EL ÓCULO DEL PANTEÓN

EL ÓCULO DEL PANTEÓN

Nada más entrar un ojo de cielo atraviesa la ventana circular de la cúpula. Ella queda como hechizada por la luz. Viéndola ahí, quieta, cualquiera diría que ha perdido la conciencia…

—Allí arriba Júpiter se tiene que aburrir como una ostra. Me imagino a la inteligente Minerva mirándole con muecas divertidas… seguro que le convencerá para que ceda a sus caprichos — se sonríe, habla para sí misma mientras permanece embebida por el óculo.

Y efectivamente, la vida en el cielo transcurre muy animada. Minerva con sus juegos de arte entretiene a Júpiter y a las hijas de Pandora. Siempre que puede, ella los complace con una ficción divertida. En este caso, están jugando a las dominas, un pasatiempo que tiene una gran influencia en el cosmos; emociones de dioses que, al parecer, se manifiestan en el plano terrenal y más de uno sabe que se producen encuentros muy significativos con los humanos…

Las piezas del juego son de mármol, unas bellas estatuas romanas con delicada indumentaria y peinados sofisticados, esculturas con el soplo divino de la vida que estaban presas en las sombras que proyectaba el reloj de Augusto y Minerva las ha ido rescatando. Desplegado como una alfombra mágica, el tablero de juego es la gran ciudad de Roma. Año 2017. La diosa pone en juego a dos piezas, las coloca sobre la ciudad.

El juego ha comenzado en la plaza de La Rotonda, las dos primeras dominas son Verania y Cornelia que yacen en el suelo rodeadas de gente. Se van levantando poco a poco, muy asustadas. Comienzan a mirar extrañadas a su alrededor y descubren el maravilloso Panteón de Agripa, el templo de todos los dioses, con su gigantesca cúpula; y justo delante de ellas, el obelisco de Heliópolis. Oyen a duras penas un murmullo de una fuente que allí nunca había existido. Es mediodía y el aire huele a extraños perfumes. El miedo y la perplejidad, podría decirse, que las han hecho cautivas. Hay una muchedumbre a su alrededor pero, es extraño… escuchan en la plaza como un silencio hueco, irreal, y la gente no repara en ellas…No hay soldados romanos, ni senadores, nadie viste con toga. Las dominas intentan caminar. Quedan excluidas del ir y venir de ese caleidoscopio viviente, de gente en continuo movimiento, de clics de cámaras, gritos, selfis,…Verania mira sus sandalias de tacón que se mojan en un suelo que no es de losas reticuladas de basalto y travertinos sino de adoquines, y hay un pequeño reguero de agua que llega hasta las escaleras del templo. Frente a las columnas ve dos carros tirados por caballos, se sonríe, podría ser… Se acerca rápido, está desconcertada, no ve rastro humano que le resulte familiar.

— ¿Y los oficiales de caballería? ¿No hay esclavos que estén aguardando? pero, ¿tampoco hay palanquines? —ella interpreta qué algo ocurre.

La domina Cornelia, por su parte, se ha quedado petrificada -más si cabe-. Se tapa los ojos para comprobar si todo es un sueño. El gentío le asusta, recuerda toda la inseguridad que tenían las calles de Roma y corre hacia el vestíbulo del Panteón; allí, bajo las columnas, abraza su cuerpo sintiendo su manto y su colorido chal bordado como si de una escafandra se tratara y pudiera protegerse dentro de ella.

Verania, está como patidifusa. Rodea el edificio mirando las casas que están junto al Panteón, las ve diferentes: formas, color… las fachadas no son del blanco-crema que ella conoce. Encuentra un edificio amarillo que le recuerda a las insulae romanas…

— ¿Dónde están los muros de arenisca? pero ¡si hay luces y cristales en las ventanas!… y allí, creo que… no alcanzo a ver los criados, ni a obreros que viven en los últimos pisos. No hay aguadores subiendo ánforas a las casas, nadie tirando agua por la ventana. No hay letrinas en las calles… Los caldereros y sus martillos no se escuchan… ¿dónde están los comerciantes de Oriente? ¿y las casas de patricios con sus hermosas galerías de columnas junto al templo? No creo.., esto no es real. ¿Y Cornelia dónde está? ¡Cornelia!

Ya en el pórtico, Cornelia abraza la columna corintia, siente como su frente de ondas roza el frío granito egipcio; mira asustada hacia el arquitrabe del atrio e invoca a Venus. Se adentra en la sala circular del Panteón buscando la diosa. Gente, gente por todas partes.

— ¿Y los dioses?…. ¡¿quiénes están en sus altares?!— grita desconsolada Cornelia.

La diosa Minerva y sus acompañantes observan a través del óculo de la bóveda. La luz del Sol se desliza brillante por los casetones de piedra volcánica porosa, ven todo lo que ocurre dentro. El gentío mira hacia arriba haciendo caso omiso a su alrededor, como si de una bóveda celeste se tratara, la contemplan extasiados.

Verania acaba de entrar, se pregunta qué ha ocurrido; sabe que el Panteón sufrió varios incendios y casi quedó destruido, pero hubiera dicho que se reconstruyó para celebrar la victoria de Augusto sobre Marco Antonio. Algo insólito ha pasado….

— ¡Marta! ¡Marta!

— ¿Qué? ¿Qué?, ssshhh, no chilles aquí dentro…

— ¡No te encontraba! Dijiste que estarías una hora y llevas media mañana aquí. Todavía queda mucho viaje por hacer, no vamos a estar todo el día pamplineando…Yo no sé qué le ves, un simple panteón con un agujero en su cúpula…

—Bueno, sí… vamos, venga, ve saliendo.

Marta confía que ellas les sigan. Salen del monumento atravesando calles, callejuelas, pasadizos y arcos entre edificios coloreados; hay columnas tragadas por las fachadas de cemento… Álvaro insiste,

—Marta, esta ciudad es pura ruina, no hay colores, apenas quedan vestigios de la Roma imperial, solo piedras sobre piedras y un armazón desmantelado de lo que fue el anfiteatro ¡valiente decepción!

—Álvaro, Roma sigue siendo eterna en su historia y en su arte, en ella hay muchas Romas, es ecléctica. Estoy segura, y no me engaño, que si cambias esa actitud la podrás ver más allá, no seguirás viéndola como cualquier otra y… ven ¿nos comemos una pizza?

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