Las casi cinco horas de viaje a la capital se me hicieron cortísimas comparado con el aburrimiento de esta espera. Hoy por la mañana, mi hija Menchu ha acompañado a su padre al hospital para hacerse unos análisis y no volverán hasta la hora de comer. Los niños están en la escuela y mi yerno en la oficina. Ya llevo sentada en este salón como dos horas y no se me ocurre nada que hacer. Olvidé el ganchillo en casa, pero aunque lo hubiera traído, ¿cómo iba a tejer a oscuras? No encuentro el interruptor de la luz, esta casa es muy rara. Quise subir las persianas, pero ¡sorpresa! no tienen cuerdas para tirar. No veo el aparato del televisor, que ya me extraña, por lo menos me distraería un rato con algún programa. En la pared frente al sofá hay una pantalla como de cine, pero no tiene botones. La mesa está llena de mandos sin pantalla pero con teclado, mandos sin teclado pero con pantalla, teléfonos sin cables, tablets, o eso pone, ¿qué serán? A veces se iluminan y suenan unos pitiditos. No me atrevo a tocar nada, no sea que lo vaya a romper. Tampoco hay libros, ni periódicos, ni revistas. Y espero que no me entren ganas de orinar, porque antes tuve que vaciar el caldero de fregar en la baza,  pues no fui capaz de dar con la cisterna. Por hacer algo, encontré un chisme parecido a un aspirador en el cuarto de los trastos, pero tampoco lo supe poner en marcha. Y en la cocina fue entrar, abrir el frigorífico y salir despavorida. No había alimentos, solo bandejas precintadas con comida de plástico dentro. Me muero de sed, pero los grifos no son de girar ni de apretar y en la nevera solo vi cartones de refrescos con dibujitos de toros y no me atrevo a probarlos a ver si me van a caer mal al estómago. He pensado en salir a dar una vuelta aunque lo he considerado mejor, y no. La puerta no tiene llave, me han dejado una tarjeta para entrar y salir, pero no me acuerdo cómo funcionaba. Además me da miedo perderme por la urbanización y no saber volver, que todos los chalets son iguales. Me entretendré observando la calle por la cámara de vídeo del portero, para no sentirme tan sola. O igual me meto otra vez en la cama. ¡Ay, qué ganas tengo de volverme al pueblo!

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