Desde allí podía ver el Puente Segovia, la «Casa Campo» y medio Madrid.
Amaba aquella casa, la ciudad…
La silueta de su mano quedó aferrada a la antigua barandilla del balcón cuando la obligaron a marcharse de la calle Antillón. Ese balcón, que había sido su faro, su mástil vigía… Todo contra su voluntad, nadie escuchó sus lágrimas, ni siquiera la vez que aquel hombre le hizo tanto daño…
Luego, llegó aquel bebé al que todos quisieron ocultar como si no fuera suyo…
Y, al poco tiempo, en una quermés, conoció a un chulo del «Barrio Bilbao»; Lino, artista, carpintero…
Ángela era hermosa, casi nunca sonreía pero su rostro limpio y adornado de unos ojos grises perfectos, atrajo al artista carpintero al sonido del pasodoble…
Lino tomó su cintura de avispa al son de Suspiros de España y dirigió el baile como capitán que gobierna un barco … y lo ama…
Las notas les envolvieron al abrigo de la Plaza Mayor…
Ella, aún más hermosa; él, más artista si cabe, pulió las hondas oscuras de su cabello colocando una flor entre ellas. Ángela accedió, se dejó llevar y le contó su secreto… Obligada a ocultar la violación de aquel hombre de Valencia, que, muy dispuesto, les había prestado cobijo a ella y a su familia cuando Madrid fue bombardeada. Nadie pareció escuchar lo q había sucedido por las noches…
La vuelta a Madrid ocurrió con un miembro más. No hubo más deseos, sólo sueños…
2008…
Desde la terraza…
_ No veo el puente… Y éste calor, no lo soporto…_ se limpió la frente y las mejillas cubiertas de sudor. Un mes de julio más, un año más rodeada de cemento, aluminio, cables y antenas de telefonía.
_ No veo el puente Segovia…_repitió de nuevo. En aquel instante, su mirada perdió la cordura y se precipitó mas allá del sofocante calor de verano.
Ángela respiró hondo, cerró los ojos, imaginó un sueño…
Sintió una flor acomodándose en sus cabellos y sus labios, arrugados por el tiempo, dibujaron una sonrisa.
Avanzó hasta saludar al precipicio sin fin… Miró sus pies; la artrosis había desaparecido y, de nuevo, calzaba zapatos de tacón.
Experimentó la sensación de libertad más inmensa que su mente recordaba.
Siguió con la mirada una pequeña mariposa blanca que, en su vuelo, descendía, lejos… Acercándose a su antiguo balcón, a su puente…
Entonces, imaginó que ella misma descendía, como la mariposa, entre las calles de Madrid, hacia Antillón…
A su espalda, alguien gritó su nombre, una niña… Ni siquiera recordaba si poseía alguna identidad, sólo se aferró a sus últimos sueños.
Ese «alguien», la vio descender edificio abajo, sin rozarse con nada, como una mariposa con su bata blanca… Y, en un instante, se convirtió en un simple mortal, su vestido alado se tiñó de carmín y la flor de sus cabellos descansó unos metros más allá… Sobre ella, una mariposa blanca…
Jamás volvió a su balcón…
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