Gerardo conversaba con su perro Matías en un breve receso cibernético, en una noche de invierno, de los dos inviernos que ya había pasado sin ella. Dos años sin primaveras ni veranos habían pasado en un almanaque que parecía haberse congelado, así como los recuerdos sobre su última relación.
Matías parecía mirarlo como diciéndole que le daba pena y lástima la condición de su mejor amigo. En realidad pensaba que Gerardo era un pobre diablo, un alma en pena.
Gerardo parecía entender lo que Matías pensaba al mirarlo, mientras sus movimientos solo tenían una sola dirección: la computadora. A Gerardo no le molestaba en lo absoluto lo que Matías pensara de él, Gerardo sabía que su vida era peor que la de cualquier perro, pero a él parecía no importarle mucho, su única fijación era su computadora.
La nieve caía lentamente así como sus recuerdos, el frío era intenso así como las ganas de volver a ver a su amada. La nieve y el frío habían congelado todos sus recuerdos, y Gerardo parecía haberse quedado en un pasado que dé a pocos lo desvanecía y aniquilaba. Mientras no llegara ese sol que tanto esperaba, nada haría que la nieve y sus recuerdos se descongelaran.
Ilusamente, toda su vida Gerardo había imaginado cómo sería enamorarse, y deliraba con la idea, mientras Matías le increpaba que ese era el mayor problema de los seres humanos. Gerardo le respondió que él no sabía nada del amor por ser un perro.
Gerardo: ¡Tú eres solo un perro! ¿Qué entiendes tú de estas cosas?
Matías: Siendo yo un perro, puedo ver, sentir y percibir tu dolor, no tengo porque pasar por esas cosas. Soy más inteligente que cualquier ser humano.
Gerardo: Ahora que lo dices así, es verdad, quizás sea mejor ser un perro, por eso tengo una idea, tú serás mi amo y yo seré tu perro.
Matías: ¡Estás loco! ¿Humano yo? ¡Jamás!
Gerardo: ¿Por qué no? Así sentirás lo que yo siento, y podrás aconsejarme con más precisión y propiedad sobre estos temas del amor, además aconsejarme mejor, ya que tú eres más inteligente que yo, luego volveremos a cambiar y yo seguiré siendo tu amo
Matías: No estoy muy convencido de que sea buena idea, y que tal si me enamoro y ya no quiero volver a ser perro nunca más. ¡Mejor no! Soy feliz así, déjame así.
Gerardo: Soy tu amo y deberás hacer lo que yo te digo.
Matías: No es justo, soy tu mejor amigo, no me puedes hacer esto. Tú serás feliz siendo un perro, pero a mí nadie me garantiza que si me enamoro entraré en la disyuntiva de ser o no ser feliz cada día, ya sabes cómo son ustedes los seres humanos, nunca están contentos con nada, siempre inconformes con todo, hombres y mujeres son lo mismo, nada los convence.
Gerardo: Está bien, dejemos que pase un tiempo, luego veremos qué pasa, total ya pasaron dos años mirando todo de color gris, creo que puedo esperar un poco más.
La nieve seguía cayendo de la misma manera que caían sus esperanzas de enamorarse dulcinezcamente, de una ilusión que cada día que pasaba confirmaba le era imposible de encontrar.
Pasaban los días y Matías continuaba sumergido en su negativa de no asumir su papel de humano -tal como Gerardo se lo había propuesto- por el contrario, optó por tener una actitud burlesca hacia su amo, como exteriorizando la forma en que Gerardo había sido cuando Matías aún era un cachorro. Pedante, orgulloso, obstinado y siempre burlándose de las mujeres. Matías se había convertido en el espejo en el cual Gerardo nunca hubiera querido mirarse, y a través de sus burlas miraba su vida pasar. A diario, Matías se había convertido en el resultado de la crianza de Gerardo, un perro borracho y mujeriego que no respetaba las normas y reglas de la casa, tanto así que sin importarle las bajas temperaturas, salía a divertirse con cualquier perra que encontraba por el vecindario, y llegaba muy tarde sin importarle que Gerardo se preocupara por él. Finalmente, un día Gerardo le increpó ese comportamiento bohemio, a lo que Matías le respondió:
-Fuiste tú quien me enseñó a hacer todo esto, ¿Ya no recuerdas cuando yo te esperaba y tú llegabas borracho a la casa? Ahora ¡Mírate en mi! Soy tu reflejo, así soy feliz.
Gerardo: ¡No podemos vivir así!
Matías: Estás destinado a quedarte conmigo.
Gerardo: ¡No lo haré! Tú sólo me haces recordar al Gerardo que no soy, y al que no quiero volver a ser. Siendo así, he perdido muchas cosas en mi vida ¡No quiero más!
Matías: Mira Gerardo, no es tan malo ser un perro y disfrutar de la vida. Tengo un amo que vive enamorado de una mujer que no existe, que sólo habita en su imaginario. Un amo que me alimenta, se preocupa por mí cada vez que salgo y llego tarde, paga mis baños, me pasea, duermo lo que quiero, corro en el parque, salgo por el vecindario y me reúno con mis amigos. Y lo mejor, no tengo que trabajar, estudiar, ni enamorarme, así que por lo tanto no tengo que sufrir.
