Raúl abre los ojos pero no puede ver. Muy quieto escucha, un ruido le ha despertado. Nota el calor que desprende el cuerpo de Merche acurrucada bajo la manta junto a él y le reconforta. Despacio se levanta y, casi sin respirar pasito a pasito, se acerca a la puerta. El suelo esta helado, y el frío que penetra por sus pies descalzos, le estremece. Intenta abrir pero sabe que no puede: Mama ha salido y los ha dejado encerrados. Otra vez ese ruido, parece que sale de debajo de la cama. Fija la vista y ve como algo se mueve. Abre la boca para gritar pero de su garganta no sale ningún sonido. De un salto rápido vuelve a la cama. Está seguro: es la niña muerta que con sus bracitos quiere cogerlo para llevarlo al fondo del pozo. Se mete bajo la manta y se abraza a su hermana. Temblando desea que amanezca pronto.

Sobre las 12 de la mañana Raúl oye la puerta de la casa. “Debe ser mama,” piensa. Mira a su alrededor, el orinal esta junto a la pared, sobre la mesa la botella de leche y el paquete de galletas que han desayunado, ya vacíos. Merche está sentada en la cama jugando con Tula, un perrito de peluche que encontró en una papelera. Oye el ruido del pestillo que se abre y ve la cara sonriente de Mama. Va con la misma ropa de la noche anterior: Un pantalón estrecho negro y unas botas altas del mismo color, una camiseta dorada dos tallas más pequeñas que la suya y una cazadora también negra con unos grandes botones dorados. Tiene una melena rizada y rubia, casi blanca, aunque se le ven dos dedos de pelo oscuro en la raíz. El niño piensa “Es la mamá más guapa  del mundo”.

–— Tetes ¿Cómo estáis?

Merche corre y se abraza a ella.

–— Mamá ¿dónde estabas?—dice Raúl enfadado — Papá no nos deja solos.

–—Hostia Raúl, no me jodas, ayer tu padre, me dijo que no podía seguir, que no os controla, que le habían dicho que, o dejaba de beber y os llevaba al cole, o que no podía teneros, así que muy bueno, coño, tampoco.

Pero Raúl no escucha ya a su madre, su hermana está jugando con un paquete de tabaco vacío y él de un manotazo rápido se lo quita.

–— Noo, Mamá, mira, me lo ha quitado. —Y corre tras su hermano para darle…

–—¡Eh! coño quietos, que tengo una sorpresa: nos vamos unos días a una casa grande a jugar con otros niños.

Raúl, de seis años, es delgado y lleva un viejo chandal con las rodilleras casi transparentes. Parece más pequeño de lo que es. Tiene unos grandes ojos castaños con una expresión viva y traviesa en la mirada.

–— ¿Viene Papa?

–— No, no viene.

–— ¿Y Carmelo?

–—Está en Canarias trabajando.

El niño respira tranquilo. No le gusta Carmelo. Le da miedo. Y no solo a él. Sabe que cuando se enfada, a mama también.

Lola ajusta los pantalones vaqueros y el suéter rojo que lleva la niña, demasiado grandes para su cuerpecito de cuatro años. Su pelo rubio y ensortijado enmarca una cara de ángel. No sonríe y no llora nunca. Solo los ojos hablan en su rostro, son grandes, oscuros y cuando miran son tan intensos que duelen.

Unos minutos más tarde están los tres en la calle. Lola saca del bolso un paquete de Fortuna y se enciende un cigarro. Los niños corren buscando por el suelo o en las papeleras algo que les llame la atención, pegatinas, restos de patatas fritas o chuches.

Pasan por el Parque central, y Lola ve los cartones del Rosendo. Junto a ellos hay una botella de vino, pero al hombre no se le ve por ninguna parte. Lola se sienta en el banco y le da un trago a la botella. “Será un día duro, joder, y no he tenido buena noche”, Piensa. “Primero buscaré al Moro, necesito el puto dinero y, ¿qué coño?, es mío.” Coge el móvil del bolso y hace una llamada. Da otro trago de la botella y se levanta.

Sale del parque. La mañana es fresca, pero el sol de enero le reconforta. Los niños, aunque parecen distraídos, no le quitan ojo y la siguen. Ven que entra en un bar y se sienta en una mesa. Al rato están con ella, tienen hambre.

Por fin llega el Moro. Los niños al verlo se quedan sorprendidos. Un hombre negro de casi dos metros de estatura, esta delante de ellos sonriendo a Lola. Lleva un traje oscuro y una camisa blanca, alrededor del cuello un pañuelo rojo. En la cabeza, completamente calva y brillante tiene tatuada una telaraña.

