Cuando le pregunté a Tía Angélica, mostrando las pocas fotos rescatadas de su desván,dónde encontraría las innumerables fotos de la familia que ella guardaba. Me respondió escuetamente:
– Vinieron tus familiares y me cansé de retirar los pedazos de las fotografías arrojados detrás de los armarios o debajo de la alfombra.
Añadió segura de haber interpretado correctamente mi asombro:
-La voz de la mulatita. Así es. Si me apellidara Román, por si acaso, me cuidaría mucho de exhibirlas, sabiendo lo que les ocurrió a mis cuatro generaciones anteriores.
Sonriendo incrédulo extendí las fotografías sobre la mesa, como un tarot inverso, buscando esclarecer las claves de un pasado que inquietó secretamente a las dos hermanas.
Siempre me pareció misteriosa aquella única foto que les tome: una con el rostro agachado y la otra cubriéndoselo con falsa actitud de meditación. Atrás mi prima, altiva y desafiante, aceptando el destino de parecerse a tía Aurora. A quien le negociaron su futuro en un matrimonio de conveniencia.Para no entregarle su desmesurada herencia.
Desesperada por exorcizar la adversidad exigió un traje de novia traído de Paris.La víspera del matrimonio se encerró en su habitación vestida de novia y huyó refugiándose en un monasterio.
Las veo, menuditas, tímidas como gacelas, empantanadas entre la incertidumbre de una posible veracidad de la maldición. Pero las recuerdo bravías.
A tía Ali, caritativa, ocultando de la policía al sanguinario lugarteniente de Rumi maqui en la morgue. Y devolviéndolo a la cárcel, feroz e implacable, cuando de su boca supo que era quien había desmenuzado con agujas de arriero, a tío Rafael.
Mary, con cerquillo y en otra foto agachando su humildad infatigable. Arrojando agua al rostro y arrancándole los galones a un cachondo capitán, futuro dictador, que asediaba a su amiga “Paty”. O espantando rebeldes, con disparos de un fusil, que temía verlo en horas tranquilas; mientras huían despavoridos los empleados. O negociando astuta y desafiante, la vida de su hijo con las monedas de su silencio, con terroristas que colgaban perros muertos en la puerta de calle, en señal de sentencia de muerte; mientras él fatigaba a caballo senderos de cabras, con otros terroristas pisándole los talones.Apareciendo fantasmal y veloz en comunidades indígenas, organizándolos contra la corrupción de un gobierno infame.
-Ni fray Jesús se salvó -me advertían en horas de recaída. La maldición le torció el destino. De apacible orador sagrado acabó de revolucionario muriendo en la Nicaragua de Sandino. A los ochenta años.
Solo la bisabuela Adelina mantuvo su fortuna huyendo de la maldición, y cambiando su nombre, y tío Genaro, haciéndose llamar Gerardo, en cuya casa encontraron decenas de fotografías en negativo.
Me llamaban descreído porque no aceptaba que una mulata en la sublimidad trágica de su ira Confundiera el destino de su maldición y condenara a siete generaciones de los Román a la intranquilidad y la irremediable perdida de sus fortunas, cuando verdaderamente la orden de enterrar vivo a su hijo, en un tonel de ron, vino del mayordomo, por haberle seducido la hija.
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