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Se instaló un día y desde entonces habitaba la casa, escondida en algún rincón, o al menos al principio y hasta que fue cogiendo confianza para campar por el apartamento. Nunca le provocó un sobresalto. No es como la gente cuenta. Cuando se cruzaban, se deslizaba por el lado discreta y todo permanecía en orden. El aire no se movía, la luz era la misma…  y la vida. Se estableció una especie de rutina en la que no faltaban los encuentros en el pasillo, la sobremesa en el comedor, la armonía propia de una convivencia en la que dos inquilinos comparten un mismo espacio sin molestar y hasta el punto de simular que todo aquello es sensato. Hasta que empezó a colarse en los armarios.  Otra vez le pareció verla a través de la mampara de la ducha. Y escondida bajo el fregadero. Ahí sí que la vio. Cruzaron las miradas en silencio y sin querer tiró algo cuando iba a tender la mano para tocarla. El fuerte olor de la lejía derramándose la distrajo. Ahora le inquietaba que la siguiera hasta la entrada y por si acaso volvía para comprobar el cierre. Revisaba la ropa del armario percha por percha hasta descubrirla envuelta en un abrigo, barría debajo de la cama, ordenaba los cajones, los papeles de las carpetas, el  bolso, las llaves, el móvil, el lápiz de labios… no, no estaba allí tampoco… y cerraba las puertas a su espalda. Cuál sería su nuevo escondite. Tras las cortinas, en el cesto de la ropa sucia o en el cubo de basura. Repasaba sus movimientos al salir de casa por si en un descuido… pero no, no podía ser. Había cerrado con tres vueltas. Sin embargo por un instante se sobresaltó ante la duda. Sentía los pies helados y el pulso fuera de control. La ansiedad iba aumentando. Pagó el café y a paso ligero, luego casi corriendo deshizo el camino, de vuelta a casa. Temía llegar y encontrarse la puerta abierta de par en par. Le temblaba la mano abriendo el portal y luego la espera del ascensor. El trayecto qué lento, piso a piso, se detiene, la campanita y la puerta corrediza deslizándose mientras dejaba entrar el oxígeno contra el que lucha desesperada por salir. Repuesta del esfuerzo alzó la vista y allí estaba la puerta. Cerrada. Menos mal. Camina con la llave en la mano. La introduce en la cerradura. Gira. Pero no hay nada que hacer. Ha escuchado como golpean del otro lado.

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