–— Tetes iros a jugar un rato por ahí. Sin dar por culo ¡eh!.

Se levantan y van por las mesas buscando disimuladamente las propinas o comiéndose los restos de las papas o cacahuetes de los platos.

De reojo miran a su madre, que cada vez sube mas el tono de voz. Raúl oye como dice:

–— Quedamos así, yo hice mi parte, joder –— dice Lola arrastrando las palabras.

–— Hoy no te puedo dar nada, tendrás que esperar –— dice el Moro sin quitar los ojos del escote de Lola y sin perder su sonrisa.

–— Serás cabrón, te aprovechas de que Carmelo no está. Pero la semana que viene sale, ¿a ver  si tienes los huevos de decirle que se espere a él ? –— Lola tiene la cara roja y le tiembla la barbilla de rabia. Se levanta furiosa y llama a los niños.

Un rato después están en el metro, Raúl sentado al lado de su madre y Merche juega por el vagón a no caerse. Les gusta mucho ir en el tren. Sobre todo en el momento en que se cuelan para no pagar.

–— Mamá ¿dónde vamos?

–— A una casa grande con niños. No sé cuantas veces lo he dicho ya, hostia.

El niño está preocupado. Mientras el tren avanza él va pensando ”Mama dice muchas mentiras, nunca sé lo que va a pasar. Yo prefiero vivir con Papa. No nos riñe nunca, hacemos lo que queremos, por la mañana vamos al bar, por la tarde también, y por la noche…, por la noche me da miedo, hay peleas, las peleas me gustan pero el otro día no fue divertido. Había gritos y sacaron navajas. Luego mucha sangre en el suelo. Me asusté. Papá siempre esta bebiendo, tiene mucha sed y mucho sueño. Me gusta ver la tele con él, las películas de miedo son las que prefiero. Papa las de joder. Luego no podemos dormir y nos vamos a la cama juntos, entonces nos enseña a follar. Pero él dice que no lo contemos, que todo el mundo hace esas cosas que dan vergüenza, pero que son secreto. Papa nos quiere. Yo también le quiero a él.”

Hace rato que han bajado del metro y van andando por la calle, llegan a un edificio rodeado de un jardín y protegido por un seto y una reja de hierro. Se paran delante de la puerta y llaman al timbre.

Dos mujeres con sendas batas blancas salen del edificio y se dirigen a abrir la puerta.

–— Buenas tardes, dice la mayor de las dos.

Se mete la mano en el bolsillo y saca un llavero enorme. Introduce una llave en la cerradura y abre.

–— Hola, soy Lola Moreno y hablé la semana pasada con una de servicios sociales que me dijo que podía traer hoy a los niños.

–— Si, les estamos esperando. Pasen, pasen. Ella es Lucía y yo me llamo Trini, soy la directora. Niños sois Raúl y Merche ¿Verdad? quedaros un momento con Lucía mientras vuestra madre firma el ingreso.

Merche ha visto unos columpios en el jardín y corre hacía ellos. Lucia la sigue y llama a Raúl que se queda mirando como su madre y Trini entran en el edificio.

Al poco rato salen. Raúl la está esperando, corre y se agarra de su mano.

–— Mamá, tengo hambre ¿comemos algo? ¿dónde dormimos?

–— Si, enseguida comemos, pero yo tengo que salir un momento para hacer unas cosas, luego vuelvo.

–— No mamá. Yo voy contigo. Te ayudo ¿Vale?

–— No seas pesado joder. No puedes venir.

Lola le da un beso a Raúl, ve que Merche está jugando con Lucia en los columpios. Tiene prisa. Trini abre la verja, ella sale y cierra.

El niño empieza a entender que algo no va bien. Que su madre se va y no piensa regresar. Las piernas no le responden y tiene ganas de vomitar. Quiere seguir a su madre, pero la puerta está cerrada. Agarrado con sus dos manitas a las barras de hierro grita, mientras las lagrimas salen a raudales por sus ojos:

–— ¡MAMÁ NO..,! ¡MAMÁ NO…!, NOS PORTAREMOS BIEN, SOMOS BUENOS. ¡SOMOS BUENOS…!.

Pero Lola no vuelve la cara, acelera el paso, casi corre.

Trini se acerca a Raúl y lo quiere distraer, pero el niño mira como su madre se aleja sigue gritando:

–—MAMÁ VEN, MAMA VUELVE…, ¡PARA!, ¡PARA…!, NO MAMA. NO… ¡¡¡MAMA…!!!

Trini intenta desenganchar sus manos y cogerlo en brazos. Pero parece que sus deditos están unidos a los barrotes. No quiere forzarlo ni hacerle daño. Tendrá que esperar un poco.

