Los inviernos de Maya

Los inviernos de Maya

El viento frío sopló con fuerza indicando la llegada de un nuevo invierno, elevando a su paso los restos de las últimas hojas secas que dejaba el otoño. Las primeras nubes se agolparon en las alturas tiñendo el cielo de gris, iluminándolo con destellos de luz que solo eran momentáneos, pero seguido del estruendo que resonaba con fuerza en los tímpanos de todo aquel que le escuchara.

Maya odiaba el invierno, porque le recordaba todo lo que había perdido en aquella época del año. El frío se colaba hasta lo más profundo de su alma, persiguiéndola como una nube negra en cada paso de su vida. Las personas a su alrededor parecían tan inmersas en sus propios mundos como lo estaba ella, cargando sus propias tormentas.

Acababa de salir de su trabajo y estaba esperando que el semáforo cambiara para cruzar la calle. El bullicio de la ciudad se vio opacado cuando la fuerte lluvia comenzó a caer con intensidad sobre ella; era la primera lluvia del año y todos se habían preparado con sus paraguas, todos menos Maya. Ella ni siquiera hizo el más mínimo esfuerzo de cubrirse con su maletín como lo hicieron varios a su alrededor, solo dejó que la lluvia la empapara por completo; allí en medio de ese mar de gente, nadie notaba como la propia lluvia de sus ojos se mezclaba con la que caía del cielo.

El semáforo dio verde y la masa de gente comenzó a avanzar al mismo compás, como si hubieran sido programados para caminar en perfecta sincronía. Maya solo se dejó llevar por sus pies, siguiendo el ritmo de la muchedumbre, sólo con la idea de llegar a su casa para poder disipar los recuerdos que rondaban en su cabeza.

De pronto dejó de pensar en todo, en la lluvia y en llegar a casa; se detuvo de golpe al ver frente a ella a una madre con su hija de unos aparentes siete años caminando bajo un paraguas, contuvo la respiración y su corazón palpitó dolorosamente. No pudo evitar perderse en sus recuerdos, mientras todos pasaban por su lado, mientras ella se quedaba de pie en medio de la calzada bajo la lluvia que se esmeraba en hacerle regresar al pasado.

Hacía unos cinco años atrás cuando el olor a tierra húmeda impregnaba el aire, una pequeña niña de dos años caminaba de la mano de su madre, mientras cargaba una de sus muñecas favoritas. Madre e hija estaban bajo un paraguas que las protegía de la lluvia que las había sorprendido de regreso a casa.

De pronto se toparon con un semáforo en rojo y se detuvieron; la mujer acomodo su cartera soltando por unos segundos la mano de su pequeña, tiempo suficiente para que la niña en su juego infantil dejara caer su muñeca a la calzada, siendo ajena al peligro ella solo quiso alcanzar su preciosa muñeca. El fuerte sonido de la bocina lastimó los tímpanos de Maya atrayéndola de un salto al presente.

Entonces se giró y vio a su costado un auto que tocaba la bocina con insistencia, intentando llamar su atención para que esta se subiera a la acera, pues estaba en medio de la calzada con el semáforo en rojo mientras los autos avanzaban intentando esquivarla para no atropellarla.

Asustada y avergonzada por haberse puesto en aquella incómoda situación, Maya caminó y se subió a la acera, cuando estuvo allí no pudo evitar detenerse y darse la vuelta para mirar en un punto en particular de la calzada. En aquel lugar, en aquella calle y en un día tan gris como este, hace cinco años atrás Maya había tomado la mala decisión de cubrir dos turnos en su trabajo por lo que estaba somnolienta y muy cansada. 

Ella solo quería llegar a casa, la lluvia solo empeoraba la visibilidad y todo era borroso, pero cuando el semáforo dio luz verde ella aceleró con rapidez sin poder reaccionar a tiempo para esquivar la pequeña silueta que se había abalanzado sorpresivamente a la calzada justo cuando ella iba avanzando. El fuerte sonido del impacto la puso en alerta por completo frenando demasiado tarde, lanzando aquel pequeño bulto un par de metros frente a su automóvil.

Quiso creer que se trataría de algún desafortunado animal callejero; quizás algún perro al que había tenido la desdicha de atropellar, pero la mujer que gritaba histéricamente mientras dejaba su paraguas y corría para agacharse y gritar por ayuda, le hicieron darse cuenta de que no era un pequeño animal.

El tiempo pareció detenerse, Maya estaba tan aterrada que su corazón se aceleró de golpe y comenzó a respirar con dificultad, sus manos comenzaron a sudar y temblaban sin control, por primera vez en su vida no supo qué hacer; permaneció inmóvil por escasos segundos que le parecieron una eternidad. A través del parabrisas vio a un grupo de personas acercándose a la mujer que no dejaba de gritar, sacudió su cabeza para obligarse a reaccionar y salió lentamente de su automóvil.

El golpe frío de la lluvia le dio la bienvenida, a un par de metros frente a ella había un pequeño bulto que no logro distinguir con claridad sino hasta que estuvo lo suficientemente cerca. 

Su cuerpo comenzó a temblar por completo de manera incontrolable cuando vio frente a ella el diminuto cuerpo inerte de una niña de no más de dos años, era tan pequeña que Maya sintió que todo su mundo se venía abajo, la culpa la invadió por completo, golpeándola con intensidad; haciendo que sus piernas temblorosas perdieran la fuerza para sostenerla, dejándola caer en el charco de lodo que se formaba bajo sus pies mientras la lluvia cubría su dolor.

Desde ese día la vida de Maya no fue la misma, la justicia la había absuelto de todo cargo, se determinó que había sido una secuencia de eventos desafortunados que habían terminado en un terrible accidente.

Maya sabía que su vida jamás volvería a ser la de antes, cada noche despertaba llorando, pues la misma pesadilla se repetía una y otra vez; siempre que cerraba sus ojos podía ver el pequeño cuerpo en la calzada siendo sostenido por aquella mujer que lo había perdido todo en aquel día gris, frío y lluvioso.

Maya sacudió su cabeza para despejar sus pensamientos, se giró y comenzó a caminar dejando atrás aquella calle por la que siempre debía pasar. Caminó con desgano y lloró con fuerza, mientras la lluvia no daba tregua sobre ella. 

El dolor punzante en lo profundo de su alma era algo que Maya sabía debería cargar durante todos los inviernos que dure su vida.

Fin

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