10 Cuadras para Viajar.

10 Cuadras para Viajar.

Vanessa Ramos

03/07/2017

El teléfono sonó y corrí a contestar- ¿Aló?-¿Justo ahora? Mi corazón dio un vuelco de emoción y lágrimas asomaban a mis ojos. Mi madre-dije entre susurros- ¡Mi madre! Cogí un abrigo y salí de inmediato de mi casa, mamá llegaba después de 10 años a visitarme, había pasado tiempo en Praga y sinceramente la he echado mucho de menos, el aeropuerto queda a 10 cuadras de aquí…10 cuadras, 10 años, qué rápido se va el tiempo. Apenas y era una chiquilla cuando salí de casa, una veinteañera que soñaba con cambiar el mundo y que estaba decidida a hacerlo. ¿Qué me pasó? La realidad, supongo, no es como uno la imagina, idealizas un mundo lleno de colores y la vida se toma la delicadeza de decirte que cada pincelada tiene un costo. Y ojalá solo en el aspecto monetario, las amistades, el enamoramiento, las relaciones interpersonales en conjunto, no son cosas a las que se pueda escapar y no siempre son las mejores experiencias.

Resultó que hace cuatro años alguien se llevó mi corazón, Renato Acosta, gracias por dejarme aquí, en el limbo de la soledad y la locura. Vivimos muchas cosas juntos, 2 años de relación, altos y bajos, infinidad de detalles el uno al otro, como aquellas seis cartas que le escribí para los seis meses o el poema que me leíste a medianoche en tu azotea, todo para que un fatídico día me plantes en la catedral (no de novios, Dios me libre de esa) en una cita por nuestro segundo aniversario, así que pensándolo bien, tuvimos 1 año y 364 días juntos, después de eso, fue un martes, lo recuerdo y no tenía ganas ni de despejar un párpado del otro. Te soñaba, te lloraba, gritaba, maldecía. Té verde, películas románticas, horas al teléfono sollozándole a mi madre y el gran consejo “Deja ir lo que te daña” eran mi consuelo durante esos días (nunca le caíste a mi madre) y es que uno es terca y termina destrozándose por necia. Alguna vez me dijeron que no todo tenía que hacerse a mi manera. Cuando “pasó” todo ello, decidí dejarte de lado y mirar otro horizonte, conocí a Bill, apuesto, alto, un joven pintor que me cautivó desde que lo vi.

Dos semanas después, me engañó con Cinthia, mi mejor amiga, una semana, la dejó y se fue con Carolina, se casaron y ahora tienen 4 hijos ¡Yei!

Extraño el chocolate caliente que me hacía mamá, extraño sus guisos de carne. Obviamente he heredado ese don culinario, me tomó cinco años dominarlo, pero tantito de difícil se me hace aún el hornear un pavo para navidad. Tal vez todo fue mejor en tiempo pasado, cuando mis preocupaciones eran qué iba a jugar en el recreo o qué nombre le pondría a mi nueva muñeca, Alice, por ejemplo, me acompañó cinco años y luego gracias a Lassie, mi perra, pasó a mejor vida.

¡Cuidado, señorita! –un auto frenó en seco – Oh, Dios mío, estaba tan perdida en mí misma que… Lo siento, fue lo único que atiné a decir. Será mejor comprar una botella de agua “para pasar el susto” ¡Así decía mamá!

En fin, lo que estaba pensando era el cuánto extraño a mamá, pero eso ya no tiene sentido pues estoy a 5 cuadras de verla, más bien ¿Qué he aprendido mientras ella ha estado lejos? ¿Qué he descubierto por mí misma? Que conseguir empleo puede ser fácil, así como el perderlo, que a veces no hay ni pan para comer y que otras una pizza entera no afecta en nada a tu economía. Pero, más allá de todo eso, ahora sé cuánto cuesta el comer, el vestir, un jean, una blusa, los zapatos por los que se me derrite la boca al verlos, el servicio de cable, la luz, el agua, vivir completamente sola y literalmente estás “sola” el teléfono, el internet, son solo excusas diarias que se interponen entre la verdad y tú, cuando enfermas, cuando te deprimes, cuando estás enojada, cuando tienes hambre, te las arreglas y punto.

Y si vamos en un sentido más profundo, estoy orgullosa de saber que las cosas no resultan ser como las esperas, hay planes que salen para bien, pero también para mal. Y hay veces que me gusta ponerme a quejar y quejar, sin darme cuenta que como decía mi madre “Las cosas, por algo pasan” la vida no siempre tiene un enfoque gris, pero cuándo lo tiene puedoverlo así o puedo proponerme pintarlo, aún con todo el esfuerzo que signifique “pincelada por pincelada”

Porque a todos nos gusta la idea del cambio, que nuestros padres, la sociedad, el gobierno, el país, la gente, todos deben cambiar y nos olvidamos del ser más importante en este mundo… Todo gran cambio comienza por el cambio a mí mismo, y debe ser sin miedo, sin fronteras ni ataduras, parafraseando a Carl Rogers “Cuando me acepto, entonces ahí puedo cambiar”

Y sé que el cambio duele ¡Oh, juro que lo sé! Pero el dolor solo es necesario para la superación, quien se sume en el dolor empaña sus vidrios con un aceite grasoso difícil de sacar… como aquella vez con Renato…esa es otra historia, ya debo cambiar mi manera de relacionar conceptos.

A solo 10 pasos del reencuentro, respiraré hondo y entraré por esa puerta de cristal… ¡Hola mamá!

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