Mientras, su hermana mira la escena asombrada “¿Qué le pasa a su hermano? ¿Está malo? ¿Qué le importa que se vaya Mamá?”

Lola no se encuentra bien. Mientras se aleja tiene un nudo en el estomago y la garganta seca. Intenta no pensar, pero las ideas se le amontonan en la cabeza ”Hostia que mal rollo, ¿Qué puedo hacer?. Carmelo vuelve la semana que viene y no quiere a los niños por ahí. Estoy embarazada y se lo voy a decir. Se enfadará. Necesito algo fuerte o estoy jodida. No se callará el chiquillo ya, sus gritos me vuelven loca. Los dejaré un tiempo allí, los cuidarán bien y en cuanto pueda… vengo.

Unos años después.

Merche se despierta. Tiene la boca seca. Mira el reloj: son las 7:00 horas. Ha dormido mal. Le duele la cabeza. Se levanta de la cama para ir al baño, Julio, abre los ojos y le pregunta:

–— ¿Qué hora es?

–— Es temprano, sigue durmiendo.

El joven la mira fijamente, lleva puesta una camiseta suya que le está grande, la melena rubia y rizada le cae desordenadamente por los hombros.

–— Ven aquí,

–— No Julio, tenemos que hablar.

–— ¿hablar?

–— Me voy.

–— ¿ te vas? ¿ dónde?

–— No lo sé, no importa.

Julio se levanta, es un joven de unos 25 años alto y fuerte, de pelo negro muy liso y de ojos azul casi oscuro. Esta desnudo.

–— Joder, ¿pero qué coño te pasa ahora?

Ella le mira a los ojos, siente que algo ha cambiado, que ya no está tan colgada por él. Las piernas no le tiemblan cuando está cerca y no necesita notar que la desea a todas horas. Por fin puede pensar por su cuenta.

–— Creo que ya hemos hecho suficientes cosas juntos. Con Amelia, mi madre de acogida, nos pasamos: fue fácil vaciar su cuenta del banco; bastó con coger la tarjeta del bolso porque se negaba a desconfiar de mi. Ella siempre me trato bien, me ha perdonado mil veces, pero esta vez no. Tampoco iré con Raúl, tiene su trabajo y su vida y también ha tenido que perdonarme demasiadas veces. Estoy sola, pero no quiero seguir contigo.

El baja la vista, le cuesta mantener la intensidad de sus ojos las pocas veces que los fija en los suyos, llevan juntos un par de años y nunca se ha puesto así. Hasta ahora no había mostrado ningún remordimiento. Es la compañera perfecta, nunca pide, no tiene miedo a la hora de actuar, casi no habla y siempre está dispuesta para él.

–— Es por la niña ¿Verdad? Sabía que nos iba a joder.

–— No lo sé, supongo, vamos a firmar los papeles para la adopción. Es lo mejor.

Un día nublado de primavera Merche no reconoció la residencia cuando 16 años después se encontraba en la misma puerta llamando al timbre. Llevaba un trajecito de tirantes rosa y una chaqueta blanca con unas sandalias y, en sus brazos bajo una toquilla azul, un bebe de 5 meses. Una señora mayor rubia y rellenita abre la puerta.

–— Buenos días, soy Merche García, he quedado por teléfono con Marisa para entregar a la niña.

–— Buenos días, pase, soy Carmen, sígame y le acompaño a su despacho.

Cuando llegan, el cuarto está vacío y la mujer le dice:

–— Pase y siéntese mientras busco a Marisa. Enseguida vuelvo.

Sentada en la silla con la niña en sus brazos no se atreve a mirarla, siente un dolor en el pecho que la deja sin respiración. Recuerda las palabras que Amelia le había dicho tantas veces, “Amar es cuidar, no te fíes de quien te dice que te quiere, pero no te cuida”

–— Yo te quiero pequeña, pero no se cuidarte, ni siquiera puedo cuidar de mi, si tienes suerte tendrás unos padres buenos y espero que seas como tu tío Raúl y aprendas sobre todo a querer, para que cuando tengas una hija la sepas cuidar y no hagas lo que hicimos tu madre y tu abuela.

Una mujer sonriente aparece por la puerta.

–— Hola Merche, soy Marisa ¿Como estas?. Me avisaron de la Conselleria que esta mañana vendrías a traer a la niña. Creo que todo está claro, ¿Quieres preguntar alguna cosa?

Cinco minutos después Merche se dirige hacia la parada del metro. Su mente busca desesperadamente evadirse de la realidad, y unas lágrimas saladas manan de unos ojos que nunca habían llorado.

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