La Carta de Mr. Gibbs

La Carta de Mr. Gibbs

Ingrudska

05/05/2020

[…] Querido Lector:

Uno a uno los segundos pasaban, con una completa ignorancia de lo que traerían. Las manecillas del reloj avanzaban casi arrastrándose, como si supieran el dolor que me provocaba ver el minutero moverse, paso a paso, convirtiendo su ´tic tac´ en una sonata macabra que anunciaba la llegada de un ser tan grotesco que, con un simple vistazo se quebraría hasta el temple más fuerte y, haría que las rodillas del caballero más valiente se sacudieran con furia mientras sus dientes rebosantes de miedo castañean sin cesar.

Entre más cerca veía la manecilla pequeña del número doce, más rápido latía mi corazón, mis parpados se abrían dejando entre ver unas pupilas tan dilatadas que pareciese mis ojos fueran completamente negros. Víctima de la desesperación encajaba las uñas a los brazos del sofá, movía el cuello de un lado a otro en mi afán de seguir el movimiento ondulatorio del péndulo del reloj y rechinaba los dientes de adelante hacia atrás, de adelante hacia atrás, de adelante hacia…`DONG’

El reloj marcaba la media noche, la hora de las brujas, el aviso de la llegada del mal encarnado, de mis torturas y de la miserable noche que me esperaba. Deje salir un chillido espantoso y, poseído por una terrible desesperación, tome vuelo y corrí con todas mis fuerzas hacia la cocina. Al llegar a ella busque desesperadamente el frasco de sal de grano que previamente había mandado a comprar a mi ama de llaves, con la excusa de que su comida era insípida. La pobre mujer creía que el motivo de mi delgadez extrema era el sabor de su, por cierto deliciosa, comida, cuando en realidad las causantes eran la paranoia y el delirio que me aquejaban.

Abría y cerraba cajones, por aquí y por allá volaban utensilios de cocina. Una espátula inservible, un paquete de cucharas corrientes y oxidadas, pan mal horneado, frutas al borde de la descomposición. Sacudía y arrojaba todo lo que encontraba y no era la bendita sal de grano, hasta que al fin, detrás de un bonche de papas mal peladas, estaba la sal, todavía dentro de un costalito. La tome y bese como si de un tesoro se tratase y, con la misma velocidad con la que llegué, volví dando brincos al estudio.

Tenía que atravesar un pasillo largo y obscuro, adornado con pinturas sacras que acrecentaban mi delirio. Verlas me provocaba un gran dolor espiritual, por lo que tuve que agachar la mirada y así, recorrer el gran umbral de piedra y mármol viendo nada más que mis mocasines de charol.

Y así seguí hasta topar de frente con la puerta del estudio, rebusque en el bolsillo izquierdo del pantalón la llave; que encontré casi al instante, la introduje en la cerradura y, tras un largo suspiro, abrí la puerta. Me metí dando un salto olímpico y rápido le puse doble llave, pero esto no me proporcionó seguridad alguna, por lo que decidí atrancarla con una silla, un buró y, encima de eso, varias enciclopedias apiladas. Luego abrí con furia animal el costalito, y con gran precisión comencé a trazar líneas de sal en el suelo, en los bordes de las ventanas, las esquinas y las puertas, no paré hasta que vacíe completamente el costal y, al verme rodeado de tanta sal, me sentí más tranquilo, pero no era suficiente.

Como loco salte sobre el escritorio y, abriendo los cajones buscaba con desesperación un trozo de tiza blanca. Al encontrarla, después de varios minutos de búsqueda implacable, camine, ahora más tranquilo, hacia el sofá y abrí el libro que yacía postrado en la mesita junto al mismo.

