Dónde empieza y dónde termina la familia? Hay veces que la realidad deja atrás a las ficciones.
Una simple foto de pasaporte, pero suficiente para preguntarle a mi abuelo Gastón por sus viajes. Mi abuelo había peleado en la Primera Guerra Mundial, en Verdun, y había vuelto a la Argentina años después. Había abierto dos librerías, las “Franco Belga”, cerca de Florida y Paraguay, en Buenos Aires, en las que vendía las revistas seriadas de Fantomas, que eran esperadas con ansias por el público porteño de entonces.
Pero lo fascinaba un negocio de exportación de pescado desde Senegal, (Africa Occidental Francesa por entonces) a Francia. En 1929 había llegado a Dakar para iniciar las gestiones de su actividad exportadora.
Dakar era una ciudad apasionante, llena de mercados callejeros y un intenso movimiento comercial. Mi abuelo llegó a Dakar con lluvias, muchas lluvias, que duraban toda la estación sub-tropical. Contaba que las calles se inundaban y flotaban serpientes en los charcos.
La primer semana conoció a Awa, una joven senegalesa de 26 años, con quien compartió su primer cena en un restaurant en Dakar. Le preguntó por qué era tan seductora. Ella le dijo: “je séduis donc je suis une femme” (“seduzco, luego, soy una mujer”; parafraseando a Descartes con su “Pienso, luego existo”). Mi abuelo se sorprendió de que Awa conociera a Descartes. Pero fue mucho más lo que Awa le enseñó. Las mujeres de Senegal manejan increíbles secretos afrodisíacos: ungüentos, perfumes, pastillas, pequeños panecillos o bizcochos y licores que, según mi abuelo, harían levantar a un muerto de su tumba. La sociedad senegalesa consideraba al sexo como un tabú, por su marcada influencia islámica, pero en la intimidad, su vida sexual se llena de matices, colores y emociones.
Mi abuelo volvió a la Argentina y durante 5 años controló sus exportaciones de atún, bonito y dorados desde la costa de Cabo Verde a Francia. Cinco largos años en los que recordaba a Dakar con nostalgia y cierta emoción romántica.
Un día, cinco años después, un día lleno del sol, desembarcó otra vez en Dakar. Luego de pasar por la aduana, encontró a Awa parada entre la gente que esperaba el arribo del barco, con un niño de más o menos 4 ó 5 años de la mano. -Cómo supiste que llegaba? Le preguntó, sorprendido. Awa bajó los ojos. –No lo sabía-, le respondió. –Espero todos los arribos de barcos que llegan a este puerto desde hace 5 años.
Luego del regreso de ese viaje de mi abuelo, no hubo más contacto con ellos.
Si mi tío en Dakar llegara a leer ésto, quiero decirle que no hay razas, credos, religiones, ni ningún invento humano que separe a los hombres. Somos todos, inevitable y felizmente, hermanos; y hemos sido, desde siempre, miembros de una misma gran familia.
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