Me fascina la teoría de los seis grados. La defiendo con uñas y dientes si hace falta. Los aproximadamente siete mil millones de personas que habitamos el planeta, podemos estar más unidos que nunca si creemos en ella.
El quinto día del mes abril del año dos mil catorce lo empecé sabiendo que ya nada iba a ser igual. Los diferentes acontecimientos y circunstancias me hicieron comenzarlo con una cerveza en la mano y el móvil en la otra. Por suerte, mientras me la bebía no sonó, pero a las cinco y quince de la madrugada ya me encontraba en pie. La noticia se había hecho realidad. Al día siguiente tocaría ponerse aquellos atuendos que ojalá tuviesen telarañas entre vez y vez.
Ella nunca había estado gravemente enferma. Sí que es verdad que desde hace muchos años se medicaba y que, incluso, tuvieron que amputarle uno de sus miembros. Pero nunca había estado al borde del abismo. Para ella siempre amanecía.
Una fiebre provocó el comienzo del calvario. Era solo un síntoma, pues el mal venía de mucho más adentro.
Aunque se resistía y confiaba en volver a la casa que tantos momentos buenos le dio a lo largo de su vida, seguía en aquel hospital. Oliendo raro, porque los hospitales, por mucho que nos empeñemos, huelen raro.
Día tras día su estado empeoraba. La resistencia y la confianza, aunque mermadas, no desaparecían. Es la abuela, comentamos intentando no ver la realidad de la situación, Sí, pero tenemos que estar preparados para lo que pueda ocurrir, concluimos.
Como digo, ese quinto de abril llegó y con él se fue ella. Aunque, como siempre, amaneció.
Diecisiete personas relacionadas por una sangre hacían eso llamado unión, y poco a poco comenzamos a poner en práctica la dichosa teoría. Había que avisar.
Durante el paso de los segundos, a las diecisiete personas se le iban sumando otras tantas. Iban y venían como el millón de hormigas por cada ser humano que convive con nosotros.
Llantos, lamentos y sufrimiento.
Al atardecer, la cifra inicial se había multiplicado por tres o cuatro. La familia aumentaba. Hay que ver cómo la quería la gente, pensé. Y lo mejor es que era un sentimiento real.
Ella se hacía de querer muy fácilmente. La risa floja ayudaba mucho. Nunca le oí decir una palabra fuera de lugar.
A medianoche nos quedamos algunos más de diecisiete. Y esa risa que la definía hizo que nuestras tensiones se liberaran. Era y éramos libres. Las anécdotas fluían, Cuando le cortaron la pierna le dije que me la llevaría para hacer un caldo y acabó meándose encima, aportó su hermana; De pequeña se bebió un vaso de aceite pensando que era vino, dijo la otra.
El quinto de abril dio paso al sexto, y como siempre, volvió a amanecer. La vida siguió.
OPINIONES Y COMENTARIOS
comments powered by Disqus