Domingo de sardanas

Domingo de sardanas

Francesc Vázquez

17/04/2014

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Es una fotografía con los bordes irregulares y los márgenes en blanco, lo que da profundidad a la imagen del abuelo, de pie en el portal de casa, con una mano en el pantalón del traje y con la otra sosteniendo un puro.

-Tu abuelo siempre iba de veintiún botones cuando salía a ver bailar sardanas.

-Ya lo sé, madre. Me acuerdo de cuánto tardaba en arreglarse los domingos por la tarde, después de comer.

Cada cierto tiempo, madre e hijo sacan las fotos de la caja de zapatos naranja atada con una goma de pollo de color verde. Ella va escogiendo una a una las fotografías, todas en blanco y negro, como son los recuerdos de él. En la imagen del abuelo se ve a un hombre alto y delgado, el pelo engominado peinado hacía atrás, el bigote bien recortado, y unas gafas de montura de pasta que le confieren un aire de intelectual. Del traje sobresale el cuello de la camisa blanca, que su mujer le plancha y almidona con esmero cada semana, y la corbata oscura, con el nudo impecablemente hecho.

-¿Iba todas las tardes de domingo a ver bailar sardanas?

-Cada domingo iba a la Plaça de Sant Jaume, hijo, lloviera o hiciera sol.

En casa del abuelo, los domingos se come a las tres, pero él siempre llega tarde, cuando todos se han comido la paella y la abuela ha estado trajinando del comedor a la cocina durante casi una hora para mantener caliente el plato del abuelo.

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Come muy despacio y bebe vino a chorro de un porrón que solo él utiliza. Cuando se toma el carajillo de brandy, el abuelo se levanta y procede a asearse. Se lava concienzudamente el torso, los brazos y el sobaco en el lavadero; después se afeita con navaja, brocha y jabón. Se aplica loción para el afeitado y, para acabar, brillantina en el pelo. Y, antes de ponerse el traje de los domingos, se lustra los zapatos. Tras mirarse en el espejo que hay en el pasillo, el abuelo se despide y sale de casa, camino de su cita dominical. Vuelve pasadas las diez de la noche, cuando todos ya han cenado. Qué tal las sardanas, le pregunta su mujer. Bien, como siempre, responde él.

Del montón de fotografías de la caja de zapatos naranja, el hijo elige una en la que no se había fijado anteriormente. En ella se ve a una mujer de mediana edad, que mira fijamente a la cámara.

-Oye, madre, ¿quién es esta mujer?

-¿Quién dices? A ver… No lo sé, debe de ser una amiga de la abuela, pero han pasado tantos años…

La mujer viste un traje chaqueta de color claro y adorna su cabeza con una pamela. El brazo izquierdo lo apoya en el antebrazo de un hombre del que solo se ve el puño de la camisa blanca impoluta que sobresale del traje y los dedos de su mano que sostienen con firmeza un puro.

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