Casi sin pensarlo empezó a contar las baldosas del andén. El billete indicaba las 04:28 como hora de salida, tenía entonces, 19 minutos para comprobar que sus cálculos eran correctos. Había determinado en una rápida observación, que entre la primera y ultima columna que delimitaban el andén debería haber 6450 baldosas. Cuando hubo contado tres veces (como era su costumbre) y llegar a la conclusión que sus cálculos eran exactos, le sobrevino  la angustia, la misma angustia de aquellos malditos pensamientos; debía huir. El reloj de la estación marcaba las 04:23 y pensó que , allí, desde el andén, el mundo podía  verse de una manera distinta. Con una sonrisa de satisfacción y dándole la espalda a la llegada del tren, giró sobre si mismo  calculando que llegaría al otro extremo  cuando el tren detuviera su marcha. Momentos después y a punto de alcanzar la ultima columna, las vibraciones en el suelo y la estridente bocina, le advertían que ya era el tiempo preciso y comenzó a dar media vuelta. En ese instante y aún sin haberse girado completamente, cayo en la cuenta que ya no contaba baldosas, sino, de dos en dos, los durmientes de las vías.

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