Gerardo: Es verdad. A lo mejor ser un perro muchas veces tiene sus satisfacciones, pero ser humano también las tiene, aunque ahora sienta que todo sea oscuro y mustio.
Matías: Tú sigue esperando a esa mujer que no llegará, yo seguiré mi vida de perro sin ningún estrés. Matías salió a la calle en busca de un poco de distracción y en el camino encontró a Ruflo –su mejor amigo- éste le contó el dilema que vivía con su dueño, e inmediatamente Ruflo lo interrumpió para contarle una historia acerca de su anterior dueño.
Escucha Matías, alguna vez mi antiguo dueño estuvo tan triste y deprimido, que no encontró mejor idea que encontrar a una mujer en el ciberespacio.
Matías: ¿Cómo es eso?
Ruflo: Por internet.
Matías: ¿Es ese método fiable?
Ruflo: Yo pensaba que no, pero él se enamoró. Yo pensaba que eso sólo era propio de las novelas o películas.
-La doncella tenía un nombre difícil de pronunciar.
Matías: ¿Cómo se llamaba?
Ruflo: Allysin.
Matías: Nunca había escuchado ese nombre.
Ruflo: Allysin Se pronuncia omitiendo la I, a veces se puede suplantar la I por una O.
Matías: Qué nombre más difícil ¿No?
Ruflo: Sí, tan difícil como las noches que pasaría sin ella.
Matías: ¿Tú la conociste?
Ruflo: Claro que la conocí. De excelsa belleza, de una sonrisa capaz de iluminar cualquier ciudad, pecosa, con cabello del mismo color de su piel que perfectamente conjugaba en una armonía de belleza. Como una princesa salida de un locus amenus de cualquier novela caballeresca.
Él soñaba despierto cada vez que la encontraba en este océano de personas que habitaban en los chat de internet.
Cada vez que la encontraba, mi amo sentía que volvía a nacer, que cobraba vida, que resucitaba de un largo letargo donde sus sueños y esperanzas lo habían abandonado.
Una noche él la escuchó llorar, bañada en llanto con gotas sabor a desconsuelo y decepción, le contó el motivo de su tristeza. El hombre de a pocos se animó a contarle sus tristezas, alegrías y pecados. De a poco él confirmaba que ella era la mujer que siempre quiso tener y que el destino se había empeñado en negársela.
Todas las noches después del trabajo mi amo llegaba a la casa, encendía la computadora y esperaba por ella.
Matías: Ruflo y tú ¿Qué hacías?
Ruflo: Yo sólo miraba, a veces se olvidaba de alimentarme y pasearme, lo único que hacía era esperar por ella. Cuando aparecía, lo embargaba una explosión de felicidad, sólo comparada con el rostro de un niño en un centro de recreación. Sentía que podía confiar en alguien, y que alguien siempre estaba allí para escucharlo. Las noches parecían días y los días eternos crepúsculos de espera.
-Tan pronto ella se despedía de él, sus miedos nuevamente lo devoraban y sus dudas lo atemorizaban.
-Un día antes de navidad- triste por saber que la pasaría solo, llegó a la casa como de costumbre, pero esta vez fue diferente, la chica de la computadora y toda su magna belleza habían tomado vida y se había convertido en una realidad.
Matías: ¿Ella estaba allí?
Ruflo: Sí, lo estaba esperando. Dijo que no había algo más bonito para ella que pasar una navidad con él y en Nueva York.
Matías: Y ¿Qué pasó? ¿Qué hicieron?
Ruflo: Él estaba muy emocionado, tanto así que no podía creer que la chica bonita estuviera ahí con él. La emoción de mi amo y mi emoción fueron testigos de lo que sucedió aquella noche previa a la navidad. Ambos decidieron desnudar sus almas en un ir y venir de historias tristes y alegres. Rieron, bailaron, cantaron y terminaron rindiéndole tributo al amor.
– Nunca había visto a mi amo actuar de esa manera. Fueron ocho días intensos donde el destino y el amor vencieron a la tristeza y desolación. En estos días conocieron la ciudad, compraron cosas como carteras donde ella pondría sus sueños más profundos y los pasearía por donde quisiera, zapatos para que caminen sus esperanzas, perfumes para que sus recuerdos se asociaran a esas fragancias. Comieron, rieron, bailaron y jugaron. Mi amo ya no era mi amo, dejó de ser el hombre triste que se había convertido y pasó a ser el hombre más feliz del mundo y probablemente de los planetas más cercanos también.
– Las noches eran más largas de las usuales, y mi amo hasta se olvidó que tenía un perro.
Matías: Ruflo, ¿Cómo te sentías?
Ruflo: Por una parte bien por él, porque por fin había encontrado a la mujer que lo haría feliz; pero por otra parte mal porque se había olvidado de mí, quien lo había acompañado en sus momentos más difíciles. Hasta que finalmente pasó.
