentes que se duerme esperando» pensó el mozo.
Esperanza salió tranquila del edificio, el portero de la entidad, ni siquiera reparó en ella. Mas tarde pensó si realmente había sucedido su encuentro con el banquero o lo había soñado; en cualquier caso se lo relataría a sus hijos antes de relegarlo al fondo de su mente.
Esta mujer luchadora, ha heredado la fantasía de su madre Dulce, cuando les contaba cuentos esperanzadores en una época de tremendo dolor y desolación, tras el asesinato de su padre.
Esperanza, en Venezuela, escribía todo lo que se le ocurría. Contaba a sus hijos pequeños su vida en España. Disfrazaba la tragedia de la guerra civil y la dictadura franquista, con historias emotivas de sus vivencias felices cuando eran una familia completa y su padre les paseaba por el rio Duero en barca, e iban a ver las cucañas , las ferias, las fiestas y la romería a la Virgen de las Viñas.
Sus escritos aparecían entre los juguetes, la ropa de sus hijos, en la pastelería. Una vez estuvo a punto de amasar con el pan un poema, que hubiera aparecido en la mesa de algún cliente.
Su hija iba recogiendo todos sus escritos y por ella sabemos de su lucha y empeño para recuperar la memoria histórica y encontrar a su padre.
Esperanza, como muchas personas defraudadas, viven esperando recuperar sus ahorros , mientras tanto sus hijos le envían dinero para sus proyectos.
La ley de la Memoria Histórica, está consiguiendo que se abran nuevas tumbas (de los fusilados en la dictadura de Franco), en Aranda y en Estepar (Burgos), y ella abriga la esperanza de encontrar los restos de su padre para depositarlos junto a su madre en la tumba que eligió, también para ella.
¿Que fue del banquero?… pues sobrevivió a este susto. La historia de la anciana no le sensibilizó lo más mínimo. Cuando los equipos de emergencias lo encontraron impregnado de orines y heces con un tufo insoportable, comentó balbuciendo, el problema de su diabetes y no contó nada; sería vejatorio y poco creíble que una anciana le hubiera provocado esta situación.
En el suelo un papel de caramelo olvidado se leía «Dulce Esperanza» y en letra diminuta la calle de la pastelería en Venezuela.
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