y pudieron contarlo…

Madrid, septiembre del 36, la ciudad resiste el asedio del ejercito invasor, el cielo escupe la mortífera carga de la aviación enemiga, la muerte y la desolación se extiende por la inerme ciudad martir, es la guerra en toda su crueldad.

En el interior de una humilde vivienda, una mujer escucha preocupada el rugir de los trimotores,  las pavas van vaciando su carga mortal de metralla,  el miedo se apodera de ella, sus hijos descansan ajenos al peligro. Sabe por lo que cuentan en la calle que el barrio de Salamanca, el de los señoritos, está a salvo de bombas y obuses, pero ella vive en Lavapies y los facciosos castigan con dureza los barrios obreros .

De repente una vecina trae una buena noticia, el Gobierno ha ordenado la evacuación de los menores, » todos los niños al Levante» será la consigna…

Rápido, rápido, la muerte sigue acechando! Tenía el tiempo justo para preparar una muda, unos consejos apresurados  y a la estación del tren, marchan colegios enteros con sus profesores en cabeza, poco a poco la ciudad queda vacía de gritos, carreras y risas infantiles. 

Cuando el tren desaparece de su vista, siente una gran tristeza, pero sabe que está haciendo lo correcto, suspira con alivio, ella se llamaba Gabriela y era mi abuela.