De acuerdo al diccionario de la Real Academia Española el verbo contar tiene doce acepciones distintas. Una de ellas tiene que ver con “referirse a un suceso, sea verdadero o falso”. Contar un cuento, por ejemplo. Otra acepción diferente de ese mismo verbo habla de “numerar o computar las cosas considerándolas como unidades homogéneas”.

Uno, dos, tres…noventa y nueve, cien, ciento uno. Mis hijos se sorprendieron al descubrir que no había cien chupachuses en el bote, sino que había uno de más. “Quizás hayáis contado mal” les dije yo y arrancaron a contar de nuevo. Tres veces más hicieron el recuento y en las tres ocasiones llegaron al mismo número: ciento un chupachuses en el bote de los cien chupachuses.

Mis hijos quedaron fascinados de tal manera por ese desajuste en el conteo, que al cabo de varias semanas, cuando compré otro bote, arrancaron a jugar de nuevo. “¿Cuántos chupachuses habrá en la bolsa?” preguntó mi hija para a continuación añadir que ella decía que habría ciento uno. El pequeño, más ingenuo, dijo que él creía que habría ciento cincuenta y tres. Esta vez, yo también me animé a jugar: aposté a que habría cien.

Pero otra vez que había unidades extra: en esta ocasión, ciento dos.

Durante más de tres años se repitió aquella misma situación. Cada vez que yo compraba un nuevo paquete de chupachuses, mis hijos y yo no veíamos el momento de empezar nuestro juego, que acabó convirtiéndose en uno de nuestros favoritos. Curiosamente, siempre había más de las cien unidades anunciadas. Sin embargo, algo cambió sin previo aviso y un buen día empezaron a venir cien unidades en los envases.

La primera vez nos sorprendió. Evidentemente, ninguno de los tres había acertado. Aquello nos pareció imposible: no podía haber cien chupachuses en el bote de los cien chupachuses. Tuvimos que contarlos en varias ocasiones para darnos cuenta de que efectivamente era así.

“Habrá sido un error” intenté tranquilizarles.

Al día siguiente compré otro bote, pero en el recuento descubrimos que otra vez venían cien. Aquello era un engaño, una estafa. Compré varios paquetes más durante los siguientes meses, siempre con la misma decepción.

Al cabo de un tiempo, mis hijos dejaron de querer jugar a ese juego tan absurdo. Lo impredecible se había convertido en predecible. La sorpresa ya no existía. Lo divertido se había tornado aburrido. Era como si mis hijos se hubiesen hecho mayores de golpe y eso me entristeció.

Hasta que finalmente di con la solución: ahora compro bolsas grandes de sugus. El envoltorio sólo anuncia el peso del contenido, pero no el número de caramelos que contiene, que además tiende a oscilar un poco de bolsa a bolsa.

“¿Contamos?” preguntaron ilusionados mis hijos el fin de semana pasado al verme llegar con una bolsa.

La octava acepción del verbo contar en el diccionario de la RAE se refiere a “importar, ser de consideración”.

“Claro” les contesté. “Contáis mucho, y cada día más”.

Y nos pusimos a contar.

FIN

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