Era un libro del siglo XVII, de la baja edad media. Prohibido en su época, satanizado en la mía. Su nombre original era Lemegeton Clavicula Salomonis, al español se traduciría como `La llave menor de Salomón’. Muy difícil de conseguir y de un precio muy elevado. Pero lo valía, valía cada uno de los varios centavos gastados en él. Recuerdo la primera vez que lo vi, era una edición muy antigua, por lo que sus páginas desprendían un olor a humedad que me causo fascinación, el color escarlata de su pasta gruesa me provocó un escalofrío que recorrió toda mi espalda.

-Es uno de los mejores libros de demonología cristiana jamás escrito.- dijo el bibliotecario cuando le pregunte de que se trataba

Pero ahora tenía muy poco tiempo para apreciarlo, debía buscar la sección en la que se encontraba el Ars Armadel.

Con gran delicadeza o, mejor dicho con la poca que me quedaba, comencé a buscar, página por página, sección por sección, titulo por título…hasta que por fin, en la página 239 estaba, con grandes letras rebosantes de color, rodeado de dibujos meramente decorativos; las palabras que tanto necesitaba leer `Ars Armadel’ . Debajo se apreciaba un gran dibujo, con gran detalle de la elaboración de un Armadel de protección. Una vez comprendí lo que debía hacer, me arroje al suelo y comencé a dibujar los sellos protectores necesarios, luego me levanté precipitadamente y le di una segunda ojeada a la página, para encontrarme con la devastadora nota que expresaba que necesitaba cuatro velas por sello, para hacer que mi Armadel rindiera efecto.

No lo podía creer, todo el día lamentándome frente al sofá lo que había hecho 10 años atrás había consumido mi energía y habilidades críticas haciendo que dejara a un lado los preparativos de mí, posiblemente, única forma de salvación. Pero ahora era muy tarde, el reloj no perdonaba y pronto marcaría el funesto número tres. Tendría que confiar plenamente en que la sal no fallaría.

Ahora que todo estaba hecho, solo me quedaba esperar. Me acerqué a la chimenea, sobre la que, previamente a eso de las nueve y media, había colocado una botella de whisky, un vaso y una caja de chocolates, mismos que tomé dejándome caer en el sofá, para después abrirlos y comer uno por uno, como si se trataran de los últimos chocolates de mi vida, pues, en efecto eran los últimos chocolates de mi vida. Acompañando cada bocado por un sorbo de whisky.

Y así, chocolate por chocolate, sorbo por sorbo, los minutos pasaron, dejando el número uno para dar paso al dos, mismo que estaba a cinco minutos de dar entrada al maldito tres.

`DONG’ esperaba escuchar, pero en su lugar se produjo un grito desgarrador, que me arranco la poca cordura que me quedaba. Las lágrimas brotaban bestialmente de mis mejillas, mis ojos empañados solo dejaban que viera un entorno borroso provocándome mayor desesperación.

La puerta se abrió de golpe, provocando un terrible sonido, parecido al de un trueno. Rápido seque mis ojos para poder ver a lo que me enfrentaba. Y, delante de mí se encontraba lo que con tanto temor esperaba encontrar, un can del tamaño de un caballo, del que brotaban tres cabezas espantosas, que al unísono gruñían y escupían baba negra y espesa, muy parecida al chapopote. Pero eso no era la causa de mi terror, esa bestia no era nada comparado a lo que la montaba.

Un ser con un rostro maligno, rodeado de un pelambre espeso y aterrador, como cuerpo solo tenía cinco patas de buey y nada más. Su mirada era fría y sátira, acompañada de una sonrisilla macabra y grotesca que dejaba ver unos dientes negros y brillantes recubiertos de sangre.

Me observó por un rato, para luego sacar su larga y puntiaguda lengua esmeralda acompañada de un olor fétido, muy parecido al de sangre coagulada. Por poco vomitó, pero, antes de que mi estómago se contrajera lo suficiente, la bestia bajo de un salto del can, para caer a unos centímetros fuera de la primera línea de sal, haciendo que presa del pánico me tumbara boca abajo en el suelo. Pero para mí fortuna, mientras la cruzaba comenzó a emanar humo acompañado de un grito de ira y dolor que me indico que no le sería tan fácil llevar a cabo tal tarea, en ese momento me sentí protegido.