Matías: ¿Qué pasó?
Ruflo: Él llegó del trabajo, contento como todos los días lo hacía, para demostrarle una vez más cuanto la quería, pero esta vez fue distinto.
Matías: ¿Qué pasó?
Ruflo: Ella ya no estaba.
Matías: ¿Dónde estaba? ¿A dónde fue?
Ruflo: No lo sé, nunca nadie lo supo, sólo vi a mi amo buscándola y gritando su nombre por todos los rincones de la casa, cansado al no encontrarla comenzó a delirar.
Al pasar los días y al no verla más, cayó en la locura. Los vecinos llamaron al manicomio local y a los pocos días mi amo ya estaba internado en un manicomio. Yo salté por la ventana para que no me llevaran a una perrera. Traté de seguirlo, fiel a él, pero la ambulancia aumentó la velocidad y ya no pude alcanzarlo. Dicen que no está en el manicomio de la ciudad, que está en otro, que está ubicado en las afueras de la ciudad, que lo han trasladado a un pabellón de máxima seguridad , cuentan los vecinos que lo único que sabía hacer era escribir en las paredes de la habitación el nombre de ella.
– Dicen que le prohibieron que usara cualquier tipo de instrumento que escribiera, ya que se resistía a comer y constantemente quería solo escribir su nombre. Escribía en las paredes de su habitación, en el comedor, en el patio, por donde iba llevaba consigo lapiceros y escribía y dibujaba una computadora, y entonces empezaba a escribirle a la chica bonita. Los doctores ya no sabían qué hacer, le prohibieron el uso de lapiceros y material de escritura. Pero al cabo de una semana uno de los enfermeros se dio cuenta que mi amo se había cortado y con su sangre dibujaba una computadora, y seguía conversando con su amada, es por eso que ahora sólo vive amarrado a una camisa de fuerza y aun así, dicen que a veces mirando las paredes se ríe y aún parece verla a ella. Aunque los doctores lo den por loco sé que mi amo es muy sensato y yo sé que lo que él tiene no es locura convencional, lo que él tiene es locura de amor. Y es por esta razón Matías, que ahora vago por las calles, en busca de un dueño que no quiera enamorarse.
Matías: Tengo miedo que le suceda algo así a mi dueño.
Ruflo: Date por bien servido de este consejo mi amigo, que aunque tú ahora seas un perro afortunado, recuerda que dependemos de ellos, no querrás caer en la desgracia de ser un vagabundo como yo.
Esa noche Matías llegó a la casa y encontró a Gerardo saltando de felicidad y festejando el que él llamó desde ese día, el día de su nacimiento.
¡He vuelto a nacer! ¡He vuelto a nacer! Exclamaba como un loco.
Matías preocupado por la historia que venía de escuchar de parte de su amigo Ruflo, le preguntó a Gerardo cuál era el motivo de su alegría, a lo que éste le respondió:
-Estoy enamorado Matías ¡Por fin lo he logrado! Lo que hoy festejo, es que una mujer me ha dado mi segunda vida.
Matías con tono a preocupación le preguntó a Gerardo por el nombre de la mujer.
Gerardo respondió que se llamaba Allysin, tal cual el nombre que Ruflo le había mencionado a Matías en su historia.
Matías salió corriendo desesperado por lo que había escuchado, no podía ser tanta casualidad posible, pero a la misma vez sabía de la dificultad del nombre, como para que lo tuvieran dos personas en su mismo entorno.
Matías por fin encontró a Ruflo y le dijo lo que estaba pasando con su dueño, seguido a esto y pasmado Ruflo por lo que Matías le contaba, se negaba a creer que el dueño de Matías era el mismo que había sido dueño de Ruflo.
¡No puede ser! Exclamó Ruflo. ¡Me han engañado! Mi dueño no está en un manicomio como yo creía, y yo vagando por las calles todo este tiempo.
-Horacio, un gato del barrio los interrumpió y les dijo:
– Tu dueño se escapó del manicomio hace mucho, disimula muy bien su locura y es por eso que nadie lo ha podido encontrar; pero en realidad no es locura, es amor.
Luego de que Horacio, Matías y Ruflo recopilaran la historia de Gerardo, decidieron entrar a la casa, donde ella y él rendían tributo al amor. Finalmente decidieron quedarse a vivir con sus nuevos dueños, jurando cuidarlos para que nadie interrumpiera su amor.
Al pasar de los días, Gerardo seguía sentado al lado de la computadora, de pronto dirigió su mirada con dirección a la pantalla, ante el sonido de una alerta que le enviaba su desconocida amada, seguidamente Gerardo leyó: ¿Por qué no respondes? ¿En qué piensas? o es que acaso ¿Estás chateando con alguien más? Matías miró a Gerardo, lamentando que su dueño aún siga esperando a esa mujer desconocida detrás de una computadora. Luego sonrío con complicidad y en su más profundo pensamiento canino llamó a Gerardo, pobre perro
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