ACABA DE MORIR LA SEÑORA ANA

ACABA DE MORIR LA SEÑORA ANA

Teresa Davila

13/05/2014

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Recuerdo como si fuera hoy, cuando el médico nos dijo: “acaba de morir la señora Ana”. En ese entonces, era una niña de tan solo 7 años.  

Mi papá,  compró un féretro con ventanita, para que las personas que desearan ver a la abuela antes del entierro, lo hicieran. El ataúd, lo ubicaron en la sala, en cada una de sus esquinas encendieron grandes velones, encima de la caja, pusieron una corona de flores y en la  entrada de la casa, había un cartel,  invitando a las exequias de la Señora Ana Hernández.

 Alguna vez oí, que los muertos se volvían tiesos y fríos. Le pedí entonces a mi madre, con insistencia, que me dejara tocar el cadáver y, aunque estuvo reacia, cedió a mí ruego.

 _ Francisco, venga urgente, _gritó mi mamá, cuando abrió la tapa del féretro.

 _ ¿Qué pasa?, _preguntó mi padre.  

 _ Doña Anita, está sangrando por boca, nariz y oídos y el estómago se le creció.

 Al ver lo que ocurría, mi papá, llamó de inmediato a la funeraria y explicó lo que sucedía.

Cuando llegaron los dos “señores funerarios” y vieron el cadáver, dijeron que lo podían arreglar en la casa, que necesitaban, un lugar con privacidad, una ponchera, una sábana, una toalla, jabón, una jarra con agua y dos personas que estuvieran presentes.

Ante este último requerimiento, mi madre dijo a mi padre, que ellos, eran las  personas para estar allí. Pero, con un “NO” rotundo, mi papá se soltó de este compromiso. 

 Aprovechando su negativa y con gran valentía, dije a mi madre que yo la acompañaba. Con sorpresa, recibí su “SI” y me llené de felicidad, pero este se esfumó,  cuando nos indicaron que pasáramos a la habitación. Allí, un “señor funerario”, nos explicó, que cuando las personas fallecen, se producen gases en el cuerpo, haciendo que los líquidos que hay en su interior, salgan  por cualquier orificio.  

De boca, nariz y oídos,  sacaron inmensas tiras de algodón oscurecidas. Luego desnudaron el cuerpo y lo pusieron boca abajo, en sentido horizontal, dejando que los brazos y cabeza colgaran a aborde de cama, con la sábana lo cubrieron de la cintura hasta los pies. 

Lo más aterrador, vino enseguida, cuando uno de los “señores funerarios” se ubicó encima del cadáver, a la altura de la cadera y empezó a presionar fuerte la espalda con movimientos continuos, contra el colchón. Esto, provocó que los brazos de la abuela se levantaran, cómo resistiéndose a lo que le estaban haciendo. De inmediato, expulsó un vómito negro, que fue a parar a la ponchera, ubicada debajo de sus brazos. En una de esas bocanadas, la lengua se le desprendió y quedó colgada de un tendón.

Cuando dejó de salir el vómito negro, la voltearon boca arriba, le introdujeron la lengua, inyectaron formol en el estómago, llenaron todos los orificios con algodón, la vistieron, aplicaron rubor en las mejillas y la metieron al ataúd, el que regresaron a la sala, para continuar con el velorio.

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