Nací, por casualidad en esa España fría y desesperada, donde el amor fuera del matrimonio era pecado.
Fui por tanto una de esas hijas no deseadas, pero aceptadas, atendida por los abuelos que cargados de vergüenza defendían ese trocito de amor donde encontrar algo de felicidad, eran y son los pilares de mi vida, gracias a su protección y cariño mantengo una muy buena salud mental y un lugar donde existir, ese que ya por nacimiento me negó la dignidad y el amor de mis padres, la aceptación de mis vecinos y la integración natural en la sociedad.
Acabo de ganar una batalla legal, tras catorce años de juicio la ley dice lo que yo sabía desde hace 60 años, que soy hija de mi padre. Algo tan obvio que lo sabia todo el mundo incluido él; ese desconocido que en mi paseo matinal por la playa me paro y me pregunto si yo era su hija. ¡ Claro esa hija que es su vivo reflejo físico ! como negarlo.
Necesitaba lavar su conciencia, pero le duro poquísimo, una vez restablecido los vínculos familiares, su otra familia – la autentica – la verdadera, borro de su mente y conciencia, la necesidad de tener ningún otro referente que no fuesen ellos.
Esa hipocresía natural que nos domina y que tiene mucho que ver con las herencias, obran en las personas un magnetismo cegador de avaricia y odio.
Y es así, como muertos mis abuelos, muerta también mi madre, ¡ pobre mujer que jamas supo defender mis derechos y los suyos !, y gracias a la información obtenida por Internet después de una sentencia de paternidad ganada y guardada en un cajón, consigo saber que ese hombre que me engendro en un pajar después de una tarde de verbena, también ha fallecido.
Reanudo todo el expediente y su familia la – autentica, la verdadera- sigue en el mismo camino de odio y avaricia, y gracias a unos abogados ilustres que también buscan su parcela de gloria y sustento, consigo mi parte de la herencia, todo para pagar al juzgado, los procuradores y abogados que me asisten, y que se han comido los pocos bienes, siempre materiales que ha soltado su familia, la autentica- la verdadera.
Nada que pueda contar con alegría ni con amor de esa relación siempre manchada por el interés de esa familia- la autentica, la verdadera- mi madre murió con el pesar de ese amor que la condeno de por vida a la soledad; y yo vivo feliz por esa lucha que llevo por asegurar que todos tenemos derechos, tardíos si, pero derechos, pero esa figura que nunca apareció en mi vida de padres en familia, la sigo añorando como cuando era niña.
Brindo por que ningún hijo tenga nunca mas que sufrir lo que tantos hemos sufrido, y la piedad de las familia autenticas y verdaderas no se midan por los lazos legales del matrimonio, sino por los lazos del amor a los indefensos.
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