Y al fin pudo llegar al cuarto con algo de comida. Ya es muy tarde y su hija llora sin cesar, llanto que pide desde hace tres horas que vuelva su mamá.
Raquel es una mujer joven de veinte años, es una hermana venezolana, que por razones injustas de la vida tubo que migrar a su país vecino, Perú.
Cargaba una nena de apenas un año de nacida, dejo su casa, su hogar, su familia, lo que más le dolió dejar fue a su madre, mujer admirable, valiente y aguerrida, que luego de años trabajando en una empresa fue despedida.
Raquel era morena, de cabello rizado, ojos hermosos, pero ahora lucían apagados, aquel hombre que prometió amor eterno en las buenas y en las malas, no aguantó la situación y la dejó para irse a un país desconocido por ella.
Que triste es su realidad, lamentables respuestas frente a actos políticos despiadados. Los jóvenes son obligados a irse de sus tierras, para buscar en otras, un sustento económico que pueda llevar a los suyos algo de tranquilidad.
Ella con niña en brazo llegó a Lima, hizo un cambio de monedas y con unos cuantos soles quedó. No sabía a donde ir, ni a quien llamar, su hija necesitaba tener ya un cambio de pañal. Angustiada fue a buscar un paquete, el más económico si se puede. Busco un lugar donde cambiarla, ese día, las flautas del sol resplandecían como nunca. Encontró un parque no tan lejano, se sentó en su manto verde, estaba caliente, y con una sonrisa de ángel, a su bebita ese pañal sucio cambió.
El astro empezaba a ocultarse. Necesitaba encontrar un lugar, caminó y caminó en las calles medio oscuras de Lima. De lejos vio un grupo reunido en una esquina, entre risas y chacoteo se burlaban entre ellos, de inmediato supo por el tono de voz, que eran sus hermanos venezolanos.
Uno de ellos llevaba un cigarro en la mano, él le preguntó: a dónde iba, qué buscaba y cómo se encontraba, pues se nota que recién llegaba. Muy amable le ofreció donde quedarse, era el último nivel de una casa de tres pisos, todo el grupo lo había alquilado. Paredes sin pintar, un baño con agua almacenada en bidones, algunos cuartos, una cocina sin refrigeradora y una tele pequeña que gustosos miraban. Era un grupo grande, muy grande para pocas camas.
No había de otra, el dinero no alcazaba, muchos no trabajaban, y esa era la única forma de tener un techo donde cuidar sus sueños.
Durmió en una esquina, en una cama compartida, de tanto apuro de aquel día, se olvidó llamar a su mamá.
En la madrugada los llantos del bebé incomodaron al grupo, ellos soñaban despiertos regresar a su patria de ensueño.
Al día siguiente Raquel temprano se despertó, cambió a su nena, le dio un poco de leche en ese viejo biberón. Emprendió así, con su niña en brazo la búsqueda de un trabajo, algo sencillo que le permita estar con su nena.
Caminó por horas, sus piernas le dolían, sus brazos estaban cansados, agotada se sentó en la vereda, los treinta grados de calor tostaban su piel, era notorio su cambio de color.
Vio a su hija, chupaba con energía sus deditos, Raquel sonrío un poco, y la sonrisa se volvió llanto y sin darse cuenta, muchas gotas saladas resbalan por sus mejillas.
Ese día no pudo encontrar trabajo, su estómago pedía a gritos ser alimentado, sacó unas monedas, compró un poco de pan y un vaso con jugo de naranja. No tenía mucho dinero, el pasaje del bus y los carros se llevaron lo poco que traía consigo.
Llegó a la casa, aquella alborotada, la misma de ayer, los demás con curiosidad se acercaron a ella, preguntaron si pudo encontrar trabajo. Ella con dolor, sudor en su frente y apenada dijo que no. La gente de aquí quieren a chicas jóvenes sin hijos, dónde piensan que dejaré a mi niña, ella tiene que estar conmigo. Mañana volveré a buscar, y espero por favor Dios encontrar.
Ya de día otra vez, que rápido amaneció. Pasó una semana, ¡tienes que ir a buscar trabajo! siempre con la misma canción. Tres soles tintinean en su bolsillo trasero, los únicos que le quedan, los únicos que se aferran a ella, como ella a sus sueños.
Esta vez no quiso rendirse rápido, no debía. Busco con ímpetu varios lugares, nada por aquí, ¿no necesita a alguien que le apoye?, nada…, todos cerraban sus puertas por tener un niño en brazos.
Cansada y decepcionada llegó a la casa, los tres soles que tenía en la mañana ya no estaban, tuvo que comprar pañales, su pecho parecía no tener leche. El estrés, la preocupación, todo se combinó, no podía alimentar a su hija.
Ya era de noche y ninguno de sus compatriotas llegaba. Raquel dejo a su niña recostada y se fue de la casa.
No la abandonó, ella tenía de conseguir leche y un poco de pan, con mucha vergüenza, junto valor y se paró en un puente, la gente pasaba feliz, tan endemoniadamente feliz. Ella estiró su mano, algunos la miraban distante, mientras que otros pasaban de frente. Raquel, con un nudo en la garganta, pidió por favor una colaboración, pues tenía una hija sola en casa y necesitaba comer.
Algunos se compadecieron y le dieron unas monedas, ella agradeció con lágrimas su gran corazón.
De inmediato, apenas con unos soles, compró leche y un poco de keke. A toda prisa corrió, miles de cosas pasaron por su mente, su hija estaba sola, “No te preocupes mi vida, ya pronto te daré tu leche, no llores hija mía, que me partes el alma”.
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