Tan frío que quema, tan solo que duele.

Tan frío que quema, tan solo que duele.

Stela Freisi

13/05/2014

Era la primera vez que Rubén  probaba un helado, ese palito de naranja sacado del frizzer lo marcó para siempre.

No porque fuera su primera salida solo, ni porque  fuera  la primera vez que besaba a una chica, sino porque  esa tarde aprendió algo importante…

Su vida transcurrió en un orfanato, nunca supo por qué. Algunos días soñaba  que su madre había tenido otros hijos a los que no abandonó. Y también soñaba que estaba en su casa junto a una familia; pero eso pasó  pocas veces.

Por un descuido del vigilante, había podido escaparse por el  garaje.  Al fin en libertad. No sabía qué hacer.  Caminó hasta la avenida y se encontró junto a un puesto de diarios y revistas, allí vio un mundo ajeno a él:  autos, motos, tatuajes, novias.  Todo era nuevo, la ropa de las personas, los coches de la calle…  un micro  que paró justo frente a él. Bajó una señora con un niño en brazos.  Rubén  subió… el chofer lo miró y comprendió, le señaló el  escalón junto a él y le dio conversación por un rato. Cuando Rubén vio que era una aplaza… no lo podía creer, ¿eso era de verdad?  Una plaza  en una calle, y él en libertad…

Rubén se trepó al tobogán más alto. Y gritó tan fuerte y tan profundo que un vecino salió de su local y fue hasta él.

-¿Nene qué te pasa? – dijo José el kiosquero. 

– Es que es la primera vez que veo una plaza. – dijo y el viejo entendió.

Un rato después en la puerta del kiosco miraba la heladera  llena de helados.

Sentado en el umbral miraba la gente pasar. La vida desde afuera se veía linda… le estaba gustando esto de ser de los de afuera.  Una nena de unos trece se sentó junto a él,  José  la conocía bien, ella vivía en un rancherío cercano y todas  las tardes a la hora de la siesta,  cuando  nadie anda por las veredas de sol, ella venía y se sentaba  allí, solo para charlar, con ese solitario señor de barba blanca y manos traviesas.  Un rato de juegos y él le daba un helado; ese día eran dos, entraron al local y el viejo les propuso un juego: -Si se dan un beso les regalo un helado.  La nena  sabía que eso era fácil,  Rubén  la miro y pensó -Qué bueno, ojalá sea de chocolate-  Con manos sucias y algo pegajosas la nena le tomo su cara, lo miró muy fijo y él  también abrió sus labios. El beso no fue malo, no fue rápido, no le dio asco. Rosita sabía besar lindo.

José Arguello les dio  los dos helados. Por arrebatado y por desconocimiento Rubén se lo llevó a la boca y estaba tan frío que le quemó los labios.

Rubén aprendió que hay que  besar y esperar para comer un helado.

Stela Freisi

 

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