Nos ha hecho grandes a cada uno de nosotros, nos ha dado fuerza para volar más allá de nuestras alas, para saber que somos grandes desde el día que nacimos y como fuertes guerreros podemos enfrentarnos ante cualquier situación, sabiendo que aunque la lucha puede ser dura, la batalla puede ser ganada. 

Era tan sólo comienzos de año y una noticia sucumbía a nuestra familia. Uno a uno lo fuimos sabiendo, lo fuimos viviendo, los fuimos sintiendo, había entre nosotros la zozobra de la ansiedad, el miedo humano que de pronto paraliza, el rechazo a lo que duele y todo aquello que uno quisiera evitar, llamando desesperadamente al alivio que uno puede sentir al despertar de un mal sueño, pero era un hecho, una realidad.

Ante todo la fe que mueve montañas, la oración perpetua, la devoción constante, la esperanza de un pronóstico halagador, más allá de todo eso y multiplicado por el amor infinito de Dios, el amor de nuestra familia.

Uno de nuestros guerreros estaba a prueba, la situación lejos de ser sencilla, iba en ascenso complicando los escenarios, moviendo corazones, creciendo las dudas. No hubo otro camino, había que sacar la casta.

Como guardianes en turno fuimos llamados uno por uno a velar por nuestro guerrero, aquel que nos había dado luz y salud muchas veces en nuestra vida. Era su turno, cada uno de nosotros velaríamos por él, día tras día, noche tras noche, todos nos hicimos parte de esta lucha, era una batalla familiar que definitivamente había que ganar.

Si nuestra familia de por sí, ya es grande, el número de familias y amigos se multiplicó. La sangre de hermanos se hizo llamar, cada uno como podía hacia su pequeña contribución en esta gran lucha. Unos en oración, varios  en las filas para donar, otros en comunión, otros más en compañía, algunos en la distancia, pero todos con un mismo corazón, ese gran sello que nos ha unido y nos unirá para siempre.

Fueron momentos muy duros, días y semanas esperando un avance, parecía que no iba a ceder a los ojos humanos, a la fe divina jamás hubo duda. La oración, la esperanza, las plegarias se multiplicaron, la conversión también llego y las buenas noticias fueron apareciendo una por una, así como el amor tan grande de cada uno hacia él.

La compañía, la alegría y la oración de los tuyos en momentos de prueba es en definitiva el arma más poderosa ante cualquier prueba. La fuerza interior y la fe ciega en quien todo lo puede multiplica exponencialmente todas las posibilidades. Entonces cuando uno cree que no hay nada más que hacer, es cuando más tenemos que hacer.

Saber que el poder de la familia unida en oración es tan grande que nos salva de cualquier peligro y situación, llena nuestro álbum familiar de memorables anécdotas todas para recordar y atesorar en lo más profundo de nuestro corazón y la enorme alegría de tener a nuestro guerrero de pie: ¡Celebrando la Vida!.

Fin

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