Sólo.
Inmóvil como una estatua de sal me encuentro.
Me voy deshaciendo poco a poco con los recuerdos, como si de olas que me golpean y me erosionan se tratara.
Recuerdos de mi vida, de mi familia. De la familia a la que pertenezco desde el principio, y de la familia que me pertenece desde algún tiempo después.
La primera, fue la que me vistió de persona, ataviándome de virtudes como amor, sensibilidad, sentido común y algo de mala leche para negociar los recodos de toda una existencia.
Mi madre, mi padre, hermanos, abuelos, tíos, primos… ampararon esta estatua de sal con su sola presencia, ofreciéndole cada uno el abrigo del abrazo fuerte y el beso en el cuello con el que partir a la búsqueda de mi propio destino.
Mil fotografías que congelaban para siempre el instante que se vivía, evocando una y otra vez la sensación de volver a estar allí, reviviendo el momento en blanco y negro. Qué difícil es ponerle color al recuerdo de una fotografía en blanco y negro…
Las fotos en color están más vivas. Son de ayer casi. Yo me deshago menos, el agua del recuerdo me golpea más suave.
La ola golpea más fuerte con las fotos más antiguas, de miradas grises, cuando el recuerdo de quien aparece en la imagen ya sólo es eso, un recuerdo. Y lloro, y mis lágrimas disuelven la sal de que estoy hecho, que se desmorona de mi cuerpo…
Deshecho por completo estaría desde hace tiempo de no ser por un ángel, que de la mano de su madre hace unos años se acerca a esta estatua que soy, y me recompone un poco cada día, con la sal de una sonrisa que no se acaba, eterna como ella.
La conozco.
Sale en las fotos más vivas, esas que son a color. Las de ayer casi.
Sale en casi todas con su madre. Son la familia que me pertenece y a la cual pertenezco ahora. En realidad son el destino que buscaba hace tiempo.
Compruebo gratamente que ellas, y la familia a la que pertenezco desde el principio, son toda una, conmigo. Y me doy cuenta que yo no siempre fui una estatua de sal, ni estuve solo. Los avatares de esta vida y sus malditos recodos me arrinconaron a esta etapa de soledad por la que ahora transito.
Ya no veo todos los días a mi ángel, ni a su madre, ni a la familia a la que pertenezco. El destino a modo de broma macabra me reserva un par de días de cada semana. El resto de la semana vivo en la vida de otro que no soy yo. Solo me quedan las fotos. Las fotografías.
Me conformo con mirarlas aunque me golpeen, como las olas, unas más fuerte, otras menos.
Y no puedo llorar. Si lo hago mis lágrimas me deshacen, y no está aquí mi ángel para recomponer esta estatua de sal que soy.
Hoy estamos solos… las fotos y yo.
FIN
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