Cruzó, con la rapidez que otorga la vida a cámara lenta, la puerta de entrada a la sala iluminada como un mediodía de verano. Todos le rodearon para recibirle aunque hubieran preferido que nunca hubiera llegado, o bien, que hubiera pasado mucho más tiempo hasta su llegada. Se quedó con la boca abierta y la mirada perdida, pues no entendía muy bien que estuvieran todos allí, puesto que él no había anunciado su llegada. Y tampoco esperaba que el camino que había tomado con su moto por la costa le llevara a aquel recibimiento. El tan sólo se limitó a seguir al grupo.
Cerró los ojos durante unos instantes para empaparse de aquel momento, y su mente se llenó de recuerdos y sensaciones vividos en otros tiempos.
Y sintió de nuevo la voz de su padre la primera vez que volvió a casa tras su aventura laboral en Dublín diciendo -“Ahora que has venido, no te vamos a dejar ir”.
Sintió de nuevo las manos de su chica desnudándolo, al igual que lo había hecho tantas veces en el salón de la casa de la playa, mientras ella le susurraba -“ Tranquilo, ahora estarás mejor”.
Sintió a su hermana mayor gritarle la misma frase que le decía cuando iban de viaje y el se quedaba dormido sobre su regazo -“¡Venga, no te duermas! ¡Abre los ojos!”.
Sintió a sus amigos de instituto cogerlo a pulso, al igual que hacían en los descanso de los partidos de la liga provincial de fútbol del Instituto, y bajo la voz unísona de -”¡ Tú puedes, chaval!”- subirlo encima de la lona del banquillo visitante, para romperla con su peso y de esa forma dejar que el equipo contrario se derritiera bajo el sol del mayo sureño.
Sintió como su tía le hacía fotos desde varios ángulos, al igual que hacían en los cumpleaños cuando era niño, y cómo protestaba y se quejaba cuando lo colocaba para la foto perfecta y su tía le decía -“¡Quieto!. ¡No te muevas!. ¡Es sólo un segundo!”.
También sintió la primera pelea con el matón del colegio y como éste le golpeo el pecho con patadas y puñetazos. Y la primera vez que el médico de la familia le dijo -“¡Abre la boca como un león!”-, y le introdujo una paleta de madera que le hizo dar arcadas hasta vomitar. Y así un sinfín de historias que le hizo llegar al punto de abrir de nuevo sus ojos.
Y fue así, abriendo los ojos, que vio las verdaderas caras de quienes le habían recibido: Antonio, el médico de guardia, Aida, Cristina y Maria José las enfermeras, Paco y Manolo, los celadores, Eli, la Técnico de Rayos, y más personal que lo atendió durante su estancia. Todos, sin excepción, se convirtieron aquella noche en la familia efímera de I.N.R., accidentado de tráfico que entró en parada cardiorrespiratoria en el Servicio de Urgencias. Una familia efímera que lo acompañó hasta que pudo estar de nuevo con su familia de sangre.
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