En un pueblo vivía una niña muy triste y era tan triste que apenas sonreía cuando su madre la besaba. Era demasiado ausente en todo momento, en cada instante, en todos los lugares, en todos los espacios su risa  fue siempre  una utopía para sus padres y sus hermanos que  nunca la veían sonreír y ser feliz. Era la felicidad un sueño imposible en su cotidiana tristeza. Y sin embargo, ella era buena, la más buena de las hijas. La más buena de las hermanas. La más buena de las amigas. Pero ella no sonreía,sólo apoyaba a todos quienes la rodeábamos  y cuando le decían gracias, sólo ella asentía con la cabeza y con los brazo abrazaba a quienes la querían bien.

Ella  abrazaba y sus abrazos eran largos y amorosos. Nunca la vimos reír ni a carcajadas ni a medio pelo. Pero sus abrazos eran tan cálidos que te hacían amarla para siempre. Era tan buena amiga y tan buena hija y tan buena hermana que amarla era lo más sencillo del mundo.

Pero un día, un 30 de enero del 1996 ella salió a comprar flores para colocarlos en la tumba del sobrino muerto. Eran las 2 de la tarde de un martes soleado y sin embargo ella jamás regresó. 

La buscamos entre todos quienes la amamos. pero no encontramos ningún indicio de sus pasos ni en el cementerio ni en la florería. 

Alguien por ahí dijo que la habían visto conversando con un chico buen mozo unas semanas antes de desaparecer. Otro por ahí dijo que ella tenía un novio que trabajaba como mecánico en el taller de la cuadra 12. Pero esos indicios no dejaron huella. La buscamos en el taller de la cuadra 12, pero el chico guapo nunca había trabajado ahí y ningún mecánico había dejado de venir por esos días.

Luego de tres años de búsquedas inútiles por fin un 30 de enero de 1999 nos dimos por vencidos y abandonamos nuestras esperanzas de volver a abrazar a la chica más triste y amorosa. La extrañábamos pero nos dimos por vencidos. 

Un día después todos quienes la amábamos empezamos a rezar por ella sobre la tumba del sobrino muerto que ella había amado tanto, tanto. En esa tumba la llorabamos y rezabamos todos quienes la habíamos amado.

Nunca volvimos a abrazarla ni a extrañar su sonrisa ausente.

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