Un día valiente

Parecía un día cualquiera, un día más en las calles que vieron nacer a Cervantes. Mi memoria no olvida el olor a tierra mojada ni el ruido de la agujas de un reloj lleno de vergüenza y dolor.

Desde la distancia que nos marca el tiempo recorrido y la imaginación que disfraza toda acción, aquel día todos sus pasos se ralentizaron, su coleta estaba alborotada, sus piernas chocaban entre ellas cada cuatro pasos. Se acercaba la hora de describir la decisión que cambaría todo para siempre.

Hermanos desde el principio, ella me confesó al oído que su cuerpo, mirada, labios y otras partes de su anatomía de cuyo nombre no puedo acordarme, tomaban una temperatura especial al ver, sentir, tocar o soñar con una mujer.

El miedo al rechazo era evidente, pero solo pensar decepcionar a las personas que siempre están a tu lado, incluso compartiendo sofá, te recuerda que todo lo que ocurra será diferente, cada acción será pensada.

Una vida con miedo a equivocarse no es vida. Probablemente no es nada. Yo la escuchaba, pero sus palabras seguían sonando a excusa. El discurso no estaba claro pero el tiempo se agotaba.

Subió a casa, abrió la puerta mientras todos se miraban… Respiró muy hondo. Pensó en qué pensaba. Parpadeaba demasiado. La boca deshidratada. Frío y calor. Decidió no decir nada. Al segundo decidió decirlo todo. Se acordó de una caída que tuvo el verano pasado mientras pedaleaba con la cabeza en otro lado. Volvió a respirar hondo. Sus pulmones se cerraban. Su inhalador puso orden en la sala. El silencio se volvió incómodo…

– Mamá… Papá…  dijo ella.

– Cuando beso a una chica siento que beso de verdad.

Su madre muy inquieta le pregunto:

-¿Hija, estás segura? ¿No será un simple capricho?

Con decisión ella contestó:

-Sí, es el capricho más bonito que he tenido y tendré en toda mi vida.

Desde ese día nació una nueva familia con mucha verdad y muy pocos silencios. No fue fácil. Demasiados prejuicios e ignorancia en cualquier rincón de cualquier ciudad.