Abuela, cómo me gustaría que estuvieras aquí cerquita y pudieras contarme tus historias…

JULIO’38

“Repaso la plaza con la esperanza de hallar en ella algún recuerdo del ayer, pero hoy está sin vida. Acompaño a María hasta la oficina de correos. Su rostro está pálido, lleno de sufrimiento y sus ojos hinchados vuelven a delatar una noche más llena de lágrimas. Los vecinos se agolpan en la puerta deseando saber algo más, buscando sin saber que encontrar. En estos días vívidos, la muerte no parece ser el peor de los desenlaces para algunos. Mientras esperamos nuestro turno, me fijo en las personas que están a nuestro lado, en sus ropas desgarradas y en el cansancio de sus rostros. Repasamos los nombres de la lista. María busca desesperada a su Antonio, al que hace cuatro días que no ve. Reclama mi ayuda, lo de leer no se le da muy bien; y es ahora cuando agradezco las tardes de verano junto a mi hermano, enseñándome cada una de las letras, las cuales contaban miles de historias (te quiero). Aprovecho para leer despacito los titulares del periódico “Los mineros de Alquife y un grupo de dinamiteros provocan la evacuación del cuartel de la Guardia Civil”. Las fotografías no me ayudan a entender que está ocurriendo.

Encarna ¿no has encontrao su nombre? 

– No, no lo he leído. Mañana volvemos. Ya verás como cualquier día se presenta en casa y todo quedará olvidado.

– Ay prenda, espero que tengas la razón. Que ganicas tengo de abrazar a mi Antonio, que ya no sé ni que decirle a los niños.- María me mira cómo si pudiera conseguir lo que acabo de decir. No puedo explicarle que también tengo miedo, por Antonio, por los vecinos, incluso tengo miedo por mí misma.

– Ya verás cómo sí María, estoy convencida.

Retumba en mi cabeza las voces de las personas que ya han mirado las listas y las que siguen esperando. El desespero de unas por no encontrar a sus seres queridos y el desespero de las otras por no saber si los encontrarán. El sol de julio casi ciega la vista. María y yo nos cogemos del brazo para escapar de este lugar. Pero cuando apenas nos alejamos, la maldita sirena vuelve con fuerza gritando un posible ataque. Corremos cogidas de la mano pero a María le cuesta hacerlo, la falta de comida acusa a sus piernas cansadas.

Corre Encarna, corre lejos. Ahora voy.

No quiero dejarla allí, no quiero, pero a empujones nos separan. Estoy a punto de caer varias veces. Las lágrimas van rodando por mi rostro sin querer. Entro desesperada en una de las casas con la puerta abierta. Cuando suena la sirena nadie pregunta quién es quién. Todos parecemos de la misma familia. Me siento al lado de la ventana para intentar ver pasar a María. Una niña con trenzas se acerca y con su pañuelo limpia mis lágrimas. Su cara parece mi reflejo porqué ella también llora.” 

 FIN

 

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