Y así estuvo, gritando y maldiciendo mientras intentaba cruzaba las líneas de sal, entre más tiempo pasaba más me acostumbraba a su horrible aspecto y así, después de dos horas, logré sentarme en el sillón y seguir con mis chocolates. Sé que sonará un poco cómico y atrevido, pero después de varios chocolates entrecerré los ojos y logre dormir un poco.

Recuerdo incluso que comencé a soñar, estaba en un campo lleno de tulipanes holandeses de todos los colores imaginables, mientras recibía la suave brisa del mar, mismo que lograba divisar a lo lejos. Un pequeño pájaro de pecho amarillo revoloteaba sobre mi cabeza, mientras con la voz más dulce un pequeño querubín cantaba a mi lado.

Toda esa paz y tranquilidad fue perturbada por un terrible bufido que me despertó, al abrir los ojos me encontré frente a frente con los de la bestia, deje escapar un chillido tan agudo, que creí que el vaso de whisky se rompería en mil pedazos.

La bestia comenzó a reírse de forma tal que juro se podía escuchar hasta la casa del vecino, sacó lentamente su lengua y la rosó contra mi mejilla, en este momento sí que vomité y vomité tanto como para llenar dos cubetas de diez litros cada una.

Luego la bestia con una voz equivalente a la de varios hombres hablando al mismo tiempo, dijo:- han pasado diez años ya, desde la última vez que nos vimos en aquella encrucijada, en la que a cambio de tu alma te otorgue dotes de filosofía natural y moral, mismos que te ayudaron a escribir tantos libros como pan hace el panadero, dándote fama, fortuna y el amor de la preciosa Virginia, ahora he venido a cobrar mi pago, como lo estipulado diez años atrás.-

-¡no por favor Buer no me lleves! ¡Aun no estoy listo! ¡No he vivido lo que debía vivir! ¡La fama no me trajo nada más que soledad y amargura mientras estaba rodeado de falsos amigos! ¡Virginia resulto ser más boba y hueca que bella y esbelta! ¡Por lo que más quieras permíteme vivir un años más y es lo único que te pido!- grité mientras me arrojaba de forma suplicante al suelo.

Y al parecer Buer empezó a considerarlo, porque sus cejas se arquearon como si meditara la situación, luego de unos segundos que sentí como horas, Buer dejando escapar una risilla dijo:- bien, lo he pensado mejor y dados tus grandes dotes para la escritura ,te otorgare un año más de vida, mismo en el que estaré a tu lado a todas horas en forma de un pajarillo de pecho amarillo, pero lo ocuparás para una cosa y solo una, escribirás la historia de la pelea del cielo y el infierno, misma que te dictaré yo mismo, la guerra de miles de millones de años que ningún mortal conoce. Luego te diré donde esconderla, y, después de quemar tus ojos, te quedarás por la eternidad resguardándola de todo aquel curioso que se atreva a buscarla y no merezca leerla, pero, algún día llegara al mundo un humano, digno de saber la verdad, digno de conocer el por qué mis hermanos y yo vagamos por el mundo, él se encargara de dar a conocer la verdad y transformar el odio de la humanidad para con nosotros por lástima y compasión, creando así la segunda gran guerra, de ángeles, demonios y ahora, humanos. – luego se transformó en un hermoso pajarillo de pecho amarillo y se dejó caer en mi hombro izquierdo, y así, tomando precipitadamente pluma y papel comencé a escribir esta historia.

Si estás leyendo esto, quiere decir que has encontrado la primera carta de las 33 que te guiarán a encontrar el libro que narra la fantástica y terrible guerra que se efectuó en el paraíso.

La próxima carta la encontraras si sigues las instrucciones precisas que aquí están escritas. Primero deberás… […]

Fue lo único que pude leer, por el paso de los años la carta estaba incompleta.

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